Desde la Antigüedad la humanidad tuvo sus sospechas
contra ellos: los gatos son sigilosos y feroces; aceptan con dignidad la
compañía de los humanos, pero no se les someten, como hacen los perros. Y sus
pupilas brillan extrañas en la oscuridad. Los egipcios pensaban que eran dioses.
En épocas menos felices, se los consideró brujos o demonios, auténticas
encarnaciones de Satanás. Lo cierto es que en Francia, en la península de
Bretaña, a los gatos les cortaban la cola para despojarlos de sus poderes. Y lo
bien que hacían. Porque los gatos que no tenían la cola cortada salían a
reunirse con sus amigos en las noches de luna llena. Cerca de la Roca de las
Hadas organizaban sus asambleas, se comunicaban sus asuntos y tomaban
decisiones.
Cuando los campesinos de la zona se veían obligados a
viajar de noche, evitaban con cuidado acercarse a esa región peligrosa. Jamás
se hubieran atrevido a interrumpir una reunión de gatos. Se contaban historias
tenebrosas acerca de personas que, por distracción o por audacia, se habían
topado en medio de la noche con la mirada fija de cientos de pupilas
verticales, brillantes, amenazadoras. Unos habían encanecido súbitamente, otros
habían muerto poco después. Incluso se hablaba de un anciano que se había
quedado ciego, como si pequeñas garras afiladas se le hubieran clavado en los
ojos. Era imposible confirmar la veracidad de esas historias porque nadie que
las hubiera vivido quería hablar de sus experiencias.
Un joven llamado Jean había ido un día a la feria. Estaba
anocheciendo ya cuando entró en una posada para celebrar una buena compra, una
buena venta y una buena sidra. Era ya noche cerrada cuando Jean, más que alegre
y olvidando completamente el lugar donde estaba, emprendió el camino a su casa
cantado a gritos.
De pronto, al doblar en una curva, se encontró con una
asamblea de gatos. La borrachera se le esfumó de golpe al ver esos ojos
brillantes que lo miraban con fijeza, como indignados.
Había cientos de animales de todos los tamaños
alrededor de una cruz de piedra. Los dientes pequeños y blanquísimos brillaban.
Con las orejas achatadas, el pelo erizado y las colas en punta, los gatos lo
acechaban, como si estuvieran listos para lanzarse sobre su cuerpo.
Jean se encomendó a todos los santos cuando vio que
uno de los gatos más grandes caminaba lentamente hacia él. Parecía uno de los
jefes de la asamblea. El
joven cerró los ojos y se preparó para una muerte horrible. Pero en lugar de
garras afiladas hundiéndose en su carne, lo que sintió fue un suave roce cálido
y afectuoso contra sus piernas. Solo en ese momento se atrevió a abrir los ojos
y entonces se dio cuenta de que se trataba de su propio gato, que se restregaba
contra él pidiendo mimos. De pronto el animal se dio la vuelta hacia los demás
y les habló en tono enérgico:
-Dejad pasar a mi amigo Jean.
Así, protegido y acompañado por su gato, Jean siguió
su camino, a través de la asamblea de los gatos, que se separaron para abrirle
paso.
Cuando al día siguiente contó su aventura, algunos le
creyeron y los otros no. Pero todos la volvieron a contar, y así siguió pasando
de boca en boca hasta que la supe yo, para contártela a ti.
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