Dhzang-Kung-Liang
era un hombre enamorado de las palomas. En toda la provincia de
Shan-Dung nadie tenía una colección como la suya. El señor Dhzang
la había reunido a lo largo de muchos años y tras gastarse
muchísimo dinero. Todas las especies del mundo estaban representadas
en ella.
-Por
una paloma sería capaz de atravesar los mares más profundos y
escalar las montañas más altas -decía con sano orgullo, sin darse
cuenta de que eso precisamente era lo que había hecho durante
lustros.
Pero
más digna de encomio aún era la delicadeza con la que las trataba.
Las abrigaba durante el invierno y las hacía abanicar cuando el
tiempo era caluroso.
-Si
alguno de vosotros no está dispuesto a hacerlo -decía con toda
sinceridad a sus criados, es mejor que se busque otro amo.
Difícilmente puede serme fiel quien no comparte mis ilusiones.
Sin
embargo, no podía evitar que los sirvientes murmuraran a sus
espaldas.
-Está
loco. Sería capaz de casarse con cualquiera con tal de hacerse con
una paloma nueva.
Y
así fue. A las palomas les gusta tanto dormir que, si no se las
despierta, pueden quedarse paralíticas. Dhzang-Kung-Liang sufría,
al verlas debatirse contra el dolor, sin poder levantar el vuelo.
Entonces oyó decir que en el sur había un hombre que tenía una
paloma que no dejaba de volar.
-Si
es eso cierto -se dijo el señor Dhzang, las otras la imitarán y no
dormirán tanto -y en seguida se marchó al lugar que le habían
dicho.
El
viaje fue largo, pero no le importaron las penalidades.
-No
te han engañado -le dijo el dueño de la paloma. En seguida te
llevaré a verla.
Era
un poco más pequeña que las otras, pero su energía no tenía nada
qué envidiar a la de ninguna. Volaba y volaba sin parar. Para comer,
se quedaba suspendida en el aire y había que acercarle los granos al
pico.
-¡Es
asombroso! -exclamó, extasiado Dhzang-Kung-Liang. ¿Cuán-to pides
por ella?
El
dueño sonrió con picardía y dijo:
-Nada.
-¿Nada?
-volvió a preguntar el señor Dhzang, extrañado. ¿Tanto amas a las
palomas, que piensas regalármela?
El
dueño se rió con todas sus fuerzas al comprobar su ingenuidad.
-Nada,
porque a mí el dinero no me atrae y, además, no lo necesito. Si
quieres esta paloma, tendrás que casarte con mi hija. El señor
Dhzang se puso muy triste, porque aún no había pensado en el
matrimonio. Pero, al final, aceptó. Entonces el dueño se inclinó
ante él y dijo:
-El
que ama a seres tan frágiles como las palomas jamás podrá ser rudo
con su esposa -y le entregó, pues, a la paloma y a su hija.
Las
dos eran bellísimas y se parecían como dos noches de primavera.
Dhzang-Kung-Liang las amó con toda la ternura de su corazón. Les
dedicaba tanto tiempo que, poco a poco, comenzó a olvidarse de las
otras palomas.
-¿Para
qué tener la colección más completa de toda la tierra, si ya no la
cuida? -le criticaban los criados.
Un
día la paloma que no dejaba de volar se durmió y ya no volvió a
despertarse. La esposa del señor Dhzang-Kung-Liang la siguió en el
sueño y las dos volaron juntas más allá de la muerte.
-No
os apenéis -le aconsejó el criado más viejo. Las dos eran iguales.
No podían vivir la una sin la otra.
Y
el señor Dhzang sonrió con amargura, porque también él hubiera
querido acompañarlas en su viaje.
Una
noche estaba en su estudio, componiendo un poema de amor, cuando, de
improviso, entró un joven. Era alto, de facciones delicadas y vestía
completamente de blanco. Se movía por la habitación con la soltura
de quien anda por su propia casa. Dhzang-Kung-Liang estaba asombrado.
-¿Se
te ofrece algo? -se atrevió, por fin, a preguntar.
El
joven tardó en responder, pero, cuando lo hizo, su voz sonaba a
aleteo de aves.
-He
oído -dijo- que tienes una extraordinaria colección de palomas, y
quisiera verla.
-Ya
no me ocupo de ellas -respondió Dhzang-Kung-Liang con amargura. Las
palomas fueron mi vida, pero también han sido mi muerte.
-iQué
lástima! -volvió a decir el joven. Yo venía a enseñarte las mías,
pero ya veo que no te interesan.
Al
señor Dhzang volvió a renacerle el amor por las palomas.
Inmediata-mente llevó al joven a su amplísimo palomar y se las
enseñó una por una. El joven las acarició durante horas. Poco a
poco Dhzang-Kung-Liang empezó a sentirse impaciente.
-¿Podrías
enseñarme ahora tus palomas? -preguntó finalmente. No está bien
que tú disfrutes de la belleza de las mías y yo todavía no haya
visto ni una sola de las tuyas.
-No
las tengo aquí -respondió el joven. Si quieres acompañarme a mi
casa, con mucho gusto te las enseñaré.
Entonces
salieron a la noche y anduvieron hasta casi el amanecer. El señor
Dhzang empezaba a pensar que todo había sido una broma de mal gusto,
cuando el joven le puso la mano sobre el hombro y le tranquilizó,
diciendo:
-Ya
estamos cerca. ¿No ves aquella casa?
-¿Cuál?
-preguntó Dhzang-Kung-Liang. ¿Aquella que parece un palomar de
mármol? -y el joven afirmó con la cabeza.
Su
interior era tan lujoso que parecía un palacio. Pero lo más
asombroso era la cantidad de palomas que guardaba. El joven se las
fue enseñando al señor Dhzang por parejas. Eran bellísimas y tan
delicadas que parecían de cristal.
-Regálame
alguna -suplicó al joven.
-¿Para
qué, si ya no te interesan?
-Fue
sólo una manera de hablar. Jamás había gozado tanto como esta
noche.
Tanto
le insistió que el joven accedió a regalarle una pareja.
Dhzang-Kung-Liang las tomó en sus manos con sumo cuidado. Se volvió
para darle las gracias y entonces vio cómo el joven se transformaba
en una paloma. En seguida salió volando por una ventana y la casa
desapareció. Entonces el señor Dhzang comprobó, con horror, que
estaba encima de la tumba de su esposa.
-¡Ha
sido un sueño! ¡Ha tenido que ser un sueño! -se dijo, espantado.
Pero
las palomas eran reales. Las trató con más amor que a ninguna.
Cuantos las veían quedaban en seguida prendados de su belleza y le
suplicaban que les regalara una pluma. Pero Dhzang-Kung-Liang
respondía siempre lo mismo:
-Las
siento tan mías que sería como regalar parte de mi carne.
Con
el tiempo aquellas palomas se multiplicaron. Pero él siguió
negándose a desprenderse de una sola. Un día, sin embargo, llegó a
su casa un ministro imperial y tanto se encaprichó con ellas que
terminó sucumbiendo a sus deseos.
«Las
tratará con cariño -se dijo. El ministro tiene un corazón noble.
¿Cómo podría tenerlo, si no, el emperador a su servicio?»
Y
las lloró sólo durante diez días.
Las
otras se pusieron tan tristes que apenas comían. Entonces el señor
Dhzang se dirigió a la corte con veinte de sus otras palomas.
«Estoy
seguro de que aceptará el cambio -se dijo, para darse ánimos. Tiene
fama de ser una persona muy comprensiva.»
El
ministro le recibió con los brazos abiertos, pero se entristeció
mucho cuando supo el motivo de su visita.
-¿Es
que veinte no os parecen suficientes? -preguntó, ansioso,
Dhzang-Kung-Liang. Si es así, os regalaré todas las que guardo en
mi palomar.
-No
es eso -replicó el ministro.
Tus palomas eran tan tiernas que, en cuanto llegué a palacio, se las
di al cocinero y me las comí.
Dhzang-Kung-Liang
abandonó la corte y nunca más volvió a ella. Aquella noche soñó
con su esposa. Iba vestida de blanco y en sus brazos llevaba un niño
pequeño.
-Este
es el hijo que pudimos tener y jamás tuvimos -dijo, al tiempo que se
lo entregaba con mucho cuidado.
Dhzang-Kung-Liang
extendió los brazos, pero no podía agarrarle.
-¿Por
qué no puedo tomarle conmigo? -preguntó, apenado.
-Mírale,
por lo menos, a los ojos -le respondió su esposa.
Así
lo hizo él y vio que el niño era, en realidad, las dos palomas que
se había comido el ministro. Aterrado, levantó los ojos. Su esposa
tenía ahora el rostro del joven que le visitó aquella noche e
inmediatamente se transformó en una paloma. Después, sin decir nada
más, se marchó volando hacia el oriente.
Cuando
se despertó, fue corriendo a buscar a las otras palomas, pero no
pudo encontrarlas.
-Se
marcharon volando anoche -le respondieron los criados, y él cayó en
la cuenta de que la hora coincidía con la de su sueño.
Entonces
volvió a preguntarse, con lágrimas en los ojos:
-¿Volaron
hacia el oriente en pos de una nube blanca? -y los criados se
quedaron asombrados, porque así había sucedido.
Dhzang-Kung-Liang
abrió entonces las jaulas de todas las demás palomas y las dejó en
libertad. Pero cada una voló en una dirección distinta.
0.005.1 anonimo (china) - 049
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