Lo único que un niño pequeño pide de su madre es amor,
mucho amor. Y no le importa si su madre es inteligente o es tonta. Pero Pavel
ya no era un niño y, aunque quería a su madre, a veces le irritaba. ¿Cómo podía
ser tan, pero tan tonta?
Un día de otoño decidió matar un cerdo y varios
lechones que pensaba ahumar y salar para tener provisiones en el invierno. Su
pobre madre no entendía nada y daba vueltas a su alrededor.
-Pavel, hijo mío, ¿qué vamos a hacer con tanta carne?
-No te preocupes, mamushka. Voy a salar casi toda para
el invierno. Menos este lechón: lo dejaré colgado aquí, oreándose, para el
domingo.
-¿Para el domingo?
-Sí, mamá, para el domingo. Invité a comer a unos
amigos.
Pavel se fue al bosque a juntar leña para ahumar la
carne, sin saber que un pícaro que pasaba por allí había escuchado toda la
conversación escondido detrás de un árbol. Se había dado cuenta de lo tonta que
era la madre. Y
pensaba sacar provecho.
-Buenos días, madrecita.
-¿Quién es usted? -le preguntó la madre.
-Soy el domingo. ¿Pavel no dejó nada para mí?
La madre sonrió feliz. Por fin podía hacer algo útil
por su hijo.
-Claro que sí. Precisamente, me dijo que dejaba este
lechón para el domingo. ¡Puede llevárselo, señor Domingo!
Y sin más conversación, el pícaro «Domingo» se echó el
lechón al hombro con ayuda de la
madre. Y se fue corriendo a la máxima velocidad que el peso
del animalito le permitía. Cuando volvió Pavel, cargado de leña seca, enseguida
notó la falta del lechón.
-¿Dónde está la carne que dejé para el domingo?
-Vino el domingo y se la llevó -le dijo su madre, con
una gran sonrisa.
Pavel estuvo a punto de echarse a llorar. No sabía qué
hacer con tanta rabia. Se metió en la isba (la cabaña de los campesino rusos),
hizo un atado con alguna ropa y unas pocas herramientas y se despidió de su
madre con unas palabras secas y furiosas. ¡Era la mujer más tonta del mundo!
-Adiós, madre. Me voy a recorrer el mundo. Solo
volveré si encuentro a alguien más tonto que tú.
Pavel se marchó por el camino. Pronto llegó a una
aldea vecina donde unos carpinteros estaban construyendo una isba. Uno de los
troncos había resultado demasiado corto. Entonces los carpinteros ataron una
cuerda a cada extremo. Cada uno agarró una cuerda y se puso a tirar con todas
sus fuerzas.
-¿Pero qué hacen? -preguntó Pavel.
-Es que el tronco nos quedó corto. Estamos tratando de
estirarlo para que sea igual que los demás.
Pavel no lo podía creer. ¡Qué tremendos estúpidos! Les
enseñó a hacer un empalme y siguió caminando. Al rato se encontró con un campo
en el que había un grupo de campesinos cosechando trigo. Pero en lugar de usar
hoces, cortaban las espigas una por una, ayudándose con los dientes. Por suerte
él había llevado su propia hoz y les enseñó a usarla.
-Ya que eres tan buena persona, quizás puedas ayudarme
-le dijo uno de ellos. ¡Hoy me toca la tarea más difícil! Tengo que darle de
beber al buey. Entre dos podremos hacerlo más rápido.
Y le entregó a Pavel una cuchara. El buey estaba en el
establo. El hombre corría hasta el río, llenaba una cuchara y se la llevaba al
buey para beber. Así se pasaba todo el día.
Suspirando y riendo al mismo tiempo, Pavel le dio una
idea genial que a nadie se le había ocurrido en toda la región: llevar al buey
a beber directamente del río. El campesino se lo agradeció con lágrimas en los
ojos.
Pavel siguió adelante. Al llegar a otra aldea le
llamaron la atención los gritos y cacareos que salían de un gallinero. Se asomó
y vio a una mujer azotando con un cinturón a una gallina.
-¡Inútil, imbécil, irresponsable! -gritaba la mujer.
¡Has traído al mundo un montón de polluelos y ni siquiera tienes tetas para
darles de mamar!
Eso fue más de lo que Pavel estaba dispuesto a
soportar. Dando media vuelta, se volvió a la casa de su madre. Y cuando ella
salió a recibirlo, feliz de verlo tan pronto de vuelta, la abrazó con cariño.
-¡Mi querida mamushka! Me quedaré para siempre contigo
-dijo Pavel. He recorrido buena parte del mundo sin encontrar a nadie más listo
que tú.
0.062.1 anonimo (rusia) - 059
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