Ésta era una viejita
muy pobre que tenía una sola gallinita. La gallinita le ponía todos los días un
huevito. Con mucho sacrificio juntó 13 huevitos y se jue a ver otra viejita que
tenía una gallina clueca. Le echaron los güevos y quedaron que lo que sacara
iba a ser a media. Y las viejitas dijieron:
Padre mío, San Salvador,
que salgan todas pollitas y un solo cantor.
Y así nacieron doce
pollitas y un solo pollito. Se repartieron seis pollitas para cada una. Al pollito
lo partieron por la mitá. La viejita de la clueca se lo comió. La viejita de
los güevitos la curó a su mitá; se crió muy bien y éste jue el Medio Pollo. Así
lo llamaron.
-Voy a rodar tierra y a
ganar una platita pa mi mamita que es muy pobre -le dijo.
-Bueno,
entrate por mi culito y trancate con un palito. Y siguió Medio Pollo con el
zorro, el lión y el tigre adentro. Más adelante lo atajó un río crecido y le
dijo:
Llegó
al palacio del Rey y pidió trabajo. El Rey, al ver este animalito tan raro le
tuvo lástima y mandó que lo echaran a la troja de máiz. El Medio Pollo que era
muy comilón se tragó todo el máiz. Cuando se enteró el Rey se enojó muchísimo y
mandó que lo echaran, esa noche, al gallinero para que lo mataran los otros gallos.
Al ver el Medio Pollo que todos se le venían encima para picarlo, les largó el
zorro que los liquidó a todos. Al otro día, el Rey, más enojado mandó que lo
echaran al corral de las vacas para que lo mataran a cornazos. Al ver el Medio
Pollo que los toros y las vacas lo atropellaban, les largó el lión que los mató
a todos. El Rey, enfurecido cuando se enteró, mandó que echaran a Medio Pollo
al corral de los potros. Áhi les largó el tigre que mató y comió toda la
tropilla.
El
Medio Pollo largó el río que inundó el palacio y los campos vecinos. El Rey y
toda su gente huyeron y lo dejaron a Medio Pollo dueño del palacio y de grandes
riquezas. Mandó a buscar a su mamita y áhi vivieron muchos años.
Y fue por un caminito
y volvió por otro
para que usté me cuente otro.
Antonio Tieri, 72
años. Estancia. Azul. Buenos Aires, 1969.
Cuento 384. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
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