Un
día, Tito, el hijo del herrero, se encontraba sentado a la orilla
del río. Mientras veía correr el agua lentamente, le dio por pensar
lo estupendo que sería dejarse llevar por la corriente. Apenas había
formulado su deseo, cuando la carpa a la que salvó un día la vida
surgió en la superficie del río.
-¿Cómo
has llegado hasta aquí? -preguntó Tito sorprendido.
-Lago
o río es casi lo mismo, el agua está en todas partes -respondió la
carpa. Querías flotar sobre el agua; pues bien... ¡aquí tienes un
barco!
Tito
subió de un salto y, llevado por la corriente, no tardó en divisar
junto a la orilla un soberbio castillo. Tanto le gustó aquel lugar
que pidió al rey que le nombrara pastor de su rebaño de ciervos.
Porque el rey, en lugar de ovejas, tenía un rebaño de majestuosos
ciervos.
El
primer día que los llevó a pastar a orillas del río, se le
escaparon todos. «No sé si voy a poder reunirlos» -se dijo para
sus adentros, con un suspiro de desánimo.
En
aquel momento apareció la carpa y entregó a Tito un silbato rojo.
En cuanto empezó a soplar, acudieron todos los ciervos y pasaron el
resto del día pastando tranquilamente en la orilla.
Un
buena acción siempre es recompensada.
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anonimo cuento - 064
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