Al
pie de una de las montañas del norte había una aldea. En ella vivía
un matrimonio. Los dos eran jóvenes, pero no tenían hijos. Cuando
el marido, que era leñador, se marchaba al bosque, la mujer se
quedaba bordando en la casa. Pero se pasaba todo el día llorando.
-¿Por
qué no tendremos hijos? -decía, desesperada. ¿Es que el Señor del
Cielo piensa que no voy a ser una buena madre y por eso me ha secado
el vientre?
-No
digas eso -la consolaba el marido. No podemos tener hijos. ¿Por qué
no lo aceptas, de una vez, y vivimos felices? ¿No tenemos, acaso, de
todo?
El
matrimonio, en efecto, vivía bien. La mujer vendía sus bordados a
las damas de la corte y hasta la primera concubina llegó a
encargarle un manto. Pero el dinero no le importaba. Ella lo que
deseaba era un hijo.
«Quizá
el Señor del Cielo no se haya enterado de mi tragedia -se dijo un
día, esperanzada. Subiré todas las mañanas a la montaña y le
suplicaré que me abra el vientre.»
Así
lo hizo durante tres años. Todos los días, cuando el sol aparecía
en el horizonte, la mujer tomaba su báculo y subía a la montaña.
Cuando llegaba a su cumbre, se arrodillaba y comenzaba a suplicar al
Señor del Cielo.
-Debes
cuidarte más -le decía el marido, preocupado. Esas caminatas te
están mermando las fuerzas. ¿Por qué no descansas unos días, por
lo menos hasta que pase este frío?
-No,
no puedo -respondía, ansiosa, la mujer. Se lo he prometido al Señor
del Cielo.
-¿Cómo
vas a cumplir tu promesa, si te pierdes en la nieve? -replicaba,
angustiado, el marido.
Pero
la mujer no le hacía caso.
Un
día, cuando descendía por las laderas nevadas, oyó el llanto de un
niño. Provenía de unos matorrales. La mujer se acercó, intrigada,
y vio que un lobo llevaba a un niño en sus fauces. Inmediatamente
cogió el báculo y golpeó al lobo con todas sus fuerzas en el lomo.
La bestia huyó despavorida. Entonces, loca de contento, tomó al
niño en sus brazos y se lo llevó corriendo a su casa.
El
parido, extrañado, le preguntó:
-¿Qué
es lo que traes?
-¿No
te decía que el Señor del Cielo no podía ser tan cruel como
pensá-bamos?
Y
le enseñó el niño. El marido no daba crédito a lo que veían sus
ojos.
-Quizás
venga todavía alguien a reclamarlo -dijo, emocionado. No es justo
que, si tiene padres, nos quedemos nosotros con él.
Pero
el tiempo pasó y nadie llamó a su puerta, preguntando por el niño.
Sin embargo, a los tres meses una anciana se presentó en la casa del
leñador. Traía los pies sangrando y su expresión era triste.
¿Qué
es lo que quieres, buena mujer? -la preguntó el marido.
-Vengo
a por mi hijo -respondió, ilusionada, la anciana.
-¿Tu
hijo? -volvió a preguntar el marido.
-Sí,
mi hijo. Yo soy de un pueblo al otro lado de las montañas. Como soy
viuda, tengo que sacar yo sola a pastar a las ovejas. Un día, hace
ya tres meses, vino una manada de lobos y se llevaron a varios
corderos y a mi hijo. Os agradezco que le arrancarais de sus garras.
Pero
la mujer no quería creerla.
-¿Como
tú, siendo tan vieja, has podido tener un hijo? -le preguntó
llorando.
-Si
no quieres creerme -respondió la anciana, mira debajo del ombligo
del niño y verás que tiene un lunar rosa.
Así
lo hizo la mujer y, de esta forma, se convenció de que lo que decía
la anciana era verdad.
-Sois
tan buenos que me da pena dejaros tan tristes -dijo al despedirse.
-No
importa -respondió el marido. Estamos acostumbrados a las lágrimas.
No te preocupes por nosotros.
Entonces
la anciana sacó una bolsa de trapo y les dijo:
-Tomad.
Esta bolsa ha pertenecido durante generaciones a
mi familia. Aceptadla en prueba de mi agradecimiento.
-Sólo
hemos hecho lo que debíamos -respondió la mujer. Nos alegramos de
que nuestro hijo haya encontrado a su verdadera madre.
Pero
tanto insistió la anciana, que terminaron aceptando el regalo.
-Es
una bolsa muy especial -dijo, cuando ya se marchaba. Si metéis en
ella una piedra, se transformará en un diamante. Pero no miréis
nunca en su interior, porque entonces perdería sus poderes.
El
leñador y su esposa se quedaron muy tristes. Durante dos días no
comieron nada. Por fin, el marido dijo:
-No
podemos seguir así. ¿Por qué, en vez de apenarnos por no tener
hijos, no nos alegramos por haber sido padres durante tres meses?
-Tienes
razón -respondió la mujer, y desde entonces no pensaron tanto en su
mala suerte.
Un
día, cuando salía a cortar leña, el marido se fijó en la bolsa de
la anciana. Era de trapo burdo y estaba en el mismo lugar en el que
ella la había dejado.
«¿Y
si fuera verdad la historia que nos contó la anciana? -se preguntó-.
Podríamos hacer ricos a todos los habitantes de la aldea.»
Entonces
metió una pequeña piedra y, en efecto, al sacarla se había
convertido en un diamante. Fuera de sí de contento, fue a despertar
a su esposa.
-¡Mira!
¡Es verdad lo que nos dijo la anciana! -entró gritando en su
habitación. Esta bolsa transforma las piedras en diamantes.
Pero
la mujer no dijo nada, porque le recordaba al niño que durante tres
meses había sido su hijo. No obstante, se pasó todo el día
metiendo piedras en la bolsa y sacándolas convertidas en diamantes.
Por la tarde salió a los caminos y se los dio a los mendigos.
A
la caída del sol toda la aldea era rica. Sólo una mujer no quiso
aceptar su regalo.
-No.
Yo soy ya demasiado vieja para soñar con sedas y oro -dijo,
agradecida.
Después,
mirándola fijamente a los ojos, añadió:
-No
debes estar tan triste por no tener hijos. Cuando esa montaña se
haga transparente, mecerás uno en tus brazos.
-¿Una
montaña transparente? -preguntó la esposa del leñador. Ahora sé
que mi sueño es imposible -y regresó, llorando, a su casa.
La
nueva de lo que había ocurrido en la aldea se extendió por todo el
reino. Todos los ladrones se pusieron en seguida en camino. El
primero en llegar fue el más peligroso: uno al que llamaban Corazón
de serpiente. Haciéndose pasar por mendigo, llamó a todas las
puertas y en cada una de ellas le dijeron:
-Vete
a casa del leñador. Es a él a quien debemos nuestra riqueza.
El
leñador y su esposa le recibieron con los brazos abiertos. Estaban
tan ansiosos por hacer el bien que no se dieron cuenta de que aquel
mendigo estaba demasiado gordo.
-¿Cuántos
diamantes necesitas? -le preguntó el leñador.
El
falso mendigo estaba tan asombrado que no pudo abrir la boca.
-Bien.
Dale tres -dijo la mujer,
porque tales son las edades del hombre.
El
leñador tomó la bolsa, metió en ella tres piedras y las sacó
transformadas en diamantes. Corazón de serpiente se quedó de una
pieza.
«¿Para
qué voy a robar a esta gente -se preguntó, cuando puedo tener todo
el dinero que quiera?»
Y
aquella misma noche se hizo con la bolsa.
En
seguida se marchó a la montaña. Cuando llegó a la cumbre, cogió
tres pedruscos y los metió en ella. .
«Este
es sólo el principio de mi fortuna -se dijo. Quiero ver cómo hace
esta bolsa para convertir las piedras en diamantes. Seguro que tiene
algún duende escondido.»
Pero,
al mirar en su interior, no descubrió ningún espíritu. Además, la
bolsa perdió de pronto sus poderes. Cuando sacó los pedruscos,
pues, seguían siendo piedras. Corazón de serpiente se puso furioso.
-¡Me
han engañado! -gritó. ¡Pronto aprenderán esos pordioseros a no
jugar con un bandido como yo! -y comenzó a correr hacia la aldea.
Al
poco rato notó que las piernas se le hacían pesadas. Miró para
atrás y vio que toda la montaña se había transformado en un gran
diamante. Antes de que pudiera darse cuenta, hasta él mismo se
convirtió en cristal.
-¡Qué
hermosura! -exclamó a la mañana siguiente el leñador. Toda la
montaña se ha vuelto transparente.
La
mujer recordó las palabras de la vieja y se lanzó hacia la ventana.
Entonces el sol y la luna se reflejaron en la cumbre y toda la
montaña se abrió. De ella surgió un niño.
-¿Te
gusta? -preguntó la mujer al leñador. Es nuestro hijo.
Y
los dos lloraron, emocionados.
Desde
ese día aquélla fue la aldea más rica del mundo, porque todos sus
habitantes por fin tenían hijos.
0.005.1 anonimo (china) - 049
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