Miguel
había ido a pasar las vacaciones a casa de su abuela. A la mañana
siguiente de su llegada, salió a pescar.
El
embalse quedaba en una hondonada con relación a la orilla. Apenas se
había sentado en la arena, cuando la tierra se estremeció bajo sus
pies. Cayó rodando hacia el agua, como un tonel. Por suerte, cerca
de la orilla emergía la copa de un árbol, en el mismo lugar en que
paró su caída. Se agarró con fuerza a una rama y quedó tendido
cuan largo era sobre la copa.
«¡Vaya!
-se dijo. ¡Me he caído varias veces de un árbol, pero nunca había
caído encima!»
Miró
a su alrededor y vio a varios chicos del pueblo que colocaban una
plancha inclinada en lo alto de la pendiente y la cubrían con
hierba. Después, vio cómo corrían a esconderse, en espera de que
otro chico, sin darse cuenta de la trampa, se sentara sobre la
plancha, como había hecho Miguel un momento antes.
-Y
como yo sólo veo a mi hermano, que es de color rosa, pensé que yo
era como él.
Al
escuchar esto, el padre, suspirando, respondió:
-¡Vaya!
¡Un espejo es lo que debería haberos comprado y no un sombrero!
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anonimo cuento - 064
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