El
era pescador y ella apenas si salía de casa. Vivían en una choza a
la orilla del mar. La construyeron con los despojos que a veces
arrojaban las aguas. Pero, como en los últimos treinta años no
había habido naufragios, estaba hecha de conchas y algas.
-¿Por
qué no habremos ido a vivir a un bosque? -se quejaba la mujer, que
era muy avariciosa. Por lo menos tendríamos una casa de madera y no
esta pocilga que no puede detener el viento.
-Somos
pescadores -respondió el marido, resignado. En un bosque no
podríamos sobrevivir.
-¡Pues
cambia de oficio! -gritaba la mujer, malhumorada. y ya no volvía a
abrir la boca.
Un
día el marido salió temprano a la mar. Las olas estaban en calma y
arrojó sus tres redes. Cuando el sol estaba alto, las volvió a
sacar.
«Espero
que hayan picado muchos peces -se dijo. Si no, tendremos que ponernos
a mendigar.»
Pero
en la primera sólo había algas y madera podrida.
«¡Buen
comienzo! -pensó.
Donde hay algas hay peces.»
Y
sacó la segunda. Su esperanza se derrumbó. Estaba comple-tamente
vacía. Tiró la tercera y sacó un pececito de colores.
-iY
pensar que para esto me he pasado aquí toda la mañana! -y se
inclinó para cogerlo.
Entonces
el pequeño pececito de colores se puso a llorar.
-No
me saques del agua -suplicó. Si lo haces, moriré y mis hijos no
tendrán quien cuide de ellos.
El
pescador no salía de su asombro, porque era la primera vez que oía
hablar a un pez.
-Si
me devuelves al mar -continuó diciendo el pececito de colores,
pídeme lo que quieras y te lo daré.
Al
pescador le dio pena y lo devolvió al mar. Cuando llegó a casa, su
mujer le preguntó:
-¿Tampoco
hoy has pescado nada?
-No
-respondió el pescador, excitado, y le contó todo lo que había
ocurrido.
La
mujer se enfadó mucho. Dejó a un lado la tabla de lavar y riñó a
su marido, diciendo:
-¡Eres
un pescador inútil! Te dijo que le pidieras lo que quisieras y ni
siquiera le pediste una nueva tabla de lavar. ¡Vuelve inmediatamente
a la mar y pídesela!
-No
sé si lo encontraré -respondió el pescador. Posiblemente se haya
ido a vivir a otra costa.
Pero
su mujer estaba tan enfadada que él montó en su barca y se adentró
en el mar. Cuando llegó al sitio en el que había pescado al pez
parlanchín, gritó:
-iPececito
de colores, asómate! ¡Pececito de colores, asómate! Al punto el
pececito sacó su cabeza del agua.
-¿Me
llamabas? -preguntó con voz de coral.
-Sí
-respondió, avergonzado, el pescador. Le conté lo ocurrido a mi
mujer y quiere una nueva tabla de lavar.
-Está
bien, la tendrá -volvió a decir el pez, e inmediatamente se
sumergió en las aguas.
Cuando
el pescador regresó a su casa vio que, en efecto, su esposa tenía
lo que quería. Pero estaba de mal humor.
-¿Por
qué no estás contenta? -le preguntó el pescador, sorpren-dido.
¿Acaso no has obtenido lo que deseabas?
-Eres
tonto -volvió a regañarle la mujer. Tienes una oportunidad única
en las manos y vas y le pides a ese pez una tabla de lavar. ¿No ves
que lo que más necesitamos es una casa? ¡Vuelve en seguida y
pídesela!
-Está
bien, está bien. No te enfades conmigo -dijo el pescador. Volvió a
montar en su barca y se adentró en el mar.
-¿Qué
es lo que quieres ahora? -preguntó, un tanto molesto, el pececito de
colores.
-No
soy yo -respondió, ruborizado, el pescador. Mi esposa quiere una
casa, porque la que ahora habitamos está hecha de algas y conchas y
no puede detener al viento.
-De
acuerdo -dijo el pececito.
Vuelve a tierra, que tu mujer ya tiene lo que quería.
Cuando
se estaba acercando a la costa, el pescador vio, en efecto, una
espléndida casa. Estaba hecha de madera y tenía un zócalo de
piedra. La mujer estaba asomada a la ventana.
-Ahora
estarás satisfecha, ¿no? En toda la costa no hay una casa tan
magnífica.
-¡No
digas tonterías! -le regañó su esposa. Esta casa es, en verdad,
espléndida. ¿Pero qué hago yo, la mujer de un pescador, dentro de
ella? Sólo una dama puede habitar aquí. Vuelve a ver al pez y dile
que quiero transformarme en una dama.
-Pero...
-protestó el pescador.
-¡No
me repliques! Haz lo que te mando, si no quieres que me enfade!
Por
tercera vez el pescador arrastró su barca a las aguas y se perdió
en la distancia.
-¿Una
dama? -preguntó el pececito de colores. Tu esposa es ruda como un
carabao, pero está bien. Ya que lo desea, se transformará en una
dama.
El
pescador sonrió, avergonzado, y regresó a la playa. Su esposa, en
efecto, era una dama de muy alto copete. Lucía pendientes de oro y
anillos de piedras preciosas. Además, la casa estaba llena de
criados, que la servían sin cesar.
-¿Estás
satisfecha ahora? -le preguntó el pescador, rendido de tantas
salidas a la mar. ¿Quieres algo más por hoy?
La
mujer no parecía muy contenta, pero no dijo nada. A la mañana
siguiente ordenó enjaezar los caballos y salió a dar un paseo. Pero
en el camino se toparon con el emperador y todos tuvieron que echarse
rostro en tierra.
«¡Lástima
que por un viejo tan insignificante tenga yo que mancharme mis
vestidos de seda!», se dijo malhumorada. Sin embargo, en seguida
pensó:
«Ser
emperador es magnífico. Todo el mundo tiene que obedecer sus órdenes
y, cuando sale a la calle, hasta las damas tenemos que echarnos al
suelo. ¿Por qué no puedo ser yo emperatriz?»
Así
que, en cuanto regresó a su mansión, hizo venir a su marido y le
dijo:
-Vuelve
a la mar y dile a tu pez que quiero ser emperatriz.
-Quizá
no lo encuentre -replicó el pescador. Los peces se mueven mucho
durante la noche.
-¡Haz
lo que te digo y no me repliques! -ordenó, fuera de sí, la mujer.
Al
pescador no le quedó más remedio que subir a su barca y remar hasta
el sitio en que había pescado al pececito de colores.
-Discúlpame
-le dijo, en cuanto le vio aparecer. Sé que estás muy ocupado, pero
mi mujer quiere ser emperatriz. Si tú pudieras...
-¡Claro
que puedo! -respondió el pececito, ofendido. Sólo que tu esposa...
Bueno, está bien. Su deseo está ya cumplido.
En
efecto, desde muy lejos el pescador vio las torres de un
impresionante castillo. Diez mil soldados le defendían y por doquier
se veían cortesanos vestidos de seda. Pero, cuando el pescador puso
sus pies en la arena, fue detenido inmediatamente.
-¿Qué
haces tú por aquí? -le preguntaron los guerreros. ¿No sabes que
este lugar es propiedad de nuestra emperatriz?
-¡Pero
la emperatriz es mi esposa! -protestó el pescador, y, como nadie le
creyó, le encerraron en las mazmorras.
Sin
embargo, su esposa no estaba todavía satisfecha. Se pasaba las
noches mirando a la mar y pensando:
-Ahora
soy poderosa, pero, si fuera la reina del mar, lo sería aún más,
porque el pececito sería mi súbdito y tendría que obedecerme en
todo. ¡Lástima que al tonto de mi marido se le tragara,.,el mar en
su último viaje!
Un
día, mientras paseaba por los jardines, oyó la voz del pescador.
Estaba dando gritos, porque una rata le había mordido un dedo del
pie. Su mujer le preguntó:
-¿Se
puede saber qué haces en las mazmorras?
-Tus
soldados me cogieron prisionero y me encerraron aquí -respondió el
pescador.
-Pues
sal inmediatamente y dile al pececito de colores que quiero ser la
reina del mar.
-¡No
puede ser! ¡Yo no puedo pedirle una cosa así! -se negó el
pescador. Bastante he abusado ya de su confianza.
Pero
su esposa mandó venir a unos soldados y le llevaron a la fuerza
hasta su barca.
-Está
bien. Lo haré, pero será la última vez. Si venís todos conmigo,
mi lancha se hundirá, porque es muy pequeña -y los guerreros se
quedaron en la playa.
El
mar estaba en calma y el pescador se admiró de su belleza. Cuando
llegó al lugar de sus encuentros con el pez, gritó:
-iPececito
de colores, pececito de colores! -y el animal se asomó a la
superficie.
-¿Qué
quieres esta vez?
-Mi
esposa no está satisfecha -confesó el pescador. Ha visto lo
hermosas que son las olas y quiere ser la reina del mar.
El
pececito se puso muy serio y, sin decir nada, se sumergió en las
aguas. Entonces se levantó un viento huracanado y las olas se
hicieron altas como montañas. La barca del pescador fue arrastrada
hacia la playa y, cuando tocó tierra, la tormenta cesó.
Ante
él se levantaba la antigua casa de algas y conchas en la que siempre
había vivido. Todo lo demás había desaparecido. Su esposa lavaba
ropa en su vieja tabla de lavar.
-¿Estás
satisfecha ahora? -preguntó, con sorna, el pescador.
Y
la mujer se metió en la casa sin rechistar.
0.005.1 anonimo (china) - 049
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