El
señor Tsai era un orfebre extraordinario. Tenía su taller en las
montañas, y bajaba una vez al año a la ciudad. Entonces vendía su
mercancía y regresaba en seguida a su casa. Un año, sin embargo, no
pudo hacerlo. Se le hizo demasiado tarde y tuvo que quedarse a dormir
en la ciudad.
-¿Por
qué no vienes a mi casa? -le preguntó un amigo suyo, que era
alfarero. Hace mucho que no pasas por ella, y mi mujer se alegrará
de verte.
-Me
gustaría -dijo el señor Tsai. Pero temo molestar.
Sin
embargo, tanto insistió el alfarero que terminó aceptando. Como era
de esperar, le dieron una cena opípara y le ofrecieron la mejor
habitación que había en la casa.
Pero
la mujer del alfarero era muy ambiciosa.
Seguro
que tu amigo lleva encima mucho dinero -dijo a su marido. Matémosle
y quedémonos con todo.
-¿Cómo
vamos a hacer una cosa tan monstruosa? -se opuso el alfarero- Tsai,
además de amigo mío, es nuestro huésped. Pero, en cuanto se puso a
trabajar en el alfar, cambió de idea. «Este oficio es para esclavos
-se dijo. Mi mujer tiene razón. Mataré a ese hombre y seremos
ricos.»
Así
lo hizo. Pero en seguida empezó a ponerse nervioso porque no sabía
qué hacer con el cadáver.
-No
seas tonto -le
dijo la mujer. Métele en el horno y cuece con él lo que te parezca.
El
alfarero puso manos a la obra y modeló una palangana. Le salió
defectuosa. Pero no le importó, porque con el dinero que robó al
señor Tsai compró una casa y cambió de oficio.
-Si
no llega a ser por mí -decía a menudo la mujer, aún estarías
manchándote las manos de barro. ¿No es maravilloso vivir como un
príncipe?
-Sí,
es maravilloso -respondía el alfarero, pero su corazón continuaba
en su vieja casa.
Una
noche llegó a la ciudad un estudiante. Buscó alojamiento, pero,
como era día de mercado, no pudo encontrarlo. Entonces, unos amigos
le dijeron:
-¿Por
qué no vas a la antigua casa del alfarero? Está ruinosa, pero es
preferible pasar allí la noche que al aire libre.
El
estudiante aceptó, agradecido, la idea. Estaba muy cansado, pero no
podía dormir porque no había traído su almohada. Entonces buscó
entre los trastos del alfarero y halló la palangana.
«Esto
me servirá», se dijo.
Y,
en efecto, pronto estaba tan dormido como un tronco. Pero a eso de la
media noche oyó una voz que le decía:
-¿Te
parece bien lo que estás haciendo? Encima de turbar mi sueño,
tienes la desfachatez de ponerte a descansar sobre mí. El estudiante
dio un salto y gritó:
-Si
eres un espíritu apiádate de mí, porque mi madre es viuda y yo no
he aprobado todavía los exámenes del rey.
-¿Yo
un espíritu? -rió la palangana. Soy sólo una pieza de barro
defectuosa.
Entonces
le contó toda la historia. El estudiante se quedó estupefacto.
-¿Y
qué quieres que haga yo? Como ya te he dicho, soy un estudiante y,
además, malo.
-No
te preocupes -respondió la palangana. Mañana llega a la ciudad el
juez Bao-Kung, y quiero que me lleves ante él.
A
la mañana siguiente, el estudiante se presentó en el patio de
audiencias. Llevaba la palangana bajo el brazo y expuso su caso con
mucha firmeza. El juez Bao-Kung preguntó:
-¿Así
que esa palangana habla?
-Sí,
señor -dijo el estudiante. No me hubiera atrevido a acusar a gente
tan importante de no habérmelo dicho ella misma.
-Bien.
Entonces déjala hablar a ella. Quiero oír a qué suena su voz.
Pero
la palangana no abrió el pico. Entonces, el juez BaoKung montó en
cólera y ordenó:
-Que
den quince latigazos a este joven por reírse tan descaradamente de
esta corte.
Y,
aunque el estudiante protestó, recibió el castigo. Por la noche, la
palangana le dijo:
-Lamento
lo que te ha ocurrido. Aunque soy de barro, todavía recuerdo lo que
duelen los latigazos.
-Entonces,
¿por qué no hiciste
nada por impedirlo?
-No
podía -se disculpó la palangana. Los dos dioses que hay pintados en
las puertas del patio de audiencias son tan severos que no me
permitieron hablar. Si los retiran, no habrá ningún problema y
podré hacerlo con toda tranquilidad.
Al
día siguiente, el juez Bao-Kung le vio y le ordenó que se acercara.
-¿Otra
vez por aquí? ¿Por qué has vuelto a traer esa palangana?
-Porque
es verdad lo que os dije ayer -respondió el estudiante. Esta
palangana habla. Ayer no pudo hacerlo porque se lo prohibieron los
dos dioses que hay pintados en las puertas de este patio.
El
juez Bao-Kung mandó retirarlos, pero la palangana tampoco habló.
Esta vez la ira del juez era espantosa.
-¿Has
visto lo que me has hecho hacer? -preguntó enfurecido. Yo te he
creído, pero tú has vuelto a reírte de mi autoridad. ¡Que le den
treinta latigazos!
Esta
vez el estudiante no dijo nada. Agachó la cabeza y se dejó llevar
por los verdugos.
-Tienes
que comprenderlo -se disculpó la palangana por la noche. Es verdad
que retiraron los dioses de las puertas, pero dejaron el que había
detrás del juez Bao-Kung. Es más poderoso incluso que los otros dos
juntos.
-¿Y
yo cómo lo sé? -dijo el estudiante, malhumorado. Ya ves los
problemas que me estás causando. Si quieres acusar a alguien,
conmigo no cuentes. Vete tú sola.
Pero
al día siguiente volvió a coger la palangana y se presentó en el
patio de audiencias.
El
juez Bao-Kung pensó al verle: «Tiene que ser verdad lo que cuenta
este joven. De lo contrario no se expondría con tanta facilidad a
los castigos. Y loco, ciertamente, no está.»
Dirigiéndose
a él preguntó en voz alta:
-Bueno.
¿Qué es lo que impidió a tu palangana hablar ayer?
-El
dios que teníais colgado a vuestra espalda -respondió el estudiante
con voz débil. Es más poderoso que los que había pintados en las
puertas de este patio.
-Mira
-añadió, comprensivo, el juez Bao-Kung. Vamos a sacar de aquí a tu
palangana parlanchina.
Entonces
agarró la pieza de barro y la echó a rodar. En cuanto abandonó el
patio de audiencias comenzó, en efecto, a gritar:
-¡El
alfarero y su mujer mataron al orfebre Tsai! ¡El alfarero y su mujer
mataron al orfebre Tsai!
Toda
la ciudad se enteró, y los culpables fueron castigados. El juez
Bao-Kung felicitó al estudiante, diciendo:
-Has
hecho bien en sufrir para ser oído. La justicia exige a veces esos
sacrificios.
Y
le nombró su ayudante, porque había mostrado la constancia de la
gota de agua que golpea la roca hasta desmoronarla.
0.005.1 anonimo (china) - 049
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