Un Rey muy vicioso se jugó la
corona con el diablo, la perdió y lo destronaron. Recurrió el Príncipe á una
maga que lo protegía, la cual le dijo que ignoraba el medio de recuperar el
símbolo de la monarquía, y que consultaría caso tan arduo con un adivino que le
debía muchos y grandes favores. Éste aconsejó á la maga que reuniese á todas
las aves, que, como vuelan tan alto y tienen tan buena vista, lo saben todo, y
alguna la diría dónde se hallaba el castillo de lrás y no volverás,
donde el diablo guardaba la corona.
La maga, con una varita, hizo un
círculo en el aire. En el acto, por encanto, se pobló de aves grandes y chicas.
Las preguntó por el castillo, y se callaron. Sólo la avutarda manifestó que,
interesada, por hallarse su imagen en el escudo de armas del reino, haría un
reconocimiento y volvería.
Voló, y regresó al momento. Explicó
cantando, que para conseguir el Príncipe lo que deseaba, debía ocultarse en un
bosque junto al lago que había inmediato al castillo; que cuando se bañase la
hija del gobernador de la fortaleza, la robase los vestidos, y no se los
devolviese hasta que la viese muy apurada. La avutarda, que por lo ligera y
servicial debía llamarse avelista, se ofreció de guía. El Príncipe se agarró
á la cola, y en un dos por tres llegaron al bosque, y se escondieron, mientras
la hija del señor del castillo, niña preciosa de quince años, se metía en el
agua, despojándose de su túnica de tisú de oro. Cuando se la quiso poner, no la
encontró; la avutarda, revoloteando, se la había quitado y llevado al Príncipe.
La hermosa doncella exclamó llorando:
-El que el vestido me dé,
del mayor apuro le sacaré.
El destronado Monarca mandó la
túnica con el ave, para no alarmar el pudor de la niña, y después se presentó.
-¿Qué quieres? -le preguntó la
linda muchacha, nombrada Blanca Rosa por su color y hermosura. (Era la virtud
del arrepentimiento.
-Recuperar mi corona, que se
encuentra en el castillo de lrás y no volverás.
La niña cogió al Príncipe de la mano,
llamó en la fortaleza, abrie-ron, acarició á un perro gigantesco de tres cabezas
que guardaba la puerta, condujo á su protegido al salón negro, donde se hallaba el diablo sentado en
un trono de llamas de fuego, que recibió al ex-Monarca sonriéndose y burlándose
en su interior, porque con malas artes, como sucede entre tahúres, le había
ganado la corona.
-Te daré lo que deseas, si con el
trigo que te entregará mi mayor-domo consigues sembrarlo, segarlo, trillarlo,
aventarlo, molerlo, cernerlo, amasarlo, cocerlo y echar el pan al perro de tres
cabezas que hay á la puerta del castillo; todo en veinticuatro horas.
Recurrió el Príncipe á su bella
protectora, que le mandó arrojar el grano desde el balcón al jardín. Se asomó, y,
con espanto, vió al trigo nacer, salir las espigas y dorarlas el sol; una nube
de enanitos practicó todas las operaciones, desde segar hasta llevar el pan
todavía caliente á las fauces del monstruoso perro.
Volvió á reclamar su corona el Príncipe;
pero el diablo, que, como todos los que no son buenos, cumple tarde y mal lo
que promete, le replicó:
-No la obtendrás, si no me entregas
en cambio una sortija que hace quinientos años á un ascendiente tuyo se le cayó
en el mar al irse á pique el barco que mandaba en un combate. Sólo se salvó de
la tripulación tan valiente guerrero.
Dificultad tan insuperable hizo
desmayar al Príncipe. Acudió á Blanca Rosa; ésta frunció las cejas, y le dijo
severa:
-Ofrecí sacarte de todos tus
apuros, y no faltaré á mi palabra. Verás.
Apareció una enorme tortuga, que, en
un abrir y cerrar de ojos, fué al mar y volvió con la sortija del vigésimo abuelo
del que perdió su reino al juego. El diablo se la regaló, y le advirtió:
-No me vuelvas á tentar; abandona el
vicio, toma tu corona, cásate con Blanca Rosa; te gusta y á ella no le eres
indiferente; montad en un caballo que hay en la cuadra que corre más que el viento,
y cuando lleguéis á la capital de tus Estados, os esperará la tropa formada, y
el pueblo entusiasmado os conducirá al palacio.
Ni visto ni oído. Así sucedió,
según refería una abuela que á la sombra de un árbol del jardín tenía
embelesados á varios nietos durante las horas de la siesta. Y añadía la
anciana:
-El peor de los vicios es el del
juego. Siempre va acompañado de otros. El que lo tiene, pierde el honor, y
muchas veces la vida.
001 Un soldado viejo de borja
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