Una tarde de verano llegaron muy
cansados á Calcena, San José, la Virgen y Jesús, que, haciendo un pequeño rodeo,
se dirigían á Egipto para escapar del decreto que Herodes, tetrarca de Judea, había
dado, mandando degollar á todos los niños. Como los sicarios del tirano les iban
á los alcances, para hacerles perder la pista determinó San José que á la
borrica, cabalgadura de la
Sacra Familia , le pusiese al revés las herraduras el herrero
de Calcena. Éste no pertenecía á la raza celtíbera, esbelta y ligera; era una
mezcla de la romana con la negra de África; tenía la cabeza cuadrada, la boca
ancha, corto el pescuezo y enorme barriga. Torpe de mollera, corto de alcances,
dominaba en él la envidia, y más que todo el egoísmo. Jamás hacia nada sin
creer que le serviría de utilidad.
-Sólo pagándome con anticipación
cambiaré las herraduras, -le dijo á San José.
-Es el caso (repuso éste), que hemos
salido precipitadamente de Belén, y nos hemos olvidado los denarios para
el camino.
-Gratis, no me incomodo por
nadie, -replicó el panzudo egoísta.
-¿Y si consiguiera de Dios, que todo
lo puede, os concediese una gracia en pago de vuestro trabajo?
-Una, no; cuatro; á gracia por
herradura.
-¿Cuáles queréis?
-Que si alguno sube á esa higuera
(y señaló el herrero la que había junto á la puerta), no baje hasta que yo se
lo mande; que quien se siente en el banco de la herrería, se pegue á él cuanto
tiempo me acomode; que el que beba vino de esta bota, no pueda variar de posición
sin mi permiso, y si hubiera un atrevido que meta la mano en el agujero que se
halla al lado del yunque, no la saque mientras yo no lo disponga.
-Corriente, y á herrar, -añadió el
Santo Patriarca.
Al ponerse el sol por detrás del
excelso Moncayo, que parecía una inmensa pirámide de lapislázuli y plata, se veía
en su cima á la Sagrada
Familia , cuyas divinas figuras se dibujaban sobre el cielo teñido
de púrpura y oro. Aún no correspondía el magnífico pedestal al grupo que sustentaba.
Tan malo era el herrero de Calcena,
que antes de morir ya recibieron en el infierno orden de prenderle. El director
del establecimiento penal comisionó para ejecutarlo á un diablo muy listo, que de
un vuelo se trasladó á la herrería.
-Por ti vengo (dijo al egoísta); es
inútil que trates de escaparte.
-Bueno (repuso el herrero); hazme un
favor; interin me despido de mi mujer, que es una celtibera que me quiere tanto
como la gente de esta tierra á la dominación extranjera, y se alegraría me
llevara el mismo Satanás, chúpate unas cuantas brevas; son riquísimas.
El diablo se encaramó en la
higuera, y quedó paralizado colgando de una rama y enganchado de una ala, como
los murciélagos en invierno. Llamó el maldito artesano á los chicos de la
escuela, que á pedrada limpia pusieron al diablo más blando que un higo. Cuando
el herrero le dijo:
-Vete,
El enemigo malo se hundió por la grieta
de una peña en los profundos infiernos. El demonio burlado, dió parte oficial
del mal resultado de su expedición, y le reprendieron agriamente. Enviaron uno
tras otro á los dos diablos de más acreditada bizarría en la milicia infernal,
deseosos de cumplir misión tan importante. Al que se sentó en el banco para descansar
un rato, no pudo moverse, y le pegaron una tremenda paliza. Su compañero, como
venia del infierno, que es tierra caliente, tenía sed; empinó la bota, quedó
con los brazos en alto, la cara hacia arriba, y más sufrió de tener que mirar
al cielo, cuya morada á los demonios les causa horror, que por los tizonazos
que los muchachos del pueblo le dieron con palos encendidos en la fragua. Á los
dos atormentaron hasta que el herrero quiso. Llegaron al Averno hechos
una miseria, y el diablo Cojuelo, que por el teléfono sabía la noticia,
cuyo invento se usa en tal lugar desde el pronunciamiento de Lucifer[1],
pues no se comprende de otra manera que se hallen tan al corriente de lo que pasa
en la tierra, encargó á un subalterno las calderas de Pedro Botero, y exclamó:
-Se ha malogrado la expedición por
la ineptitud de tan malos oficiales. Voy á Calcena, y vuelvo más ligero que el
pensamiento. Á pesar de su pata coja, de un tranco se puso junto al herrero.
-Vamos, -le dijo á éste,
amenazándole con la muleta.
-Espera; voy por las alforjas.
-Para este viaje no las necesitas.
-Es que las llenaría con el dinero que
tengo dentro del hoyo que hay junto al yunque.
Como hasta los diablos tienen afición
al oro, el Cojuelo metió la mano en el agujero y quedó preso. Echaba de rabia espumarajos
por la boca, blasfemaba, juraba como un endemoniado, y fue el que introdujo la moda
de hablar mal en Aragón. A los gritos acudieron todas las mujeres y chicos de Calcena;
le escupieron en la cara y le dieron puntapiés en el otro lado.
-Mira, moncaino (dijo el
pata-coja al artesano); juro por mi rabo que, si me sueltas, no me acordaré de
ti ni te admitiré en mis reinos.
-Vete, -dijo el herrero, lleno de satisfacción,
acariciándose la panza.
Aunque mala hierba nunca muere, al herrero
de Calcena se le acabó la
vida. Se dirigió al cielo; San Pedro, al abrir un poco las puertas,
las cerró en seguida, y exclamó:
-¡Uf! ¡Huele á egoísta! ¡Fuera,
fuera! El condenado barrigudo llamó en el infierno; los diablos, enterados con
anticipación de su llegada, armaron gran algarabía, y se opusieron á su
entrada. Desde entonces, á los egoístas no los quieren en el cielo ni en el
infierno.
001 Un soldado viejo de borja
[1] El más antiguo que se
conoce. Las rebeliones militares se deben enorgullecer de tan noble origen. Si
hubieran sido castigadas como la primera, no se repetirían.
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