Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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miércoles, 31 de diciembre de 2014

El tragulino y el tigre

El tragulino malayo es un animalito del tamaño de un ratón, con patas parecidas a las de un ciervo. Es muy rápido y muy inteligente, y gracias a eso consigue sobrevivir en un lugar tan peligroso para él como la selva malaya, llena de predadores dispuestos a devorarlo.
El tragulino paseaba contento y tranquilo por la selva, buscando frutos y raíces para comer. No tenía garras ni colmillos, pero tenía su inteligencia, y le bastaba para defenderse de los tontos. El primer error del tigre fue anunciarle que se lo iba a comer, en vez de atacarlo directamente.
-¡Te comeré, tragulino!
-No lo hagas, no te conviene, tigre -dijo el tragulino mirando rápidamente a su alrededor. Estoy aquí por orden del rey león, para cuidar su pastel.
-¿Qué pastel? -preguntó el tigre, que sentía por el rey león una mezcla de miedo y envidia.
-Este que ves aquí -dijo el tragulino, señalando un enorme hormiguero que asomaba fuera de la tierra con todo el aspecto de una torta mal horneada.
-¡El pastel del rey! Debe de ser delicioso. Déjame probar un poquito.
-¡Oh, no, el rey se enojaría muchísimo! Si no me matas tú, me mata él.
-Tengo una idea -dijo el tigre. Yo pruebo un pedacito muy pequeño. Y para que nadie se dé cuenta, por esta vez no te como y tú le dices al rey que se lo llevó un pájaro.
-Muy buena idea -dijo el tragulino.
Y mientras el tigre le daba un buen mordisco al hormiguero, aprovechó para escapar a la velocidad del relámpago. Por supuesto, el tigre se llevó el chasco de su vida. El «pastel» tenía un gusto horrible, pero, además, las hormigas le picaron el hocico.
Un tiempo después el tigre se volvió a encontrar con el tragulino y estaba a punto de comérselo sin hacer comentarios cuando el animalito se puso a gritar.
-No, no, no, no te conviene comerme, estoy aquí para cuidar el tambor del rey -le dijo, señalándole un avispero.
-Sí, seguro. Ese tambor debe de ser como el pastel.
-¿Y qué tenía de malo el pastel del rey? A él le gusta así, y las hormigas me estaban ayudando a cuidarlo.
El tonto del tigre pensó que esa era una explicación muy lógica.
Y otra vez su envidia por el rey león fue más fuerte que el hambre y el miedo.
-Me gustaría golpear un poco el tambor del rey -dijo el tigre.
-Oh, no, por favor, no lo hagas. ¡El león me matará!
-¡Te mataré yo si no me dejas! -rugió el tigre, dándole un buen golpe al avispero.
Digamos, para resumir, que solo metiéndose en el río consiguió el tigre librarse de las avispas.
Cuando volvieron a encontrarse, el tigre estaba seguro de que no volvería a caer en las trampas del tragulino. Pero el animalito, muy seguro de sí mismo, lo convenció de que nunca lo había engañado. Las avispas, simplemente, estaban de guardia también, cuidando del tambor: el tigre no le había dado tiempo para explicárselo. Y ahora le habían encargado una misión todavía más importante. Tenía que proteger el cinturón del rey, dijo, señalando a una serpiente cobra que estaba enroscada durmiendo.
El tigre siempre estaba celoso del poder del león. ¿Por qué él no podía usar un cinturón tan hermoso? Sin hacer caso de las protestas del tragulino, que le rogaba que no lo hiciera, levantó la serpiente cobra y se la anudó rodeando su cintura.
Cuentan los que saben que por un largo, largo tiempo, el tigre no volvió a molestar a nuestro amigo tragulino.

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