Le
preguntó el zorro a la perdiz que cómo hacía para silbar.
-Mire,
señora Perdiz, ¿cómo hace para silbar tan finito? ¡Qué me gusta
su silbido!
Porque
el zorro abre la boca tan grande que asusta y sólo dice: ¡Cuac!...
-Es
muy sencillo -le dice la perdiz. Yo le enseño, si quiere.
-Y
¿cómo?
-Y
bueno, le voy a dar unos pespuntes en la boca.
-Y
güeno -dice.
Y
buscó con qué coser, la perdiz. Y le comenzó a coser la boca al
zorro. Y cuando le iba dando los hilvanes, le iba haciendo probar al
zorro el grito, hasta que al fin ya le cosió tanto, que le quedó un
aujerito en la boca, y le salió finito el grito.
-Ya
puede silbar -le dijo.
Y
la perdiz le hizo los pespuntes muy cerca de l'orilla de la boca, con
la precaución, ¡esta bribona!, de que se le descuesa fácil. Y le
dijo al zorro que haga fuerza de silbar hasta que le salga bien. Que
vaya por el camino que él andaba siempre silbando.
-Y
¿por qué camino anda siempre usté?
El
zorro le hizo seña por el camino que andaba porque ya no podía
hablar. Y por áhi se fue silbando el zorro. Y por áhi le salió
bastante bien. Y la perdiz fue y le cortó la retirada. Y se le
allegó cerquita del sendero que éste iba a pasar. Y al mismo tiempo
que iba pasando le pegó un volido de sospresa, y el zorro no pudo
con su costumbre de cazar perdices, y hizo el ademán de cazarla. Y
áhi se le cortaron todos los puntos y se le rajaron todos los
ojales. Y áhi le quedó la boca más grande que ante. Y se le acabó
el silbido.
Juan
C. Ruarte, 66 años. Villa General Roca. Los Manantiales. Belgrano.
San Luis, 1951.
Cuento
697 Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
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anonimo (argentina) - 048
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