La
familia Kung tenía dos hijos varones. Los dos eran muy trabajadores,
pero, en cuanto murió la madre, Kung-Sin, el mayor, comenzó a
dedicarse a la bebida y al juego. Todos los días regresaba a casa al
amanecer y nunca traía ni una sola moneda de cobre en los bolsillos.
-No
te preocupes -decía Kung-Ching, el hijo menor, a su padre. Se le
pasará esta fiebre por el juego. Está triste por la muerte de
nuestra madre. Eso es todo.
-Quisiera
creerte -sollozaba el padre, pero jamás he conocido a nadie que haya
podido librarse de esa maldición. El juego ha sido la ruina de
muchas familias.
-Kung-Sin
no es así. Tú lo sabes bien.
Pero,
a medida que pasaba el tiempo, su afán por el majong* fue haciéndose
cada vez mayor. Sus deudas aumentaron como las malas hierbas y apenas
tenía dinero para pagarlas. Su carácter, además, se tornó agrio.
Ya no pedía dinero a su padre; se lo exigía, como si fuera un
vulgar bandido.
-Compréndelo
-le reprendía el anciano con dulzura. Estos campos no son sólo
tuyos. Tu hermano también tiene una parte en ellos. Además, es él
quien ahora los trabaja.
-¿Por
qué siempre tienes que echarme en cara la bondad de mi hermano?
-replicaba, malhumorado, Kung-Sin. ¿Acaso no te he servido durante
años?
Y
el padre terminaba dándole a escondidas las monedas de plata que le
exigía.
Pero
llegó un momento en que ya no pudo seguir haciéndolo. Entonces
Kung-Sin montó en cólera y gritó a su anciano padre:
-¡Si
es que tanto te preocupa mi hermano, repartamos de una vez la
herencia! ¡Ya haré yo con mi parte lo que más me convenga!
El
padre se entristeció mucho, pero no pudo hacer nada. Además, el
juez de la aldea era amigo de Kung-Sin y decidió totalmente a su
favor. También él era un jugador empedernido.
-Siendo
así que Kung-Sin es el mayor y que a él compete la transmisión del
apellido Kung -declaró, solemne, no veo por qué su padre y su
hermano han de quedarse con algo.
Kung-Ching
y su padre se vieron, de esta forma, en la calle. Ya no poseían nada
y eran más pobres que un mendigo. Sólo les permitieron llevarse un
hatillo con ropa.
-Si
te viera tu madre, se moriría de pena -sollozó, impotente, el
padre. Ni siquiera las bestias del bosque arrojan a sus padres de sus
madrigueras.
-No
te preocupes, padre -le consoló Kung-Ching. Todavía me tienes a mí.
Y
se volvió por última vez para ver las tablillas del altar de los
antepasados. Entonces Kung-Sin agarró el cuadro que había a su
izquierda y se lo arrojó a la cara. Era muy antiguo y desde siempre
había estado en aquella casa. Representaba a un pavo real
gigantesco. A sus pies una gallina diminuta le miraba con asombro.
-¿Para
qué quiero yo una cosa de tan poco valor? -se burló Kung-Sin. Si
quisiera venderlo, no me darían ni tres monedas de cobre por él.
Kung-Ching
no dijo nada. Se agachó y lo enrolló con todo cuidado. Después
salió a la calle con su padre.
-¿A
dónde vamos a ir ahora? -preguntaba, desesperado, el anciano-. En
esta aldea no hay ninguna casa vacía.
Entonces
Kung-Ching se acordó del antiguo bonzorio*. Estaba tan derruido que
ya nadie vivía en él. Sus paredes podían derrumbarse en cualquier
momento, pero, como no tenían ningún otro sitio donde refugiarse,
se fueron allí.
-Habrá
espíritus entre estas ruinas -decía el padre. Este lugar lleva
mucho tiempo deshabitado.
-Ni
los espíritus se preocupan de los pobres -dijo Kung-Ching con
amargura, y se dispuso a adecentar un rincón donde pasar la noche.
En
cuanto estuvo un poco limpio, lo primero que hizo fue colgar el
cuadro del pavo real. Lo desenrolló y los dos tuvieron la sensación
de encontrarse en casa en aquel lugar.
-No
tiene nada de extraño -explicó el anciano. Este cuadro ha estado al
lado del altar de nuestros antepasados desde que existe el apellido
Kung.
Y
se le saltaron las lágrimas.
Kung-Ching
encontró trabajo en los campos. En ellos pasaba los días de sol a
sol. Cuando regresaba, rendido, al bonzorio, se dejaba caer en su
rincón y contemplaba durante horas el cuadro del pavo real. La
conducta de su hermano le producía tal tristeza que apenas podía
dormir por las noches.
-¿Qué
podrá significar esa pintura? -se preguntaba. ¿Por qué existe esa
diferencia tan grande de tamaño entre la gallina y el pavo real?
Y
así evitaba pensar en las cosas que le apenaban.
Una
noche, sin embargo, cuando estaba a punto de conciliar el sueño, la
habitación se iluminó. Al principio, Kung-Ching creyó que ya había
amanecido, pero pronto se dio cuenta de que aún era noche cerrada.
Entonces vio que el pavo gigante y la gallina diminuta habían
abandonado su lugar en el cuadro.
-¿Quiénes
sois? -preguntó, estupefacto. ¿Por qué tenéis esos poderes?
Pero
no había terminado todavía de hablar, cuando el pavo real se
transformó en una doncella bellísima. Su sonrisa era tan pura como
la aurora.
-¿De
qué te extrañas? -le dijo.
Has sido muy bueno trayéndome contigo. Es natural que ahora te
corresponda.
-Sí,
pero ¿quiénes sois en realidad? -insistió Kung-Ching.
-Eso
no importa -volvió a decir la doncella. Los nombres ya no tienen que
ver nada con el carácter de las personas que los usan. Te lo acabo
de decir: Sólo quiero agradecerte tu amistad.
Entonces
acarició con dulzura la cabeza de la gallina. Esta cacareó diez
veces y puso un huevo de oro. Kung-Ching no salía de su asombro.
-No
me preguntes nada -le aconsejó la doncella. Sólo recuerda esto: la
noche del último día del año vete a la colina que hay detrás del
bonzorio y espérame allí. No te olvides. Lleva dos cintas tan
largas como puedas: una de color blanco y otra de color amarillo.
Y,
sin que Kung-Ching pudiera darle las gracias, volvió a meterse
dentro del cuadro. Al principio creyó que todo había sido un sueño,
pero el huevo de oro era tan real como su cansancio.
-No
lo vendas -le aconsejó su padre. Si lo haces, pensarán que lo hemos
robado. Es mejor que lo tengamos guardado cierto tiempo.
Sin
embargo, nadie dudó de su honradez, porque se sabía que era un
hombre muy trabajador. Kung-Ching compró una casa y un pequeño
campo. En seguida lo transformó en un vergel y comenzó a prosperar.
Pero, en cuanto se enteró Kung-Sin, le llevó ante el juez,
diciendo:
-Aquí
tienes a mi hermano, un villano que me robó la mitad de la herencia
y ahora vive opíparamente. ¿No es eso reírse de la justicia?
El
juez se alegró sobremanera, porque Kung-Sin le debía mucho dinero.
Sabía que Kung-Ching era una persona honrada, pero sus intereses
estaban por encima de todo. Además, aquel desafortunado joven no
podía justificar de dónde había sacado tanto dinero en tan poco
tiempo.
Es
justo el pleito presentado por Kung-Sin -declaró.
Y
por segunda vez su padre y su hermano volvieron a perderlo todo.
El
anciano no pudo resistirlo. Murió antes de salir de la sala de
audiencias. Su hijo mayor no quiso soltar ni una sola moneda para su
entierro.
-¿Para
qué, si se va a pudrir lo mismo? -preguntó, irrespetuoso.
Pero
muchos le siguieron tratando, sólo porque tenía dinero.
Kung-Ching
se hizo cargo de todo. Pidió prestado, se endeudó y le dio a su
padre el mejor entierro que jamás había habido en la aldea.
-¡Qué
buen hijo! -decían. admirados. Es un ejemplo para todos menos para
el cabeza loca de su hermano.
Kung-Ching
trabajó como un esclavo y fue devolviendo poco a poco el dinero que
debía.
Así
pasó el tiempo y llegó la última noche del año. Entonces recordó
lo que le había dicho el pavo real y se fue a la colina que había
detrás del bonzorio. Allí extendió el rollo de la pintura, y aún
no habían dado las doce, cuando el enorme pavo real abandonó el
papel del cuadro y se transformó en una doncella. Kung-Ching se echó
a llorar.
¿Por
qué lloras? -le preguntó la joven con dulzura. Esta es noche de
alegrías y no de tristezas.
-Sí,
pero es la primera vez que la paso solo -replicó Kung-Ching. Mi
padre murió y mi hermano ha vuelto a robarme lo que tenía. La
familia Kung se está extinguiendo.
Entonces
la doncella tomó las dos cintas que había traído, la una blanca y
la otra amarilla, y dijo:
-¿Por
qué te preocupas del dinero? Eso es algo que habéis inventado los
hombres para esclavizaros unos a otros. ¿Lo ves? -y la cinta blanca
se convirtió en plata, y la amarilla en oro.
Pero
Kung-Ching estaba todavía muy triste. La doncella le miró a los
ojos y le preguntó:
-¿Qué
más deseas?
-Lo
que yo quiero -dijo Kung-Ching, bajando la vista- no puede dármelo
nadie.
Tanto
insistió la doncella, que terminó revelándole su secreto.
-Si
te casaras conmigo -dijo,
me harías el hombre más feliz del mundo. Estoy enamorado de ti
desde el primer día en que te vi.
La
doncella se puso roja como el atardecer. Su turbación era tan grande
que se tapó la cara con un pañuelo de seda.
-Si
me caso con un mortal -dijo finalmente, perderé todos mis poderes.
Pero
no le importó y aceptó a Kung-Ching por esposo.
Los
años pasaron y llegaron a ser más ricos de lo que había sido su
padre. Su casa estaba llena de criados y sus campos eran los más
extensos de toda la provincia. Kung-Sin no les molestó más. Tras la
muerte de su padre dilapidó en seguida todo lo que tenía y
desapareció de la aldea.
Un
día se presentó un mendigo a su puerta. Su cuerpo estaba lleno de
pústulas y sus vestidos no eran más que jirones. Los criados le
encontraron tan repulsivo que se negaron a darle limosna. Kung-Ching
lo vio y les reprendió severamente.
-¿Por
qué tratáis así a un semejante? ¿No os he dicho mil veces que yo
también fui mendigo?
Y
le dio una bolsa llena de monedas de plata.
El
mendigo sólo dijo «gracias», pero en aquella voz Kung-Ching
reconoció a su hermano.
-No
-negó el mendigo.
Estáis equivocado, señor. Yo no soy de esta región. Jamás he
estado aquí.
Sin
embargo, al salir a la calle, comenzó a correr como un loco.
Kung-Ching supo que le había engañado y le siguió. gritando:
-iKung-Sin,
hermano mío, vuelve! ¡En mi casa hay lugar para los dos!
Pero
Kung-Sin no se detuvo. Corrió por veredas y cañadas, hasta que
tropezó con una piedra y se desnucó. Kung-Ching le lloró durante
meses.
-¿Qué
puedo hacer para alegraros? -le preguntaba su esposa. Cuando sólo
era un pavo real os traía más alegría al corazón. ¿Os acordáis?
Estaba colgada de la pared al lado del altar de nuestros antepasados.
Kung-Ching
dio un salto en su asiento.
-¡Siempre
das con la solución! -dijo, agradecido, e hizo grabar el nombre de
Kung-Sin en las tablillas. Ahora la familia está junta otra vez.
Y
la sonrisa volvió a su rostro.
0.005.1 anonimo (china) - 049
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