Esta es una historia que sucedió en la isla de Tonga
antes de que el tiempo fuera tiempo, antes de que los años se pudieran contar.
Dos espíritus femeninos que se llamaban Sisi y Faingaa
tenían un esclavo samoano llamado Pasikole, al que maltrataban y cargaban de
trabajo.
Un día las mujeres espíritu decidieron que ya no
querían caminar. Tejieron unas enormes canastas, se metieron adentro, y le
ordenaron a Pasikole que colgara cada canasta al extremo de un palo y se
cargara el palo al hombro.
Pasikole caminó todo lo que pudo llevando su carga.
Las dos mujeres espíritu eran más livianas que las mujeres humanas, pero de
todos modos pesaban bastante. De pronto, viendo que el viento arrastraba las
nubes en el cielo, al esclavo se le ocurrió una gran idea. Colgó el palo de una
rama del árbol. Las canastas eran tan grandes que Sisi y Faingaa, en el fondo,
solo alcanzaban a ver el cielo. Como el viento hamacaba los canastos y ellas
veían pasar las nubes, creyeron por mucho tiempo que seguían viajando.
Pero como nunca llegaban a destino, empezaron a
gritarle a Pasikole para que se apurara. Solo cuando el fondo de las canastas
se rompió y cayeron al suelo, se dieron cuenta de lo que había pasado.
Tiempo después Sisi y Faingaa quisieron ir a Samoa.
Subieron a una canoa y pusieron a Pasikole a remar. Pero el esclavo, que estaba
harto de sus amas, había escondido en la parte de atrás de la canoa unas largas
guirnaldas de flores como las que se ponen en Polinesia al cuello de los
invitados, entretejidas con fuertes juncos.
Cuando estaban en mitad del viaje, Pasikole dejó de
remar de golpe, se paró, y señaló un punto en el océano diciendo que veía
enormes peces y quería pescarlos. Tomando su lanza de pesca, se zambulló en el
agua.
Sisi y Faingaa, convencidas de que volvería con
delicioso pescado fresco, se pararon en el borde de la plataforma de la canoa
para verlo salir del agua. Pero Pasikole no aparecía.
El esclavo había nadado bajo del agua hasta alcanzar
la parte de atrás de la
canoa. Tomó las guirnaldas de flores, se las puso y se quedó
largo rato escondido detrás del timón. Estuvo tanto tiempo que sus amas se
convencieron de que el pobre Pasikole se había ahogado.
Imagínense su sorpresa al ver que Pasikole aparecía por
el otro lado de la canoa, sano y salvo y cubierto de flores.
-Aunque parezca increíble -les contó el esclavo,
estuve en el fondo del mar, y allí vive mucha gente. Estaban en medio de una
maravillosa fiesta y me invitaron a comer y a beber. Ellos me dieron estas
hermosas guirnaldas.
Por supuesto, Sisi y Faingaa también querían que las
invitaran a la
fiesta. Pasikole les explicó que eso era imposible, ¡que ni
lo soñaran! Sin embargo, las dos mujeres espíritu insistieron tanto que al fin
fingió apiadarse de ellas.
-Quizás podríamos intentarlo -dijo Pasikole. Tengo una
idea. Si lleváis puestas las guirnaldas de flores que me dieron a mí, creerán
que sois invitadas que han salido un rato de la fiesta y quieren volver a
entrar.
Eso sí, tendréis que permitirme que yo os engalane
como ellos lo hicieron conmigo.
Las tontas mujeres espíritu estaban muy contentas y se
dejaron adornar sin protestas. Pasikole les colocó las guirnaldas con mucha
gracia, y se las arregló para enredarles los brazos y las piernas. Cuando los
tres se zambulleron para asistir a la fiesta submarina, solo Pasikole estaba en
condiciones de nadar para volver a la super-ficie. Y eso fue lo que hizo,
inmediatamente, el ingenioso samoano. Se subió a la canoa y se alejó de allí
remando lo más rápido posible, mientras Sisi y Faingaa, enredadas en las
guirnaldas, luchaban inútilmente por soltarse.
Cuando los habitantes de la isla de Tonga ven luces
fosforescentes a lo lejos, sobre el océano, dicen que son Sisi y Faingaa
tratando todavía de liberarse de las guirnaldas.
0.193.1 anonimo (samoa) - 059
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