Dice
que había un hombre que tenía un gran olivar y hacía todos los
años una gran cantidá de aceite.
Dice
que un año este hombre estaba en la tarea de hacer el aceite y
empezó a notar que de noche le sacaban el aceite. Entonce empezó a
vigilar y descubrió que era un monito el que le tomaba el aceite.
Como es tan difícil de cazar un mono porque trepa por todos lados,
pensó en ponerle una trampa que el mono no descubra que es trampa.
Entonce mandó hacer un mono de cera y le puso encima como una goma
bien pegajosa.
El
hombre lo puso al mono de cera en el mismo lugar por donde entraba el
mono ladrón. En cuanto anocheció vino el mono y cuando vio que el
otro le atajaba el camino le dijo:
-¡Hola!,
amigo, ¿cómo le va? Me parece que voy a tener un compañero.
Como
el mono de cera no le contestaba, le vuelve a decir:
-Amigo,
no se haga el sordo. Hagasé un lado y dejemé entrar, y si no le voy
a dar una paliza.
Tampoco
le contestó el mono de cera y el mono se enojó y le pegó un
puñetazo:
-¡Tomó
por zonzo! -y se quedó pegado.
-¡Largame!
-le dice, y le pegó con la otra mano y se quedó pegado.
-¡Largame!
-le vuelve a decir y le pegó con las dos patas y se quedó pegado
del todo el mono ladrón.
A
la madrugada viene el hombre dueño del aceite y lo encuentra al mono
pegado, y le dice:
-Así
te quería agarrar, ladrón. Ara te voy a pelar con agua hirviendo y
te voy a poner la marca.
Agarró
y lo sacó al mono y lo ató. Hizo juego y puso agua y puso a
calentar la marca de marcar los animales.
Por
casualidá andaba por áhi el león, y cuando lo vio al mono se
acercó y le preguntó qué hacía áhi. Y entonce el mono que es tan
vivo le dice:
Pero,
que sos zonzo. Dejame a mí, entonce, yo la puedo comer.
-Güeno,
si la querés comer desatame y yo te voy atar acá, pero tené
cuidado que no vea el patrón porque no va a permitir que yo deje el
lugar a nadie.
El
león lo desató al mono y el mono lo amarró bien al león y se
disparó.
Cuando
vino el hombre se llevó una gran sorpresa de ver que el mono si
había convertido en león, pero le dijo:
-Aunque
te hagás el león lo mismo te voy a marcar, y te voy a pelar con la
agua hirviendo, para que no me vengás a robar el aceite.
Entonce
le metió la marca caliente en la anca y le echó la agua hirviendo.
El león daba unos tremendos bramidos y de tanto que hizo juerza se
cortaron las piolas y se pudo disparar. Iba quemado y pelado y dando
bramidos de dolor.
Ya
se dio cuenta el león de la mala jugada que le había hecho el mono,
y en cuanto se pudo mover un poco empezó a buscarlo.
Va
el león y lo encuentra al mono que estaba comiendo duraznos en un
árbol alto, lleno de fruta. El mono lo había visto de lejo y se
llenó los bolsillos de piedras y se subió al árbol. Llegó el león
y le dijo:
-¡Bajate,
mono, porque te voy a comer!
-Sí,
me puede comer en seguida, pero primero tiene que probar estos
durazno que son riquísimos. Abra la boca, áhi le tiro uno.
El
león abrió la boca y el mono le tiró un durazno muy maduro y muy
rico.
-Ahí
va otro, abra la boca.
Y
el león para comer los duraznos que estaban tan ricos, se olvidó de
que venía a matar al mono. El mono le dice entonces:
-Ara
tiene que abrir bien grande la boca porque le voy a tirar unos
cuantos juntos y están muy maduros.
El
león abrió bien grande la boca y el mono le tiró todas las piedras
que tenía, le llenó la boca y le quebró todos los dientes. Lo dejó
al león medio augado con las piedras, y se disparó.
El
pobre león como no podía comer, se murió al poco tiempo. El mono
se quedó libre y siguió haciendo picardías ande quera que andaba.
Ramona
Andrea Quiroga, 55 años. Campo de los Zapallos. Santa Rosa. Garay.
Santa Fe, 1951.
Campesina.
Criolla originaria del lugar. Ha concurrido a la escuela de la
comarca.
Cuento
675. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
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anonimo (argentina) - 048
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