Que
andaba silbando la perdiz y que lo encontró al zorro, y que la
saludó:
-¡Cómo
le va comadrita! -que la trataba de comadre. ¿Porqué no me enseña
a silbar?
Entonce
que le dice ella:
-Bueno,
compadre, le voy a enseñar. Ya que me ha pedido le voy a cumplir.
Que
la perdiz le tenía miedo y le tenía desconfianza. Y buscó unas
raicitas finitas y que con una plumita del ala le cosió la boca. Y
cuando le cosió le dijo que aprobara cómo le salía el silbido. Y
aprobó el zorro y que le salía como un soplido. Entonce que la
perdiz le decía:
-¡Pero,
siga, siga ejercitando, ya va a ver que va a silbar bien!
Y
seguía aprobando el zorro, y ¡claro! le salía grueso, pero ya se
iba pareciendo al silbido. Y que siguió ejercitando. Qu' iba por un
caminito, y que la perdiz se escondió, y voló con toda su fuerza,
de intento, por sobre la cabeza del zorro. Y el zorro que si olvidó
que iba silbando y le tiró el tarascón y se le rajó la boca de
oreja a oreja. Y que por un tiempo el zorro no podía comer, y se le
pasó la gana de aprender a silbar.
Leoncia
de Morán, 46 años. Concarán. San Luis, 1951.
Lugareña.
Buena narradora.
Cuento
698 Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
0.015.1
anonimo (argentina) - 048
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