Un valiente cazador había conseguido matar a todos los
tigres de Haití. A todos... menos a uno. El único sobreviviente era un tigre
que tenía poderes mágicos. Un día, el cazador decidió recorrer toda la isla de
arriba abajo buscando a ese maldito tigre que siempre se le escapaba. Pero
antes de salir le advirtió a su hijo:
-Mientras yo no estoy, no dejes que entre nadie en
casa. Y si te ves en apuros, me llamas por mi nombre secreto.
Pero cuando el padre se fue, el chico empezó a
aburrirse. Salió a la galería y vio pasar a uno de sus amigos.
-¿Quieres venir a jugar a casa? -le dijo.
-¡Claro que sí! -dijo el supuesto amigo.
Apenas el «amigo» cruzó el umbral de la casa, se
transformó en lo que en realidad era: un enorme tigre.
-Ahora harás lo que yo te diga. O te comeré -le dijo
al hijo del cazador, mostrando sus colmillos asesinos.
El pobre chico temblaba y se arrepentía terriblemente
de no haber hecho caso a la orden de su padre.
-¡Esto es espantoso! -rugió el tigre. Mira esas pieles
de tigre haciendo de alfombra en el suelo. ¡Mira esas pieles de tigre sobre el
sillón! ¡Esos son mis hermanos, mis padres, mis primos! Te ordeno que arrojes
todas las pieles a la galería.
«Es mejor que mi padre se enoje conmigo y no que me coma
el tigre», pensó el chico. Y comenzó a llamar al cazador por su nombre secreto,
sin levantar la voz. «¡Yaya, Yaya, Yaya!». Entonces, dentro de su cabeza, oyó
la voz de su padre que le decía: «Obedece al tigre. Arroja las pieles a la
galería, pero muy lentamente, para que me dé tiempo a llegar».
-¡Vamos! ¿A qué estás esperando? -rugió el tigre.
-Es que que te-te-tengo tan-tan-tanto miedo que apenas
me puedo mover -se excusó el muchacho. Y muy lentamente fue arrojando las pieles
por el balcón. Uno -contó.
Al tocar el suelo la primera piel, se transformó en
tigre.
-Dos... tres... cuatro... -el hijo del cazador iba
arrojando las pieles lo más lentamente que podía y cada una se transformaba en
un tigre vivo y feroz.
A todo esto el cazador llegó a su casa. Sin hacer
ruido se metió por la puerta de atrás y se escondió detrás de un ropero. En un
susurro le habló a su hijo.
-El único tigre verdadero es el que se transformó en
tu amigo para engañarte. ¿Puedes reconocerlo? ¿Cuál es?
Sin atreverse a hablar, mientras fingía ir a buscar
otra de las pieles, el chico rozó la cola del tigre para señalárselo a su
padre.
Cuando el cazador disparó y lo mató, todos los demás
tigres cayeron al suelo, convertidos otra vez en alfombras de piel de tigre. Y
por eso ya no hay tigres en Haití.
0.189.1 anonimo (haiti) - 059
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