Estaba
un conejo mordisqueando una zanahoria cerca de unos arbustos
espinosos, cuando sintió un punzante dolor. Se agarró la pata, que
empezaba a pincharle como si se hubiese clavado una espina. Abandonó
el lugar y, cojeando, se encaminó hacia su casa a vendarse la pata,
pensando que a la mañana siguiente se encontraría mejor. Pero,
cuando se despertó, tenía toda la pata inflamada y apenas podía
andar.
Entonces,
se puso su mejor traje y se dirigió, renqueando, a casa del médico.
El doctor Jilguero examinó la pata y movió la cabeza:
-¡Menuda
espinita! -exclamó. Mira lo que te he sacado.
Y
enseñó al conejo nada menos que un perdigón. El conejo dio las
gracias al doctor por haberlo curado y volvió a su casa en plena
forma. Se había salvado por los pelos.
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anonimo cuento - 064
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