Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 25 de octubre de 2014

La serpiente en la copa

El funcionario Wang-Chung era un calígrafo extraordinario. Pero, más que por su arte, era conocido por las fiestas que daba. A ellas acudían pintores, literatos y cuantos de verdad amaran el arte. Sólo imponía una condición: que antes de sentarse a la mesa tenían que haber terminado una de sus obras.
-Me gasto mucho dinero en esas fiestas. Es verdad -admitía el calígrafo Wang-Chung. Pero nadie puede gozar como yo de la belleza del arte.
Su colección aumentaba considerablemente con cada fiesta que daba. Un día, no obstante, se presentaron en su casa cinco arqueros que nadie había invitado. Se dedicaron a lanzar flechas a diestra y siniestra, pero afortunada-mente no hirieron a nadie.
-¿Qué hacen aquí esos bárbaros? -se preguntaban los literatos-. No podemos concentrarnos con semejante alboroto. Seguro que nos será imposible terminar hoy una de nuestras obras.
Y así ocurrió. Cuando la cena se hubo servido, nadie pudo ofrecer a Wang-Chung ni un poema de tan sólo dos versos.
-No importa -dijo el calígrafo. Hoy hemos descubierto la belleza de un arco bien tensado. Debemos agradecérselo a nuestros amigos los arqueros.
Pero aquellos jóvenes atletas no quisieron quedarse a cenar.
-Nuestra misión aquí ya está cumplida -dijeron a coro y partieron con la celeridad de un dardo.
Antes, sin embargo, tuvieron la delicadeza de regalarle a Wang-Chung uno de sus espléndidos arcos. Era de asta de ciervo y estaba adornado con incrustaciones de oro y marfil.
-No puedo aceptarlo -se excusó el calígrafo. Es hermoso, pero uno de vosotros va a quedarse para siempre sin su arco y yo no podría soportarlo.
Los arqueros no gastaron tiempo en cumplidos. Tomaron aquel extra-ordinario objeto y lo colgaron de la pared. Después desaparecieron tan misteriosamente como habían llegado.
La cena se animó y nadie se acordó de ellos. Ni siquiera el joven pintor Liou-Wen-Kwan los mentó una vez. Se había sentado al lado del arco y por fuerza tenía que ver con el rabillo del ojo.
A la hora de los brindis, Wang-Chung hizo traer el vino más añejo que guardaba en sus bodegas.
-Si el arte ha de durar diez mil años, ¿por qué no brindar por él con el vino más viejo?
Esta era una de sus frases más alabadas.
El vino se sirvió en espléndidas copas de cristal ahumado. Pero, al ir a beber, el joven Liou-Wen-Kwan descubrió una pequeña serpiente en el fondo de la suya.
«¿Cómo puede haber una culebra en el vino? -se preguntó, aterrado. Pero en seguida pensó: Esto es obra del extravagante Wang-Chung. Seguro que los demás también tienen una culebrilla en su copa.»
Y sin más remilgos se la bebió de un trago.
Sin embargo, pronto comenzó a sentir unos terribles dolores en el estómago.
«Es la culebra, que me está devorando las entrañas», se dijo a sí mismo y abandonó en seguida el banquete.
Los otros comensales se apenaron mucho de su marcha, pero no pudieron hacer nada por aliviarle.
El joven Liou-Wen-Kwan consultó a los mejores médicos. Ninguno supo dar razón de su enfermedad. Sus dolores, sin embargo, iban en aumento de día en día.
-Es extraño -comentaban entre sí los doctores. Este joven se muere y nosotros no encontramos nada anormal en él.
Liou-Wen-Kwan no les contó el incidente de la serpiente, porque no quería que se mancillara la buena fama de anfitrión de su amigo. Sin embargo, Wang-Chung terminó enterándose y en seguida acudió a visitarle.
-¿Una serpiente en cada copa? -preguntó, asombrado. ¿Cómo pudiste pensar una cosa así? Debiste haber rechazado mi brindis.
Pero ya era tarde. Wang-Chung se volvió, profundamente apenado, a su casa. Allí la reunión habitual de artistas resultó un completo fracaso. No había alegría y nadie pudo expresar la belleza que llevaba dentro.
-No importa -volvió a repetir Wang-Chung. Dicen que la tristeza es uno de los muchos rostros de la belleza.
Y a partir de entonces todos recordaban tan acertada frase.
A la hora de la cena, Wang-Chung ocupó el asiento al lado del arco. Toda la noche estuvo pensando en su amigo WenKwan. Para honrarle, a la hora de los brindis hizo traer el vino añejo de la fiesta anterior.
-Si la amistad es eterna, ¿por qué no brindar por ella con un vino que tiene siglos?
Todos los comensales aplaudieron tan brillante ocurrencia. Wang-Chung levantó la copa, pero, al ir a beber, ¡descubrió una serpiente en su fondo! Aterrorizado, dejó la copa sobre la mesa.
-¡No bebáis! -gritó con todas sus fuerzas. ¡Este vino cría culebras! Que nadie beba, si no quiere morir.
Sus amigos se miraron, incrédulos.
-¿Qué te pasa? ¿Has cogido alguna insolación? -se burlaron algunos de ellos.
-No os miento -respondió, más calmado, Wang-Chung. ¿No lo veis? En mi copa hay una serpiente.
Pero, cuando fueron a comprobarlo, no encontraron nada en el fondo del vino. Wang-Chung estaba desconcertado. De nuevo tomó la copa y ¡otra vez apareció un pequeño reptil en ella!
-¿Todavía te dura la resaca de sol? -volvieron a burlarse sus invitados. No está bien que no quieras dejarnos probar este vino tan delicioso.
Wang-Chung no insistió, porque, al mirar con más detenimiento su copa, vio que, en efecto, no había nada raro en ella. Sin embargo, al llevársela de nuevo a la boca, ¡por tercera vez vio a la pequeña serpiente! Pero en esta ocasión se armó de valor y no apartó los labios del cristal.
«No está bien que vuelva a alarmar a mis invitados -se dijo a sí mismo. Además, mi amigo Liou-Wen-Kwan también la vio y prefirió tragársela antes que dejarme en mal lugar. ¿Por qué no habría de hacer yo lo mismo?»
Un golpe de viento sacudió entonces el arco que estaba colgado de la pared. Inmediatamente la culebrilla en el fondo de la copa comenzó a moverse y pareció que no sólo había una, ¡sino dos o tres! Wang-Chung cayó en la cuenta de tan desconcertante misterio: ¡Las serpientes que él veía no eran más que el reflejo de la cuerda del arco en la pureza del cristal!
-¡Que traigan inmediatamente a Liou-Wen-Kwan! -ordenó, sin dejar de reír.
Pero nadie quería obedecerle, porque creían que se había vuelto loco. Wang-Chung les contó lo ocurrido y todos le consideraron un sabio.
Cuando Liou-Wen-Kwan se presentó en la sala del banquete, no quería creer la explicación de su amigo.
-¿Acaso insinúas que no sé distinguir entre una serpiente y el reflejo de una cuerda de arco? -preguntó, malhumorado. Para eso era mejor que no me hubieras molestado haciéndome traer hasta aquí. Tú sabes bien que me estoy muriendo.
Y se resistía a mirar en el fondo de la copa cuando Wang-Chung movía el arco.
«Es una lástima que muera por una ilusión», pensó para sus adentros el calígrafo, pero no pudo hacer nada más.
Entonces apareció el arquero que le había regalado el arco y se lo colgó del hombro. Algunos invitados protestaron, indignados.
-¡No puedes llevarte eso! ¡Ya no es tuyo! Tú mismo se lo regalaste al calígrafo amigo nuestro.
Pero el atleta, sin volver siquiera la cabeza, contestó:
-¿Para qué lo quiere ya, si ha aprendido una gran lección? No todo es como parece.
Y a partir de entonces Wang-Chung no celebró ninguna fiesta más.
-Ese arquero era una culebra disfrazada -decía Liou-WenKwan. ¿No habéis visto acaso con qué fuerza dejan las serpientes escapar sus lenguas? Parecen propulsadas por arcos. ¿No es asombroso?
Pero Wang-Chung no volvió a comentar el incidente. Se dedicó a su arte y dejó de envanecerse con el ingenio de los otros.

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