En un tiempo muy antiguo, en un lugar muy lejano,
vivían seis hermanos, tres varones y tres mujeres. Las muchachas se casaron con
tres maridos muy especiales: el señor Sol, el señor Luna y el señor Viento del
Sur.
Después de un tiempo los hermanos consideraron que ya
era hora de visitar a sus hermanas y ver cómo les estaba yendo. Era un viaje
muy largo. Prepararon alimentos y se pusieron en camino. La noche los
sorprendió en una pradera muy extensa al pie de una montaña. Allí acamparon, y
después de la cena el hermano mayor les propuso a los demás que durmieran
mientras él se quedaba de guardia.
Era noche cerrada cuando un kulshedra, un horrible dragón, se acercó al campamento, atraído por
el fuego y por la deliciosa pers-pectiva de comer carne humana. El hermano
mayor se enfrentó a él, le disparó un tiro y cuando el kulshedra cayó, le cortó
la cabeza. A
la noche siguiente quedó de guardia el segundo hermano y pasó exactamente lo
mismo.
La tercera noche, cuando el menor, que se llamaba
Zogu, quiso hacer la guardia, los dos hermanos mayores trataron de disuadirlo,
porque pensaban que todavía no tenía edad para luchar contra un dragón. Pero el
muchacho no quiso escucharlos.
-Me toca a mí, y no voy a ceder mi turno -dijo,
valientemente.
Cuando apareció otra vez el kulshedra, Zogu disparó,
pero el arma era muy pesada para él, no pudo apuntar bien y erró el tiro.
Entonces se abalanzó sobre el kulshedra y después de una lucha feroz, consiguió
matarlo con su espada.
Pero antes de morir, el kulshedra apagó el fuego
barriéndolo con su cola. Y no era nada sencillo volver a encenderlo, sobre todo
porque el hermano mayor tenía la yesca y el pedernal, y el más pequeño no
quería despertarlo. Entonces vio que había una hoguera en la ladera de la
montaña y decidió ir a pedir unas brasas para encender la suya.
En el camino se encontró con la Madre de la Noche y le
preguntó adónde iba.
-Voy hacia el amanecer -contestó ella.
-No quiero que mis hermanos vean el fuego apagado al
despertar. ¡No vayas todavía!
-No puedo evitarlo -dijo la Madre de la Noche. Debo permitir
que amanezca cuando llegue el momento.
El muchacho se lanzó sobre la ella, consiguió
atraparla y la dejó atada. Así se aseguraba de que la noche seguiría hasta su
vuelta.
Cuando llegó hasta el fuego que se veía a lo lejos,
vio que sobre las llamas había un enorme caldero de hierro con doce asas.
Levantó el caldero y tomó un leño encendido. En ese momento llegaron los doce
ladrones que tenían allí su campamento.
-¿Cómo pudiste levantar ese caldero? -le preguntaron.
¡Es pesadísimo! Nosotros somos doce y apenas podemos levantarlo entre todos.
-No lo sé -dijo el mocito. Lo levanté así -y alzó otra
vez el caldero sin ningún esfuerzo.
-¿Te gustaría ayudarnos en nuestra próxima aventura?
-le preguntaron los ladrones. Vamos a robar los caballos del rey.
A nuestro amigo no le gustaba la idea ni mucho ni
poco, pero era peligroso llevarles la contraria a doce hombres armados. Era una
noche larga, extrañamente larga. Los ladrones consiguieron abrir una brecha en
la pared del palacio real y se metieron en el patio de las caballerizas. Zogu
se quedó afuera vigilando. Era su oportunidad para librarse de los doce
ladrones.
-¡Rápido, salid, vienen los guardias del rey! -gritó.
Y a medida que los ladrones iban saliendo uno a uno
por el agujero en la pared, el jovencito les iba cortando la cabeza. Después
salió corriendo, soltó a la Madre de la Noche y tuvo el tiempo justo para
llegar con un leño encendido hasta su campamento, donde encendió el fuego un
instante antes de que amaneciera y se despertaran sus hermanos. Los tres se
pusieron otra vez en camino.
Ese día el rey se enteró de que doce hombres habían
aparecido muertos junto a una brecha en la pared de su palacio. Nadie podía
explicar lo que había pasado. Entonces ordenó que pusieran vallas y guardias
armados en el camino. Solo permitirían pasar a la gente si contaban la aventura
más extraña que hubieran tenido en su vida.
Pronto llegaron hasta allí los tres hermanos. Los dos
mayores relataron su lucha con el dragón. Y Zogu contó lo que le había pasado
con el kulshedra, la Madre de la Noche y los doce ladrones. Mientras sus
hermanos seguían adelante, él fue llevado ante el rey, que inmediatamente
decidió casar a su hija con un héroe tan valeroso.
Era la costumbre del país que en la boda de la
princesa se liberara a los presos. Pero había un prisionero al que el rey no
quería soltar, por ser demasiado peligroso. Era el medio hombre de hierro. Sin
embargo, Zogu estaba tan contento con su buena suerte que insistió ante el rey,
y el prisionero fue liberado junto con los demás. Apenas le quitaron las
cadenas, el medio hombre de hierro atrapó a la hija del rey y desapareció con
ella.
El rey estaba tan furioso que quería matar a Zogu por
haberse apiadado de semejante monstruo. Pero se dio cuenta de que el muchacho
era también su única esperanza de volver a ver a su hija. Solo por eso le
perdonó la vida y lo dejó ir en su busca.
Zogu fue directamente a casa de la hermana casada con
el señor Sol. La pareja lo recibió con mucha alegría. Pero no supieron decirle
dónde vivía el medio hombre de hierro y lo enviaron a casa del señor Luna,
casado con la segunda hermana. El señor Luna y su mujer tampoco sabían nada y
lo enviaron a casa del señor Viento del Sur, su tercer cuñado.
-Nosotros tampoco sabemos nada -le dijeron el señor Viento
del Sur y su esposa. Pero te aconsejamos seguir derecho por este camino hasta
que encuentres un enorme halcón. Si logras atraparlo por la cabeza, él puede
llevarte adonde quieras.
Zogu consiguió atrapar al halcón, que aceptó llevarlo
hasta la casa del medio hombre de hierro, pero con una condición:
-Debes alimentarme por el camino. Si me falta carne,
no podré volar y nos caeremos los dos.
El joven se fue de caza y consiguió una cantidad de
carne que le pareció suficiente para el viaje. Se subió al halcón, que desplegó
sus alas y partió con su carga. Iban rumbo a una montaña del Otro Mundo, tan
alta que ningún hombre había llegado a la cima.
El viaje era largo, mucho más largo de lo que Zogu
había calcu-lado. Y el halcón tenía hambre todo el tiempo. Zogu lo alimentaba
por el camino con la carne que había llevado, pero faltaba todavía un día
entero de vuelo cuando se terminaron las provisiones.
-¡Necesito comer! -gimió el halcón. ¡Si no me das
carne, nos caeremos los dos al mar!
Sin dudar, el muchacho se cortó con su espada un trozo
de pantorrilla de su propia pierna y se lo dio al halcón. Y cuando el ave pidió
más comida, le dio un trozo de su propio muslo.
Cuando el halcón por fin aterrizó en la gran montaña,
Zogu cayó de su lomo desmayado y bañado en sangre. Entonces el halcón escupió los
dos trozos de carne de su pierna, y el muchacho se recuperó de inmediato.
La hija del rey estaba sola en el castillo del medio
hombre de hierro cuando Zogu golpeó la puerta. Le abrió y lo abrazó con enorme alegría.
El malvado medio hombre estaba por llegar y la princesa escondió a su marido en
un arcón.
-¿Qué me preparaste de comer? -preguntó el medio
hombre, husmeando el aire.
-Lo mismo de siempre -dijo la princesa.
-Pero yo siento olor a deliciosa carne humana -dijo el
monstruo.
Y en eso miró el arcón y se dio cuenta de que estaba
mal cerrado. Lo abrió, agarró al joven y sin decir una palabra, mientras la
princesa lloraba con desesperación, le sorbió toda la sangre hasta dejarlo
convertido en un pellejo relleno de huesos que arrojó fuera del castillo.
Allí lo encontró su amigo el halcón, que conocía una
manera mágica de devolverle la
vida. Voló hasta un lugar entre dos picos montañosos donde se
podía conseguir la leche de golondrina capaz de resucitar a los muertos.
Volvió con el pico bien cargado y esparciendo la leche de golondrina por el
pellejo seco, consiguió que Zogu volviera a la vida.
Aprovechando la ausencia del monstruo, que no se imaginaba
que Zogu andaba otra vez por allí, el muchacho le explicó a su esposa que debía
fingirse gravemente enferma, para que el medio hombre de hierro le confesara en
dónde residía su poder y su vida.
La princesa tomó vinagre para ponerse pálida, se
calentó al fuego para parecer afiebrada, y se metió en la cama. Parecía
realmente muy grave.
-Estoy a punto de morir -le dijo al medio hombre. Pero
no quisiera irme de este mundo sin saber que confías en mí lo bastante para
decirme tu secreto. De todos modos, ya no podré revelárselo a nadie.
Así consiguió que el medio hombre de hierro le dijera
la verdad: su poder y su vida estaban adentro de un huevo que estaba dentro de
una paloma, que estaba dentro de una liebre, que estaba dentro de un jabalí con
un colmillo de plata.
Zogu descendió por la ladera de la montaña hasta
encontrar a un pastor que le mostró dónde encontrar al jabalí. Cuando el animal
vio a un hombre armado que venía a luchar con él, rugió:
-¡Ojalá tuviera un buen pedernal donde afilar mis
colmillos!
-¡Ojalá tuviera un poco de pescado frito, una torta y
un vaso de vino! -dijo Zogu.
Y el pastor, que todavía no sabía quién iba a ganar
ese combate, se apresuró a llevar a cada uno lo que había pedido.
Zogu mató al jabalí del colmillo de plata. Lo abrió y
encontró dentro una liebre. En la tripa de la liebre había una paloma. Y dentro
de la paloma había un huevo.
En el mismo instante en que el muchacho mató al
jabalí, el medio hombre de hierro había caído enfermo. Cuando murió la liebre,
ya estaba gravísimo. Y cuando Zogu rompió el huevo, el monstruo falleció.
La princesa y su marido montaron en el halcón, que los
llevó de regreso al palacio del rey. Allí los recibieron con festejos y
alegría.
Zogu vivió muy feliz con su esposa, tuvieron muchos
hijos, y cuando le llegó el momento de gobernar, fue un rey justo y sensato, el
mejor que recuerden las crónicas del reino.
0.110.1 anonimo (albania) - 059
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