Aguila-que-vuela estaba feliz. Llevaba meses
buscándolo y esa tarde, por primera vez, había podido cazar al ave de las
plumas doradas.
Con su presa colgando de la cintura, regresó a casa,
donde su hermana Pluma Azul lo estaba esperando.
-¡Mira, hermana! ¡Por fin logré cazar al ave con
plumas de oro!
-¡Al fin! -se alegró Pluma Azul, que sabía cuánto su
hermano lo había deseado. ¡Ahora podré hacerte un abrigo tejido en oro, por el
que hasta el más jefe entre los jefes va a envidiarte!
La pequeña Pluma Azul puso manos a la obra en ese mismo
momento. Tejió con las innumerables plumas del ave, durante tres días
seguidos, sin parar. Cuando terminó, había creado el abrigo más hermoso que
pueda imaginarse. Brillante como el sol y reluciente como una piedra preciosa.
Águila-que-vuela se lo probó, se vio reflejado en el río y sintió que nada ni
nadie podría detenerlo. Estaba majestuoso.
Aquella noche, dejó su nuevo abrigo junto a la puerta
de su choza y se echó a descansar. Debía encontrarse con su hermana a la mañana
siguiente para preparar una nueva temporada de caza.
Se despertó y enseguida se dio cuenta de que el sol ya
estaba en lo alto del cielo. Iba a llegar tarde. Saltó como un gato, se vistió
de prisa y al pretender tomar su abrigo de oro para cubrirse, se dio cuenta de
que el sol, que había caído sobre él toda la mañana, lo había derretido
completamente.
Lleno de furia, corrió hacia la choza donde su hermana
Pluma Azul lo estaba esperando.
-¡¿Qué pasó con el abrigo de oro?! -fue lo primero que
le preguntó ella al ver ese amasijo dorado que su hermano traía entre las
manos.
-Hermana, necesito que me hagas un gran favor. Trenza
el lazo más fuerte que se haya trenzado jamás en el mundo.
-¿Para qué lo quieres?
-Para vengarme del que destruyó mi manto.
Águila-que-vuela no quiso dar más explicaciones. Pluma
Azul, que sabía que su hermano no era de hacer bromas, puso manos a la obra.
Construyó a lo largo de ese día y esa noche, el lazo
más largo y resistente que se hubiera visto jamás. Una vez terminado, el
hermano se dirigió hacia el lago más cercano a su campamento.
Preparó con su lazo una trampa, y se escondió tras los
árboles a observar lo que sucedía.
Comenzó entonces a amanecer. El sol, qúe siempre va
muy seguro por la vida, se asomaba poco a poco tras el lago. Pero esta vez algo
fue diferente: la trampa que Águila-que-vuela había preparado, lo detuvo. Y
mientras más fuerza hacía el sol por salir, más se enredaba en la trampa.
-¡Cacé al sol! -gritó Águila-que-vuela, orgulloso, y
salió corriendo para contárselo a su hermana.
Fue el día más extraño de todos. Los animales no se
animaban a salir de sus escondites, las flores no se abrían. Todo era
silencio. Finalmente las aves decidieron que era necesario reunirse y buscar
una solución. "Sin el sol moriremos todos", gritaban desde el cielo.
Una vez que estuvieron congregados en una cueva, el
búho, que era el más sabio, tomó la palabra.
-Hay que liberar al sol sea como sea. Sortearemos a
quién le toca acercarse.
Le tocó en suerte, primero, al pájaro carpintero. Sin
quejarse ni rechistar, el pequeño pájaro voló hacia la trampa, se posó sobre
el lazo y comenzó a picarlo. Pero el lazo era demasiado fuerte, y antes de que
pudiera hacer nada, el sol quemó su cabeza y la dejó roja.
El siguiente en salir elegido fue el castor. Pero el
castor, como todos saben, no puede volar. Como el sol se hallaba metido en el
lago desde hacía varias horas, sus aguas estaban hirviendo, con lo cual al
pequeño animal le resultó imposible meterse en ellas para llegar hasta el lazo.
Cuando los animales estaban a punto de agotar toda
esperanza, se oyó la poderosa voz del ratón:
-¡Yo lo haré!
Es cosa poco sabida, pero por aquellos tiempos, el
ratón era el animal más grande y poderoso de todos. Su piel lucía blanca, y sus
dientes grandes y fuertes. Todos sabían que se trataba de la última esperanza
del sol.
Se sumergió con valentía en el lago hirviente, nadando
lo más rápido posible. Incluso antes de llegar al lazo sintió que el calor del
sol lo estaba lastimando. Sin importarle nada más que su objetivo, clavó sus
fuertes dientes en la trampa y comenzó a roer. Tardó largos minutos, en los que
sus fuerzas lo iban abandonando cada vez más. Pocos segundos antes de
desmayarse, partió la última hebra del gigantesco lazo y el sol pudo soltarse
de la trampa.
El búho voló velozmente hacia el ratón y lo tomó entre
sus garras. Todos los animales, emocionados por su valentía, lo miraron con
pena. El enorme y hermoso animal se había convertido en un pequeño ser, de
aspecto débil y color gris ceniza.
Y es así que a partir de ese momento el ratón conservó
esa forma y color, a la vez que sus dientes siguieron siendo tan poderosos
como entonces, capaces de atravesar cualquier cosa que se les cruce en el
camino.
Cuento tradicional
Fuente: Azarmedia-Costard
- 020
0.180.1 anonimo (canada)
No hay comentarios:
Publicar un comentario