Mamá
tenía la sensación de que el cuenco donde guardaba la nata estaba
cada día más vacío.
-Vamos
a tener que vigilar la nata, Cati. No puedo evitar el pensar que
alguien ha debido de comérsela.
-¿Quién
se atrevería hacer una cosa así? -replicó Cati, ruborizándose.
-No
tengo ni idea -dijo mamá. ¿Acaso la gata? ¿O alguien igual de
goloso? ¿Dónde está ahora la gata?
Entonces,
Cati se puso aún más colorada y confesó:
-Yo
soy la golosa, mamá, no la gata.
Y
su madre, en lugar de enfadarse, la felicitó por haber sido sincera.
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anonimo cuento - 064
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