Ca'n Beduia es hoy una pequeña
porción de terreno rocoso, asomada al acantilado que mira sobre la marina de
Valldemossa. No hay casas; una muy pequeña de aperos, guarda los pocos trebejos
necesarios para el cuidado de la finca y algunos canastos donde se recogen las
algarrobas y las almendras, único producto que se obtiene de aquel erial que,
si es pobre en frutos del campo, es rico por su agreste, tranquila y solitaria
belleza. En otro tiempo, bajo el nombre de Ca'n
Beduia, de intensas resonancias árabes, se incluían los hoy predios de Son Más y Sa Torre, formados por sucesivas segregaciones de la finca
principal.
Ahmed vivía en Ca'n Beduia y, a pesar de su condición
de esclavo era considerado como uno más de la familia de aparceros que cuidaban
la posessió, por su carácter
bondadoso, su sumisión y la eficacia que mostraba en todos los trabajos que le
encomendaban. Pero Ahmed no podía olvidarse de aquellas gentes y aquellas
tierras que un día dejara en la lejana Africa, ni tampoco de aquella idea de
libertad que acariciaba en sueños, consciente de que su destino estaba
fatalmente condicionado a la servidumbre hasta el final de sus días.
También la sequía en este
caso llegó para jugar una carta en favor del esclavo moro y también éste, como
su homónimo de Pastoritx, debía
poseer algún extraño poder, o conocía los designios por los que se rige la
naturaleza. Un día, cuando la tierra se resque-brajaba en mil resecas grietas y
el campo agonizaba de sed, Ahmed aconsejó a su amo que hiciera arar las
sementeras y esparcer semillas hasta el más pequeño rincón aprovechable. Aquella
noche y durante dos días más, el cielo derramó sobre las tierras de Ca'n Beduia una abundante lluvia.
El amo, agradecido,
cumplió la palabra empeñada y devolvió a su esclavo la ansiada libertad. Para
nadie, ni para el mismo liberto, fue alegre la despedida; todos querían a Ahmed
y era como si éste, en., su partida, se llevara un pedazo de las vidas de
todos en su insignificante hatillo.
Pasaron los años y, una
noche, cuando las gentes de Ca'n Beduin
descan-saban de sus faenas cotidianas alguién golpeó en el portón y una voz
nerviosa llegó desde fuera: «Abrid, abrid pronto, soy Ahmed». El amo descorrió
el cerrojo y se encontró frente a frente con su antiguo esclavo que se echó
emocionado en sus brazos. Ahmed no tenía tiempo; en pocas palabras explicó que
unas galeras le habían desembarcado, junto con un grupo de piratas, en la
costa y que éstos sabedores de su antigua condición, le habían encomendado la
misión de adelantarse para explorar el terreno y ver si la ocasión era propicia
para cometer sus tropelías. «Por esto -siguió diciendo el moro- cuando dentro
de un rato oigáis de nuevo llamar a la puerta no abráis. Yo os llamaré desde
fuera y os imploraré que me dejéis entrar pero no abráis, no abráis por nada
del mundo». El antiguo esclavo abrazó al amo y dióle un paquete para su esposa,
la madona, de la que tan buenos
recuerdos guardaba.
La puerta se cerró tras
Ahmed y los hombres de Ca'n Beduia
atrancaron todos los accesos a la casa y se aprestaron, en medio de la más
absoluta oscuridad, a la defensa del predio.
Momentos más tarde, la
aldaba golpeaba nuevamente y la conocida voz del moro llegaba desde el exterior
pidiendo asilo:
-Abrid, abridme, por
favor. Soy Ahmed, ¿no os acordáis de mi? Quiero volver otra vez con vosotros,
¡abridme!, ¿es que no me conocéis?
Inútilmente renovó sus
demandas el antiguo esclavo hasta que, al fin, el vozarrón del amo tronó desde
dentro: «¡No nos engañaréis, moros del demonio! Ahmed se marchó libre hace
años. No os abriremos para que entréis a robarnos. ¡Fuera de aquí!».
Los piratas, viendo frustrado
su intento, se retiraron y Ahmed con ellos desapareciendo para siempre de
Mallorca.
A la mañana siguiente, la
madona de Ca'n Beduia abrió el paquete que le entregó su marido y quedó
absorta al descubrir su contenido. Un cordoncillo de oro, de dieciséis palmos
de largo, era el presente de su antiguo protegido. El cordoncillo de Ahmed ha
pasado de generación en generación hasta nuestros días y aún hoy, en ocasiones,
es lucido por su actual propietaria. Ella sabe bien que aquella joya es el
tributo de un alma buena y agradecida.
Fuente: Gabriel Sabrafin
092. Anónimo (balear-mallorca-valldemossa)
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