de Arratibel
Dícese que una vez vivía
en un pueblo una familia muy pobre. Sólo eran el padre, la madre y el hijo.
Tenían pocas tierras, y por esto vivían a duras penas.
Criado
El chico se aburrió con
este modo de vida, y decidió marcharse a alguna otra parte. Y en efecto, se
marchó.
Una mañana, sin decir
nada a nadie, cogió un envoltorio donde llevaba la ropa más indispensable, y
camino adelante echó a andar o se puso en marcha, no sabiendo siquiera a dónde
se dirigía. Al momento de salir de casa le dijo a la madre:
-Me marcho de aquí,
madre.
-¿A dónde, mi pequeño
niño? -le respondió la madre medio llorando.
-No lo sé, pero como
quiera que sea espero encontrarme mejor que aquí. Creo que pronto apareceré de
nuevo.
-Que sea así -le
respondió la madre. Y de este modo se separaron el uno del otro.
El chico fue de pueblo en
pueblo durante mucho tiempo, pues en ninguna parte había trabajo para él. Pero
tenía que vivir, y si quería comer algo, a veces se veía obligado a hacer
trabajos duros. Cuántas clases de trabajo probó, conoció: el de pastor,
yuntero, carbonero, cantero y otros más, pero nunca ninguno que fuera de su
gusto. En todos ellos se aburría enseguida.
Por fin, supo que en un
monte había un caserío donde el padre y una hija vivían solos, y pensó
marcharse allí mismo para ver lo que sucedía.
-¿Qué necesitas, qué
buscas aquí? -le preguntó el dueño de aquella casa tan pronto como se acercó el
chico. Ese dueño era bastante viejo y muy feo, y además bruto, aparentemente al
menos.
-He venido a ver si aquí
tienen trabajo para mí -le respondió el chico, bajando la cabeza.
-Aquí lo que sobra es
trabajo y no otra cosa -le respondió el dueño-. ¿Y tú en qué sabes trabajar?
-Yoo... -le respondió el
chico-, eso me lo dirá después de que lo haya probado.
-Está bien, tú. Yy...
cuánto sueldo pides -le preguntó aquel hombre bruto.
-Pues no lo sé... Eso lo
dirá el trabajo, ¿no? -le respondió el chico, levantando la cabeza hacia
arriba.
A aquel hombre bruto le
agradó el chico, y habiendo estado un poquito como si lo estuviera pensando, le
respondió así:
-Está bien, tú, está bien,
tú, quédate aquí, yyy... no te faltará trabajo y comida.
Y desde aquella misma
hora, aquel chico se quedó en aquella casa, como criado. La hija de aquel
hombre bruto no era parecida a su padre. Era una muchacha hermosa y dulce e
inteligente, que sabía vislumbrar pronto las cosas. El criado y ella se
avinieron enseguida. Aquella última temporada el criado estaba acostumbrado a
trabajos duros, y no le parecía nada difícil la vida de aquella casa. Además,
dentro de él estaba naciendo el amor hacia aquella hija.
El dueño de la casa,
aquel hombre bruto, era totalmente malo, además listo, no se le pasaba nada,
ya que aquel hombre era el viejo diablo. La hija sabía eso, y le odiaba
enormemente a pesar de ser su propio padre.
El viejo diablo, cuando
descubrió que el criado y su hija se avenían bien,, decidió echar de casa al
criado, a pesar de que era buen trabajador y necesario.
Una vez a la hija le habló
así:
-Antes también vivimos
sin criado, y creo que de nuevo podríamos vivir de ese modo.
-¿Pero por qué? -le
respondió la hija.
-Pues no lo sé... es buen
chico y trabajador, pero... pero esta casa no tiene lo suficiente para pagarle
a ese...
La hija no le respondió
nada, conocía de sobra a su padre, y sabía bien que habría que hacer lo que él
quisiera.
La hija se fue a donde el
criado lo más pronto que pudo, y le contó todo lo que sucedía, y aunque hasta
entonces lo había tenido en secreto, entonces le mostró que su padre era un
viejo diablo. Entre ambos decidieron matar a aquel viejo diablo, así o asá.
¿Pero cómo matarlo siendo un viejo diablo? No sería nada fácil.
De cuando en cuando la
hija le había oído hablar a su padre, cuando estaba de buen humor, que él no
moriría y que nadie tampoco lo podría matar, si antes no ocurriría esto y
aquello. La hija nunca le prestó gran caso, pero ahora comenzó a pensar en lo
que querría decir su padre y en que tenía que arrancársele, así o asá, lo que
sobre la muerte le refería. El criado y ella se pusieron de común acuerdo para
en adelante portarse lo mejor que podían, sin enfadar al viejo diablo, ya que
de ese modo le habían de arrancar cómo habría que matarlo.
Y llegó ese momento. En
aquel entonces el viejo diablo se mostraba más bueno y más suave que nunca.
Durante el verano solían hacer su pequeña siesta sentados en un banco de la
parte delantera de la casa, a la sombra de una higuera.
Una vez, la hija le dijo
al chico:
-Hoy, después de la
comida, súbete a la higuera, y ponte allí, bien escondido. Yo trataré de
hacerle hablar al padre, mientras esté sentado en el banco de debajo. Veremos
si se le escapa algo.
Hicieron como lo dijeron.
Nada más acabar la comida, el chico subió a la higuera, y se puso allí, bien escondido.
También el viejo diablo y su hija vinieron a sentarse en el banco. Cuando se
sentaron, la hija le preguntó al padre:
-¿Desea que le limpie un
poco la cabeza y le peine esos pelos?
-Sí, como tú gustes,
chica -le respondió el viejo diablo.
La hija comenzó a
limpiarle y peinarle los pelos, y mientras le hablaba sin parar, preguntándole
sobre esto y aquello:
-Padre, ¿cuántos años
tiene? ¿El abuelo de tal sitio es más joven que usted?, ¿Conoció a los que
vivieron en la vieja casa de al lado?
Por fin le preguntó:
-Padre, ¿al menos una vez
ha pensado usted que podría morir?
-Ja, ja... -le respondió
el padre, riéndose-, sí criatura, sí, y además lo he pensado más de una vez.
Pero es muy difícil que yo me muera.
-¿Eso por qué, pues? -le
preguntó la hija.
Mientras, allí estaba el
criado subido a la higuera oyendo todo.
-Antes también te he
dicho algo -comenzó a decirle el viejo diablo-. Yo tengo un hermano en tal
monte, que anda en forma de león. Dentro de ese león hay una liebre, y dentro
de esa liebre hay una paloma. Esa paloma tiene dentro de sí un huevo, y si
alguien no revienta ese huevo aquí -dijo llevándose la mano a la frente- yo no
moriré.
»Piensa ahora a qué puedo
tener yo miedo para morir. Aunque maten al león, saldrá la liebre, y aunque
maten a la liebre, saldrá la paloma. Y aunque maten aquella paloma, ¿quién
sabe que el huevo que lleva dentro de sí me lo tiene que reventar en esta
frente mía? Aún no ha nacido quien pueda hacerme eso.
Cuando llegó el otoño, el
viejo diablo veía cómo la chica y el chico se entendían bien, y siempre estaba
pensando en el momento en que iba a echar de casa al criado.
Así, un día, ya que se
habían acabado los trabajos más impor-tantes... le dijo al criado:
-Veo que aquí te
necesitamos siempre, pero los trabajos más importantes de este año los
tendremos ya realizados y creo que de aquí en adelante mi hija y yo nos arreglaremos.
Será mejor para ti marcharte a alguna otra parte donde ganes más que aquí...
-Está bien -le respondió
el chico-, yo aquí estaba muy contento, pero ya que así lo desea... mañana
mismo me marcharé.
-Cuando tú mismo lo
desees -le respondió el viejo diablo, a punto de reventarse de alegría, porque
no creía que echaría tan fácilmente a aquel criado.
Tampoco se enfadó el
criado. Ya que desde hacía tiempo estaba esperando a ver cuándo lo despediría
aquel viejo diablo. No quería marcharse por su propia cuenta, para que aquél
no pudiera pensar mal de él. Por eso la chica y él se habían puesto de acuerdo
para que fuera el propio diablo quien le dijera que se marchara. También para
que luego el chico se marchara a aquel monte donde vivía el león; para que
matara al león, a la liebre y a la paloma; y para que, por fin, muriera el
viejo diablo, y así casarse los dos... No sería nada fácil hacer todo eso, pero
al menos no quedarían sin hacer lo que podían.
El león del monte
Como se ha dicho, a la
mañana siguiente el chico salió de aquella casa, aparentemente como si hubiera
recibido una gran pena, y como si no supiera a dónde dirigirse, pero estando contento
en su interior y habiendo decidido bien a dónde dirigirse.
Aquel monte en el que
vivía el león era grande y allí vivía poca gente, a excepción de algunos
pastores.
Había una casa que tenía
un rebaño, y porque el padre era recién muerto, la madre y una hija habían
quedado las dos sólo. La hija era una chica mayor y ella misma andaba
pastoreando y haciendo otros trabajos, y tenían la intención de vender el
rebaño, al menos que apareciera algún buen criado... Estando en eso apareció
el chico pidiendo trabajo... Contentas lo acogieron en casa, y le dijeron que
tendría que pastorear. El chico no deseaba otra cosa.
Desde el día siguiente el
nuevo criado empezó a llevar al monte las ovejas. Los primeros días, la chica
misma le ayudó para enseñarle a dónde llevar el rebaño y dónde estaban los
lugares de pasto.
-Este monte es grande -le
dijo la chica al criado-, pero no podemos llevar el rebaño al lugar donde hay
el más abundante pasto. Allí hay un gran león, y deja despedazadas todas las
ovejas que allí aparecen.
El chico se alegró mucho
al oír todas esas cosas, y a continuación le hizo muchas preguntas sobre cuándo
más o menos aparecía ese león, sobre lo que opinaban los otros pastores..., y
por fin le dijo que él solo bastaba para guardar las ovejas y que, de allí en
adelante, se quedara en casa ayudando a la madre y que hiciera aquellos dulces
bollos que sólo ella sabía hacer... La chica tenía buena mano para eso, y le
prometió que no le faltarían bollos.
Al día siguiente, el
chico puso el rebaño por delante y lo condujo a aquel hermoso pastizal donde
solía andar el león. Pronto se oyó el rugido del león, semejante al producido
por el desenraizamiento de todo el monte. Las ovejas comenzaron a huir, pero el
chico las obligó a quedarse. Allí apareció el león como si fuera a despedazar y
comer todos los rincones. Pero el chico sabía quién era, y no se asustó. El
león se adelantó vivamente enfadado, y, puesto sobre dos patas, se dejó caer
sobre el chico. Los dos, mutuamente agarrados, empezaron una lucha fuerte,
pero ninguno podía someter al otro. Muy cansados, cuando estuvieron ya a punto
de reventarse, el león dijo:
-iAh..., si aquí yo
tuviera una mirada de mi hermano que vive en tal sitio, no tendría miedo de
ti...!
-¡Tampoco yo de ti, si
tuviera un bollo hecho por la hija de la casa donde ahora vivo yo, y un beso
suyo...! -le respondió el chico.
En eso se quedó la lucha
de aquel día. El león se marchó monte adelante, y el chico, en cambio, cogió
las ovejas y volvió a casa.
La madre y la hija se
extrañaron mucho cuando vieron que había traído a casa tan temprano a las
ovjeas. Ésas parecían estar alimentadas suficientemente, y el chico en cambio
tenía aspecto de muy cansado.
Los días siguientes
sucedió igual. Tan pronto como el chico adentraba a las ovejas en el terreno
del león, éste aparecía allí lanzando enormes rugidos, y los dos pasaban mucho
tiempo luchan-do. El león le repetía lo mismo todos los días:
-¡Ah, si aquí yo tuviera
una miraba de mi herniano que vive en tal sitio, no tendría miedo de ti!
=iTampoco yo, si tuviera
un bollo hecho por la hija de la casa donde ahora vivo y un beso suyo! -le
respondió al chico.
El chico traía temprano a
las ovejas todos los días, pero suficientemente alimentadas, y la leche también
les aumentó. Madre e hija hacían con él todo lo posible queriendo saber lo que
sucedía, pero era inútil, el criado no les decía nada.
Una mañana la hija tomó
la decisión de marcharse al monte, sin decir nada a nadie para ver por sí misma
lo que allí sucedía. Salió de casa un poco después que el criado con su rebaño,
y siempre detrás de él se fue hasta el monte. Se quedó de piedra cuando el
criado adentró al rebaño en el terreno del león, y aún más cuando apareció el
león y empezó a luchar con el chico. La chica no sabía qué hacer, estaba
totalmente asustada.
El león, como siempre,
exclamó después de luchar un rato:
-iAh..., si aquí yo
tuviera una mirada de mi hermano que vive en tal sitio, no tendría miedo de ti!
-¡Tampoco yo, si tuviera
un bollo hecho por la hija de la casa donde ahora vivo y un beso suyo! -le
respondió el chico.
El león se marchó monte
adelante, y el chico cogió las ovejas para volver a casa. La chica, en cambio,
habiendo visto aquella lucha y habiendo oído aquellas palabras, vino a casa
deprisa, pero a nadie dijo nada, ni a la madre ni al chico.
Al día siguiente, el
chico como siempre subió al monte habiendo cogido el rebaño, y también la chica
detrás de él habiendo cogido el bollo.
Como cada día, después
que el león y el chico lucharon un rato, el león dijo:
-¡Ah..., si aquí yo
tuviera una mirada de mi hermano que vive en tal sitio, no tendría miedo de ti!
-¡Tampoco yo de ti, si
tuviera un bollo hecho por la hija de la casa donde ahora vivo y un beso suyo!
-le respondió el chico. La chica estaba escondida detrás de una roca de los alrededores,
y cuando oyó esas palabras salió deprisa:
-Toma el bollo y toma un
beso -diciéndole al chico.
El chico cogió el bollo,
le dio a la chica un beso y, luego, golpeó con aquel bollo al león, y... allí
mismo lo tiró al suelo, muerto... El chico le abrió la tripa, y una hermosa
liebre salió de allí mismo y se marchó huyendo deprisa. También el chico se
transformó en liebre, y en seguida la alcanzó. También a la liebre le sacó las
tripas, y salió una hermosa paloma y se marchó volando, volando. Pero también
el chico se transformó en paloma, y habiéndose marchado detrás suyo durante un
tiempo, la alcanzó. Cuando mató a la paloma, en su interior había un huevo. El
chico cogió aquel huevo, y lo metió en una pequeña caja para que no se
rompiera. Luego volvió al lugar donde se había quedado la chica y el rebaño. La
chica y él reunieron las ovejas y regresaron a casa contándose cosas mutuamente.
La hija refirió a la
madre todos los acontecimientos y al día siguiente a los pastores de los
alrededores también, y todos asom-brados, quedaron contentos cuando supieron
que estaba muerto aquel viejo león. No sabían cómo dar las gracias a aquel
criado simpático. Todos sintieron gran pena, sobre todo la madre y la hija
cuando aquel chico les dijo que había cumplido con su quehacer y que tenía
que marcharse de allí. Todo lo posible hiciéronle para que se quedara allí,
pero fue en balde, el chico les decía que tenía quehaceres más grandes que
realizar.
De allí a algunos días,
habiendo dejado el rebaño y aquel monte, se fue a casa del viejo diablo con la
excusa de comprobar si estaban bien. El viejo diablo, y sobre todo su hija, le
acogieron bien diciéndole que durante algunos días estuviese con ellos.
El chico y la chica se
hablaron entre ellos mucho, diciendo uno al otro lo que les había sucedido y
lo que tenían que hacer. Por fin, pensaron hacer como la vez anterior. El
chico se escondería en la higuera y, cuando el viejo diablo se durmiera en el
banco de abajo, le reventaría el huevo en la frente... y lo mataría.
Al día siguiente la hija
puso una comida un poco mejor porque el chico estaba allí... Después de haber
comido y bebido bien, el chico se levantó de la mesa diciendo que se marchaba a
descansar un poco..., pero se subió a la higuera del portal y se escondió
allí. También el viejo diablo y la hija salieron y se pusieron sentados en el
banco de debajo la higuera. Después de haber estado un ratito hablando, el
viejo diablo se quedó dormido.
Entonces el chico se bajó
de la higuera callando callandito, cogió en la mano el huevo de la paloma y
izas...!, se lo reventó en la frente al viejo diablo. Éste no se despertó más.
Tal y como él había dicho antes, se quedó muerto.
De allí a un tiempo
sucedió que la chica y el chico se casaron. También al padre y a la madre
trajeron a ese caserío... desde entonces dícese que vivieron muy bien.
Fuente: Joxemartin Apalategui
108. Anónimo (pais vasco)
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