Había
una anciana, una veterana como decimos aquí, que se había quedado muy sola y
crió un pollito. Como era chiquitito como una mitá de pollo, le puso Medio
Pollo. Ya se llegó el tiempo que iba creciendo y no le daba abasto lo que ella
tenía para criarlo. Entonce el pollito pedía más. Siempre venía ahí a pedir,
pío, pío, pío... Entonce ella lo corría, ¿vio? Le pegó y se fue el pollito para
allá, lejo. Escarbando por el lado del jardín y se encontró una naranja, y era una
naranja de oro. Entonce vino.
Se fue. Más adelante se
encontró con un toro. Entonce le dice:
Se
fue. Llegó a la casa del Rey, al reinato. Empezó a cambiar la naranja de oro.
Entonce el Rey, como codicioso, le quitó la naranja di oro. Y entonce dice:
¡Pío, pío, mi naranja
di oro, pío!
Mandó
dos empleaos a correrlo para allá. Lo fueron a dejar muy lejo. Pero en seguida
él estaba ahí. Por segunda vez fueron a correrlo.
Se largó el burro y los
corrió a patadas y a mordiscos a todos los empleaos del reinato. Y él se fue
detrás. Ya llegaron y contaron que el Medio Pollo había hecho eso, que aquí y
acá. Que tenía que ser algo raro.
Se
largó el toro y los llevó a todos corriéndolos y los fue a dejar en el reinato,
corriéndolos con las astas. Y bueno y no pasaba más y la naranja se perdió y no
había trigo tampoco.
Bué...
Y ya fueron y lo llevaron por allá y ya lo castigaron, en fin. Pero, ya volvió
el pollito otra vez:
¡Nada!
¡Nada!
Se
largó el río. Se empezó a inundar el reinato. Ya se subió el rey a lo más alto
de los pisos. Ya 'taba todo lleno de agua y ya se llevaba todo. Entonce dice:
Se
cortó el río. Entonce lo mandó el Rey al cuidador del trigo que le entregara el
trigo al Medio Pollo. Entonce el Medio Pollo llevó trigo, cualquier cantidá a
la madre. Así que la viejita tenía trigo para comer y vender con lo que le
trajo el Medio Pollo.
El narrador es
nativo de la región, seguramente la más conservadora de la provincia. Dice que
aprendió éste y muchos otros cuentos de don Pedro López, que murió hace dos
años, muy viejo y que era un gran narrador.
Cuento 382. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
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