En el torreón de entrada
del puente de San Martín en Toledo, debajo de la estatua de San Julián, existe
una lápida latina que Pisa, en su Historia
de Toledo, publicada en 1612, traduce así:
«Un puente había en este
lugar cuyos cimientos se ven a la orilla del río debajo de éste, que habiéndose
caído por una gran creciente que sobrevino el año 1203, en su lugar
los,ciudadanos de Toledo levantaron éste. Y como los acuerdos de los hombres
son flacos, ya que el río no lo podía dañar por estar más alto, habiendo
contiendas entre el rey don Pedro y su hermano don Enrique sobre el reino, el
puente se rompió. Reparólo el arzobispo don Pedro Tenorio».
En un nicho que se abre
sobre la clave central
Postrados de rodillas
salía de todos los labios una plegaria... del arco se ve una pequeña figura de
piedra que representa a una mujer; según cuenta la tradición, se trata de la
mujer del constructor del puente en la reconstrucción ordenada por el arzobispo
don Pedro Tenorio. ¿Qué es lo que significa esa estatua? He aquí lo que cuenta
la tradición:
Efectivamente, fue
durante las contiendas fratricidas entre don Pedro el Cruel y su hermano don
Enrique cuando el puente de San Martín fue roto. Toledo en esa época era
testigo de las luchas entre los dos impetuosos señores, el Rey y el que aspiraba
a serlo. Y en una de esas ocasiones el puente fue cortado por los partidarios
de don Enrique para impedir el paso de sus rivales.
Terminó la lucha con el
drama de Montiel. Los campos y ciudades gozaron de la paz. Y el puente de San
Martín seguía roto. Treinta años más tarde, hacia el año 1390, don Pedro
Tenorio, el arzobispo toledano de tan excelente memoria en los anales de la
ciudad, creyó que era tiempo de reparar el destrozo cometido en el puente. Y
despachó mensajeros que llevaron el deseo del Arzobispo a uno de los mejores
arquitectos de aquel tiempo. Este arquitecto aceptó el encargo, llegó a
Toledo, y habiendo recibido todo lo que necesitaba, comenzó la reconstrucción
del puente.
Los obreros, toledanos en
su casi totalidad, trabajaban con esfuerzos redoblados, y el pueblo acudía a
ver el adelanto de las obras que iban a alzar de nuevo el bello puente
destrozado en mal hora por las pasiones de los hombres, no por las crecidas del
río. El trabajo era alegre y la obra adelantaba a ojos vistas. El Arzobispo
también hacía frecuentes visitas, conversando con el arquitecto y animándole a
terminar su trabajo lo antes posible. El arquitecto se mostraba satisfecho de la
marcha de las obras. Éstas ya se acercaban a su fin. Se había terminado el
gran arco, y ya se esperaba de un día a otro quitar la cimbra que lo soportaba.
Una noche, el arquitecto,
que durante las últimas horas de la tarde había aparecido algo inquieto, salió
de su casa. No contestó a las preguntas de su mujer, que deseaba saber a dónde
se dirigía. Fue al puente y descendió por una escala revisando la construcción
del arco recién terminado. Cuando regresó, su rostro estaba pálido. Se metió en
su habitación y se tendió, sollozando, en el lecho. La mujer se acercó, y llena
de temor, le preguntó si ocurría algo grave.
El arquitecto apenas
podía responder. Al fin explicó a su mujer que, sin saber cómo, había cometido
un error gravísimo en sus cálculos, de manera que, en el momento en que se
quitara la cimbra del arco; éste se vendría irremediablemente abajo,
arrastrando en su caída a todos los que se encontraran sobre el puente. Ningún
remedio veía, pues se sentía incapaz de confesar al Arzobispo su error. Don
Pedro Tenorio lo despediría, y esto sería la causa de su ruina como constructor
de puentes.
Después de esta
confesión, el desgraciado volvió a ocultar su cara, dando muestras de la más
atroz desesperación.
La mujer era valiente y
decidida. Comprendió que había de obrar rápida-mente. Dejó descansar a su
marido, y tomando una tea, salió de la casa. Era una noche oscura y tempestuosa
y las calles estaban desiertas. La mujer pasó sin ser vista. La tormenta
estalló, y la mujer, sin amedrentarse, seguía andando. Al fin llegó al puente,
pasó por él, y temblando, llegó al centro. Cogió la tea y la lanzó en medio de
los maderos y cuerdas que formaban la cimbra. Durante un momento pareció que la
llama iba a apagarse; la mujer temió que su esfuerzo quedara inútil. Pero el
fuego prendió en el andamiaje. La mujer volvió corriendo mientras las llamas
crecían con el viento. No mucho después los toledanos oían un gran estruendo
que dominó a los truenos más fuertes. Era que la cimbra había ardido y había
hecho que el andamiaje se derrumbara.
A la mañana siguiente
todos vieron el puente derrumbado de nuevo y los maderos quemados y arrastrados
por la corriente. Atribuyeron lo sucedido a un rayo que habría incendiado la
cimbra. El Arzobispo ordenó al arquitecto que de nuevo comenzara la
construcción, y esta vez el artista cuidó con esmero los detalles menores,
logrando ver terminada la obra felizmente. Su alma estaba llena de gratitud a
su mujer, que con su valor le había salvado del gran fracaso.
El mismo día en que
solemnemente se inauguró el puente, la mujer del arquitecto pidió ser recibida
en audiencia por el Arzobispo, y habiendo solicitado previamente su clemencia,
se confesó autora de lo sucedido. El Arzobispo, lejos de castigarla, hizo que
se levan-tase y alabó su valor y honradez. Y para perpetuar la memoria de esta
mujer que de tal manera había salvado la honra de su esposo y quizá la vida de
muchos toledanos, el Arzobispo hizo que se colocase en el puente de San Martín
la figura de mujer que aún se ve.
102. anonimo (castilla la mancha)
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