En la isla de Mangareva, hace ya tanto tiempo que el
sol y la luna todavía eran niños, vivía una pareja de jóvenes que se amaban
tiernamente. La muchacha estaba embarazada y un día sintió muchos deseos de
comer un pez llamado umu.
-Saldré a pescar y te lo traeré -le dijo su marido.
-Está bien. Pero siento que se nos acerca un gran
peligro. Por favor, apenas hayas pescado un pez umu, debes dejar la pesca y
volver a casa enseguida.
El hombre salió con su canoa, arrojó el ancla, y el
primer pez que atrapó fue un umu. «No puedo volver a casa tan temprano», se
dijo. «Seguro que hoy tendré muy buena suerte». Y olvidándose de las
recomendaciones de su mujer, siguió pescando. Entonces, de golpe, se levantó un
viento tan fuerte que arrastró la canoa, rompiendo la soga del ancla. El
muchacho se encontró de pronto en la isla de Tetamanu, donde vivía una horrible
mujer caníbal que aterrorizaba a los pobladores. Y nunca regresó a su hogar.
Su pobre mujer se dio cuenta de lo que había pasado,
pero nada podía hacer. El embarazo siguió adelante y alegado el momento dio a luz a dos hermosos
varoncitos mellizos. Con esfuerzo se las arregló para criarlos sin ayuda. Los
bebés crecieron hasta convertirse en dos muchachitos fuertes y valientes.
Aunque vivían muy aislados, los niños se daban cuenta de que hasta los pájaros
en este mundo tenían un padre y una madre. Pero ¿qué había pasado con su padre?
Su madre nunca les hablaba de él. Una noche, después de la pesca, decidieron
enfrentarla.
-Mamá, queremos saber quién es nuestro padre.
-Yo os alimenté, yo os crié, yo os enseñé lo que está
bien y lo que está mal. Yo soy vuestro padre y vuestra madre -dijo la mujer.
Pero los muchachos insistieron. ¿Quién era realmente
su padre?
-Vuestro padre es el poste que está delante de nuestra
cabaña -dijo entonces la mujer, a quien el tema le ponía tan triste que no
tenía ganas de hablar de eso.
Pero los muchachos se lo tomaron muy en serio y fueron
a preguntar al poste si era verdad.
-¿Eres tú nuestro padre?
El poste, por supuesto, no les contestó. Y cuando
fueron a reclamarle a la madre, la respuesta que obtuvieron no fue mucho más
alentadora.
-Vuestro padre es el poste de atrás que sostiene
nuestra cabaña -les dijo.
Y otra vez fueron los muchachos a interrogar al poste,
que, por supuesto, permaneció tan mudo como el otro.
La madre estaba muy angustiada, porque sabía que si
los niños se enteraban de la verdad, la dejarían para ir tras las huellas de su
marido. Pero al fin se dio cuenta de que no podía seguir ocultándoles lo que
había pasado. Ellos tenían derecho a saber quién había sido su padre.
-Vuestro padre -les dijo por fin- fue un hombre como
todos. Un gran hombre, al que yo amaba mucho. Se llamaba Garigi. Un día salió
de pesca, y un viento extraño lo arrastró. Yo misma vi cómo su canoa se perdía
de vista en dirección a una isla que está más allá de esas nubes que se ven en
el horizonte.
Y tal como la madre lo había previsto, los dos
hermanos se hicieron a la mar en sus pequeñas canoas de juguete. Navegando
hasta más allá de las nubes, llegaron a la isla de Tetamanu. La madre no sabía
nada de lo que había pasado con su marido, de modo que no pudo advertirles
sobre el peligro de la mujer caníbal. Y los muchachitos fueron atrapados apenas
sus canoas tocaron la playa.
El monstruo los llevó hasta su casa y allí los dejó,
atados a un poste, con la intención de comérselos al día siguiente.
Esa noche, cuando salió la luna, los dos jovencitos
empezaron a cantar una triste canción de despedida, en la que pedían ayuda sin
esperanzas.
Bella luna
que brillas y brillas
que
iluminas la playa y el mar,
que conoces
el cielo y la tierra
solo tú nos
podrás ayudar.
Nuestro
padre se llama Garigi.
En canoa lo
fuimos a buscar.
Oh, luna,
que brillas y brillas
solo tú nos
puedes desatar.
Lo cierto es que, después de tantos años, Garigi
estaba vivo todavía. La mujer caníbal no se lo había comido, sino que lo había
convertido en su cocinero preferido. Cuando Garigi escuchó las voces de los
niños y se dio cuenta de que mencionaban su nombre, corrió hacia ellos. Ver a
sus hijos, a los que ni siquiera conocía, lo llenó de emoción y no se cansaba
de abrazarlos.
Ahora eran tres contra la mujer caníbal. Ya no se
trataba solamente de la vida de Garigi: estaba dispuesto a morir si era
necesario para defender a sus hijos. Como conocía las costumbres del monstruo,
sabía que dormía profundamente, muy segura de sus poderes.
Garigi y los dos hermanitos le prendieron fuego a la
casa donde vivía la mujer caníbal. El horrible ser murió asfixiado y su cuerpo
se quemó hasta convertirse en cenizas.
La gente de Tetamanu estaba feliz de verse libre de la
espantosa caníbal que se había comido ya a muchos habitantes de la isla sin que
nada pudieran hacer contra ella.
Garigi y sus hijos regresaron a Mangareva cargados de
regalos. Los niños abrazaron a su madre, y los esposos reencontrados se miraron
a los ojos declarándose, una vez más, todo su amor. Desde entonces la familia
vivió para siempre unida y feliz.
0.188.1 anonimo (oceania-mangareva) - 059
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