Los
dos hermanos vivían al lado del mar, pero eran completamente
distintos. El mayor era muy avaro y había llegado a amasar una
pequeña fortuna. El más pequeño, por el contrario, daba todo lo
que tenía. Su generosidad era conocida por todos los mendigos de la
comarca. Así, aunque quisiera, le era imposible progresar.
-No
creas que voy a ayudarte cuando lo necesites -le decía el hermano
mayor. El que hoy da, mañana pide.
-No
te preocupes respondía Chiao-Siao. Yo me conformo con poco.
Pero
un año se extendió una gran hambre por todo el país. El hermano
pequeño llevaba diez días sin comer y se dijo:
-Chiao-Da
me dará una escudilla de arroz. No es tan avaro como parece.
Pero
su hermano le dio con la puerta en las narices y no quiso recibirle.
-¿Habráse
visto? -comentó con su esposa. Lleva despilfarrando lo poco que nos
dejó nuestro padre durante más de veinte años y ahora quiere que
yo le ayude. Pues está fresco.
Chiao-Siao
buscó en toda la aldea, pero no pudo encontrar ni siquiera una
cáscara de plátano. Cuando, abatido, se dirigía hacia su casa, le
salió al encuentro un bonzo.
-Dame
un poco de arroz -le suplicó, llorando. Llevo muchos días sin comer
y soy muy viejo para trabajar. Chiao-Siao le miró con pena.
-Yo
soy joven, pero mi estómago también está vacío. Ven. Aunque no
puedo darte de comer, te hospedaré en mi casa.
El
bonzo le siguió, agradecido. Aquella noche Chiao-Siao hizo una sopa
con las hojas de maíz que cubrían el techo de su casa.
«Espero
que no llueva -se dijo. Sería una lástima que mi huésped se mojara
además de pasar frío.»
-No
debiste hacer eso -le regañó el bonzo. El hambre tarde o temprano
se apaga, pero las estaciones se suceden unas a otras sin parar -y se
bebió la sopa.
A
la mañana siguiente el bonzo sacó un molinillo y dijo a Chiao-Siao:
-Tómalo.
Es lo único que tengo.
-No
puedo aceptarlo -respondió Chiao-Siao. Tus dientes son débiles.
¿Cómo vas a triturar el maíz si me quedo con tu molinillo?
El
bonzo sonrió y añadió:
-Yo
no como maíz. Además, este molinillo es mágico. Si quieres algo,
lo dices y giras la manivela tres veces hacia la derecha. Cuando no
quieras más, gírala hacia la izquierda una vez y se detendrá.
Dicho
esto, el bonzo desapareció. Chiao-Siao tomó en seguida el molinillo
y dijo:
-Quiero
arroz -y giró tres veces la manivela hacia la derecha.
Al
instante comenzó a salir de él tal cantidad de arroz que casi
cubrió la casa entera.
-iDeténte!
-gritaba Chiao-Siao, alarmado, pero el molinillo no le hacía caso.
Entonces
recordó las palabras del bonzo y giró la manivela una vez hacia la
izquierda. El molinillo volvió a ser entonces el trasto inservible,
que sólo usaban los viejos para comer.
-Menos
mal -suspiró Chiao-Siao, aliviado. Ahora quiero aceite, sal y
pescado.
Y
volvió a repetir la operación.
De
esta forma, el joven Chiao-Siao sació su hambre. Pero no se olvidó
de los pobres que deambulaban por los caminos. Abrió las puertas de
su casa y, mientras duró la carestía, alimentó a cuantos no tenían
nada que llevarse a la boca. Su hermano Chiao-Da no salía de su
asombro.
«¿Cómo
es posible que alimente a tanto desharrapado -se preguntaba, cuando
hace apenas tres días que vino a pedirme una taza de arroz?»
Y
se reconcomía de envidia, pensando que Chiao-Siao había encontrado
algún tesoro.
-¿Y
eso qué importa? -le consoló una de sus concubinas. Si continúa
despilfarrándolo todo de esa forma, no le durará más de una
semana.
Pero
los años pasaron y las riquezas de Chiao-Siao iban en aumento. Lo
más raro era que ni trabajaba ni se dedicaba a negocio alguno.
«¡No
lo entiendo! -se decía Chiao-Da. ¡La verdad es que no lo entiendo!»
Y
decidió espiarle día y noche, para ver de dónde sacaba tanto
dinero.
Durante
tres días no descubrió nada. Chiao-Siao se levantaba tarde. Después
se iba a la plaza y repartía monedas de oro a todo el que se las
pidiera.
-¡Qué
lástima no ser un mendigo! se lamentaba Chiao-Da, pero, pese a la
avaricia, no se atrevía a acercarse a su hermano.
Aquella
noche no fue a dormir a su casa. Abrió un agujero en el dormitorio
de Chiao-Siao y así descubrió su secreto.
«¡El
muy cerdo! -pensó, rencoroso, el hermano mayor. Seguro que ese
molinillo era de nuestro padre y lo ha tenido guardado todo este
tiempo sin decirme nada.»
Pero
no se dejó ver. A la mañana siguiente entró en la casa de
Chiao-Siao y le robó el molinillo. En seguida se marchó al puerto y
alquiló cuantos barcos pudo encontrar.
-¿No
hay más? -preguntaba con ansia. Pagaré lo que me pidáis.
-Si
quieres esperar a que construyamos alguno más e
respondían
con sorna. Pero eso, ya sabes, lleva mucho tiempo.
-No,
no. Miraré en otro lugar -y le tomaban por loco. Mientras navegaba
hacia mar abierta con toda la flota. Chiao
Da
iba pensando:
-Seré
el hombre más rico de todo el reino. Con lo cara que está la sal,
tendré más monedas de oro que mi hermano. Entonces giró la
manivela tres veces hacia la derecha y dijo:
-Sal.
Al
punto el molinillo comenzó a escupirla por los cuatro costados. De
esta forma, fue llenando una barca tras otra. Pero. cuando todas
estaban llenas hasta rebosar, Chiao-Da se dio cuenta de que no sabía
cómo pararlo. Dijo cuantas palabras mágicas le vinieron a la mente,
pero todo fue inútil.
-¿Qué
quieres de mí? -suplicó, arrodillándose. Dímelo y lo haré.
Aunque sea devolverte a Chiao-Siao. Dímelo, por favor.
La
sal era tanta que los barcos empezaron a hundirse. Al final, hasta el
mismo Chiao-Da fue a parar al fondo del mar. Allí le encontraron
unos soldados con forma de lagarto.
-¿Eres
tú el que has esparcido esa cosa por nuestras aguas? -le preguntaron
airados, porque hasta entonces la mar no era salada.
Chiao-Da
lo admitió, diciendo:
-La
culpa es de mi hermano. No me dijo cómo se para el molinillo.
-¿Molinillo?
-preguntó el Emperador del Mar, y Chiao-Da le explicó lo que era.
Todos
los ejércitos marinos se pusieron a buscarlo, pero no pudieron dar
con él. El agua, pues, continuó volviéndose salada. A los tres
días todos los océanos sabían a sal.
Nos
moriremos -se quejaron todos los peces al emperador del mar.
Pero
después descubrieron que nadaban mejor y dejaron de exigir la muerte
de Chiao-Da.
-Perdónale
y déjale partir hacia su reino -suplicaron entonces. Su corazón no
es bueno, pero a nosotros nos ha hecho un gran bien.
El
emperador accedió y Chiao-Da fue llevado hasta la playa donde vivía.
En cuanto le vieron, los dueños de todas las barcas que había
alquilado se abalanzaron sobre él.
-¿Dónde
están nuestras barcas? -le preguntaron. Hace más de diez días que
no salimos a la mar y ahora vuelves sin ellas.
Entonces
Chiao-Da tuvo que vender todo lo que tenía. No le quedó ni una sola
moneda de cobre y las concubinas le abandonaron.
-Soy
el más desgraciado de los hombres -se quejaba. llorando.
Sin
embargo, recordó que su madre le había dejado un campo tierra
adentro y hacia él se dirigió.
-Por
lo menos no me moriré de hambre -se dijo. Ser campesino no es
ninguna vergüenza. Araré los campos y ahorraré hasta volver a
comprar lo que acabo de perder.
Vagó
por la campiña, pero no pudo encontrar su campo. En el lugar en el
que él pensaba que estaba sólo había agua. Un caudaloso río lo
cubría todo.
-¿Qué
es lo que ha pasado aquí? -preguntó a un granjero.
-¿Es
que no lo sabes? -le respondió. Los guerreros del Emperador del Mar
vinieron e hicieron este gran surco. Dijeron que necesitaban desalar
la mar y han abierto una salida a todos los lagos. ¡Lástima que le
haya tocado a tu campo!
Chiao-Da
regresó a su aldea y Chiao-Siao le recibió con los brazos abiertos.
-¡Quédate
a vivir en mi casa! -le suplicó.
-No,
no. Soy demasiado avaro y no podría soportar tus despilfarros.
Pero
Chiao-Da era ahora un hombre distinto y había comprendido que, por
encima de la fuerza de las riquezas, está la del amor.
0.005.1 anonimo (china) - 049
No hay comentarios:
Publicar un comentario