El
zorro tenía envidia lo que la perdiz silbaba tan lindo y él no
podía silbar. Por áhi se jue el zorro y se encontró con la perdiz,
y le dice:
-¿Sabís
que vos silbás muy lindo? Señorita, ¡yo quero que me enseñés a
silbar!
Y
entonces, la perdiz, muy asustada lo que li hablaba el zorro, le
dice:
-Eso
será lo de menos, pero hoy no tengo tiempo. Venga mañana a las
ocho.
Y
jue el zorro, y la perdiz se preparó con una auja con hilo. Y cuando
volvió el zorro al otro día le dice:
-Yo
le voy a coser bien la boca, y cuando tenga cosida la boca, yo le voy
a enseñar lo que tiene que hacer.
Y
le cosió la boca. Apenas le dejó un aujerito, que apenas podía
resollar. Y le enseñó, y el zorro empezó a silbar.
Entonce
le dice la perdiz:
-¡Tá
muy bien! Siga no más que ya le va saliendo el silbido. Vayasé por
este camino. Cuando vaya por tal parte, usté ya va a silbar mejor
que yo.
Y
se jue el zorro. Y la perdiz va y se le escondió en la oría del
camino, cuando el zorro no la vido. Y cuando llegó al punto,
pegó un volido, la perdiz. Y el zorro pegó un salto y un grito,
porque se olvidó que andaba aprendiendo a silbar, y la quiso cazar.
Y se le rajó la boca hasta las orejas, y se le acabó el silbido, y
no pudo silbar más.
Pedro
Álvarez, 69 años. Buena Esperanza. San Luis, 1949.
Peón
de campo. Buen narrador.
Cuento
699 Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
0.015.1
anonimo (argentina) - 048
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