Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 25 de octubre de 2014

La bolsa y la montaña maravillosas

Al pie de una de las montañas del norte había una aldea. En ella vivía un matrimonio. Los dos eran jóvenes, pero no tenían hijos. Cuando el marido, que era leñador, se marchaba al bosque, la mujer se quedaba bordando en la casa. Pero se pasaba todo el día llorando.
-¿Por qué no tendremos hijos? -decía, desesperada. ¿Es que el Señor del Cielo piensa que no voy a ser una buena madre y por eso me ha secado el vientre?
-No digas eso -la consolaba el marido. No podemos tener hijos. ¿Por qué no lo aceptas, de una vez, y vivimos felices? ¿No tenemos, acaso, de todo?
El matrimonio, en efecto, vivía bien. La mujer vendía sus bordados a las damas de la corte y hasta la primera concubina llegó a encargarle un manto. Pero el dinero no le importaba. Ella lo que deseaba era un hijo.
«Quizá el Señor del Cielo no se haya enterado de mi tragedia -se dijo un día, esperanzada. Subiré todas las mañanas a la montaña y le suplicaré que me abra el vientre.»
Así lo hizo durante tres años. Todos los días, cuando el sol aparecía en el horizonte, la mujer tomaba su báculo y subía a la montaña. Cuando llegaba a su cumbre, se arrodillaba y comenzaba a suplicar al Señor del Cielo.
-Debes cuidarte más -le decía el marido, preocupado. Esas caminatas te están mermando las fuerzas. ¿Por qué no descansas unos días, por lo menos hasta que pase este frío?
-No, no puedo -respondía, ansiosa, la mujer. Se lo he prometido al Señor del Cielo.
-¿Cómo vas a cumplir tu promesa, si te pierdes en la nieve? -replicaba, angustiado, el marido.
Pero la mujer no le hacía caso.
Un día, cuando descendía por las laderas nevadas, oyó el llanto de un niño. Provenía de unos matorrales. La mujer se acercó, intrigada, y vio que un lobo llevaba a un niño en sus fauces. Inmediatamente cogió el báculo y golpeó al lobo con todas sus fuerzas en el lomo. La bestia huyó despavorida. Entonces, loca de contento, tomó al niño en sus brazos y se lo llevó corriendo a su casa.
El parido, extrañado, le preguntó:
-¿Qué es lo que traes?
-¿No te decía que el Señor del Cielo no podía ser tan cruel como pensá-bamos?
Y le enseñó el niño. El marido no daba crédito a lo que veían sus ojos.
-Quizás venga todavía alguien a reclamarlo -dijo, emocionado. No es justo que, si tiene padres, nos quedemos nosotros con él.
Pero el tiempo pasó y nadie llamó a su puerta, preguntando por el niño. Sin embargo, a los tres meses una anciana se presentó en la casa del leñador. Traía los pies sangrando y su expresión era triste.
¿Qué es lo que quieres, buena mujer? -la preguntó el marido.
-Vengo a por mi hijo -respondió, ilusionada, la anciana.
-¿Tu hijo? -volvió a preguntar el marido.
-Sí, mi hijo. Yo soy de un pueblo al otro lado de las montañas. Como soy viuda, tengo que sacar yo sola a pastar a las ovejas. Un día, hace ya tres meses, vino una manada de lobos y se llevaron a varios corderos y a mi hijo. Os agradezco que le arrancarais de sus garras.
Pero la mujer no quería creerla.
-¿Como tú, siendo tan vieja, has podido tener un hijo? -le preguntó llorando.
-Si no quieres creerme -respondió la anciana, mira debajo del ombligo del niño y verás que tiene un lunar rosa.
Así lo hizo la mujer y, de esta forma, se convenció de que lo que decía la anciana era verdad.
-Sois tan buenos que me da pena dejaros tan tristes -dijo al despedirse.
-No importa -respondió el marido. Estamos acostumbrados a las lágrimas. No te preocupes por nosotros.
Entonces la anciana sacó una bolsa de trapo y les dijo:
-Tomad. Esta bolsa ha pertenecido durante generaciones a mi familia. Aceptadla en prueba de mi agradecimiento.
-Sólo hemos hecho lo que debíamos -respondió la mujer. Nos alegramos de que nuestro hijo haya encontrado a su verdadera madre.
Pero tanto insistió la anciana, que terminaron aceptando el regalo.
-Es una bolsa muy especial -dijo, cuando ya se marchaba. Si metéis en ella una piedra, se transformará en un diamante. Pero no miréis nunca en su interior, porque entonces perdería sus poderes.
El leñador y su esposa se quedaron muy tristes. Durante dos días no comieron nada. Por fin, el marido dijo:
-No podemos seguir así. ¿Por qué, en vez de apenarnos por no tener hijos, no nos alegramos por haber sido padres durante tres meses?
-Tienes razón -respondió la mujer, y desde entonces no pensaron tanto en su mala suerte.
Un día, cuando salía a cortar leña, el marido se fijó en la bolsa de la anciana. Era de trapo burdo y estaba en el mismo lugar en el que ella la había dejado.
«¿Y si fuera verdad la historia que nos contó la anciana? -se preguntó-. Podríamos hacer ricos a todos los habitantes de la aldea.»
Entonces metió una pequeña piedra y, en efecto, al sacarla se había convertido en un diamante. Fuera de sí de contento, fue a despertar a su esposa.
-¡Mira! ¡Es verdad lo que nos dijo la anciana! -entró gritando en su habitación. Esta bolsa transforma las piedras en diamantes.
Pero la mujer no dijo nada, porque le recordaba al niño que durante tres meses había sido su hijo. No obstante, se pasó todo el día metiendo piedras en la bolsa y sacándolas convertidas en diamantes. Por la tarde salió a los caminos y se los dio a los mendigos.
A la caída del sol toda la aldea era rica. Sólo una mujer no quiso aceptar su regalo.
-No. Yo soy ya demasiado vieja para soñar con sedas y oro -dijo, agradecida.
Después, mirándola fijamente a los ojos, añadió:
-No debes estar tan triste por no tener hijos. Cuando esa montaña se haga transparente, mecerás uno en tus brazos.
-¿Una montaña transparente? -preguntó la esposa del leñador. Ahora sé que mi sueño es imposible -y regresó, llorando, a su casa.
La nueva de lo que había ocurrido en la aldea se extendió por todo el reino. Todos los ladrones se pusieron en seguida en camino. El primero en llegar fue el más peligroso: uno al que llamaban Corazón de serpiente. Haciéndose pasar por mendigo, llamó a todas las puertas y en cada una de ellas le dijeron:
-Vete a casa del leñador. Es a él a quien debemos nuestra riqueza.
El leñador y su esposa le recibieron con los brazos abiertos. Estaban tan ansiosos por hacer el bien que no se dieron cuenta de que aquel mendigo estaba demasiado gordo.
-¿Cuántos diamantes necesitas? -le preguntó el leñador.
El falso mendigo estaba tan asombrado que no pudo abrir la boca.
-Bien. Dale tres -dijo la mujer, porque tales son las edades del hombre.
El leñador tomó la bolsa, metió en ella tres piedras y las sacó transformadas en diamantes. Corazón de serpiente se quedó de una pieza.
«¿Para qué voy a robar a esta gente -se preguntó, cuando puedo tener todo el dinero que quiera?»
Y aquella misma noche se hizo con la bolsa.
En seguida se marchó a la montaña. Cuando llegó a la cumbre, cogió tres pedruscos y los metió en ella. .
«Este es sólo el principio de mi fortuna -se dijo. Quiero ver cómo hace esta bolsa para convertir las piedras en diamantes. Seguro que tiene algún duende escondido.»
Pero, al mirar en su interior, no descubrió ningún espíritu. Además, la bolsa perdió de pronto sus poderes. Cuando sacó los pedruscos, pues, seguían siendo piedras. Corazón de serpiente se puso furioso.
-¡Me han engañado! -gritó. ¡Pronto aprenderán esos pordioseros a no jugar con un bandido como yo! -y comenzó a correr hacia la aldea.
Al poco rato notó que las piernas se le hacían pesadas. Miró para atrás y vio que toda la montaña se había transformado en un gran diamante. Antes de que pudiera darse cuenta, hasta él mismo se convirtió en cristal.
-¡Qué hermosura! -exclamó a la mañana siguiente el leñador. Toda la montaña se ha vuelto transparente.
La mujer recordó las palabras de la vieja y se lanzó hacia la ventana. Entonces el sol y la luna se reflejaron en la cumbre y toda la montaña se abrió. De ella surgió un niño.
-¿Te gusta? -preguntó la mujer al leñador. Es nuestro hijo.
Y los dos lloraron, emocionados.
Desde ese día aquélla fue la aldea más rica del mundo, porque todos sus habitantes por fin tenían hijos.

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