Había una vez un tigre que paseaba por los alrededores
de un pueblo. En medio de su caminata, se desató una terrible tormenta, que lo
obligó a buscar refugio en el zaguán de la casa de una señora.
La señora estaba preocupada por otras cosas. El techo
de su casa estaba lleno de agujeros, y ella debía correr de aquí para allá
moviendo muebles para que el agua no se los estropeara.
-¡Qué barbaridad, esta gotera maldita! -gritaba la pobre
señora. ¡No hay nada que pueda hacer para detenerla! ¡Por un momento parece
que para... pero enseguida la tengo otra vez encima mío! ¡Es horrible,
horrible...!
"¿Quién será la Gotera Maldita ?",
se preguntaba el tigre desde el otro lado de la pared. Los gritos de la señora
y el ruido de los pesados muebles al moverse, lo hacían pensar en algún ser
espantoso y peligrosísimo, llamado Gotera Maldita.
En ese mismo momento, pasó por el camino un alfarero
que llevaba toda la noche buscando a su burro perdido. En la oscuridad vio que
había un animal junto a la puerta de la señora, y confundiéndolo con su burro,
se acercó hacia él con un garrote en alto.
-¡Estúpido animal! -le decía, mientras le daba golpes.
¡Ya estoy harto de que siempre te me escapes! ¡Te vienes ya mismo conmigo!
El tigre no podía creer lo que estaba pasando. Nunca
nadie se había animado a tratarlo de esa manera a él, el más temido de todos
los animales que existen.
"Ésta debe ser la famosa Gotera Maldita. No me
extraña que la señora le tenga tanto miedo", pensaba, mientras el alfarero
lo seguía aporreando y gritándole cosas. El hombre se subió sobre él y lo
dirigió hasta su casa, dándole fuertes puntapiés. Una vez allí, lo ató del
pescuezo a un poste y se fue a dormir.
A la mañana siguiente su esposa descubrió que en la
puerta misma de su casa, había un tremendo tigre dormido.
-¿Sabes qué animal has traído anoche? -le preguntó a
su esposo cuando despertó.
-¡Claro! ¡A ese estúpido burro!
-Ven y mira...
Cuando el alfarero vio que lo que había tratado de esa
forma, la noche anterior, era un tigre, sus piernas perdieron fuerza y casi se
cae al suelo del susto.
La noticia del hombre que había montado hasta su casa
en tigre corrió por el pueblo con rapidez. Muy pronto todos querían verlo,
hablar con él, preguntarle cosas acerca de su valentía. Se hizo tan famoso, que
el rajá del país quiso conocerlo en persona. Se dirigió con su séquito hasta
la casa, y quedó sorprendido al ver que el animal capturado era un tigre que
llevaba años aterrorizando a la población.
El rajá estaba tan impresionado, que decidió
transformar al alfarero en un noble: le dio terrenos, oro, y un ejército de
caballería con diez mil soldados a su orden.
El alfarero y su mujer comenzaron a vivir entonces una
vida de comodidades y lujos, hasta que un día llegó la noticia de que un país
enemigo estaba a punto de invadir la región.
El rajá se dirigió a todos sus generales,
ofreciéndoles el mando de los ejércitos, pero nadie quiso saber nada con semejante
responsa-bilidad. Cuando ya no le quedaba nadie más a quien solicitárselo, se
acordó de aquel valiente alfarero que había montado al tigre más peligroso del
país. Se acercó a su casa por segunda vez y le dijo:
-Te nombro general en jefe de todos los ejércitos para
defender-nos de la invasión -le dijo el rajá una vez que estuvo en su casa.
Al alfarero le dio vergüenza decir que no, pero para
ganar tiempo y pensar en algo que hacer, le contestó:
-Acepto, pero necesito un día para estudiar al
enemigo.
El rajá estaba encantado con su nuevo general en jefe.
Apenas se quedaron solos, el alfarero le preguntó desesperado a su esposa:
-¿Y ahora qué hago? ¡Ni siquiera sé montar a caballo!
-Eso es lo de menos -le contestó su mujer. Mañana a primera
hora buscamos un pony y vas cabalgando en él.
Pero a la mañana siguiente, antes de que el alfarero y
su esposa siquiera se hubieran despertado, los sirvientes del rajá llevaron un
gigantesco corcel a la puerta de la casa.
-¡Es para que dirijas el ejército esta tarde! -le
dijeron.
-¡Gracias, gracias! -contestaba el alfarero,
intentando que no se le notara que no podía ni tragar saliva. Ahora déjenme
solo, que debo planear mi estrategia de ataque.
Una vez que estuvo solo, volvió a dirigirse
desesperadamente a su esposa.
-¿Qué hago? ¡Me da miedo acercarme a menos de dos
metros de ese animal!
-No te preocupes. Tú te subes, y yo te ato bien fuerte
con unas sogas. De esa manera nunca vas a caerte.
El alfarero intentó subirse de todas las formas
posibles al caballo, pero siempre le pasaba algo. Primero, se enredaba en los
estribos. Después, se confundía de pierna, y aparecía montado pero mirando
hacia la cola del caballo. En otra oportunidad, se subió con tanta fuerza que
siguió de largo y cayó del otro lado. Era un jinete desastroso.
Cuando ya estaba a punto de rendirse, sin saber cómo
se vio sentado en el lomo y mirando hacia delante. La esposa sin perder un
segundo lo ató a los estribos, luego pasó una soga ente pierna y pierna por
debajo y finalmente, le amarró la cintura a la cola y a la cabeza del animal. Antes
de que pudiera sujetarle las manos, el caballo se cansó de tanto movimiento y
dando un relincho descomunal salió corriendo con todas sus fuerzas.
-¡Socorro! -gritaba el desdichado.
-¡Agárrate de sus crines! -le gritó la mujer. Y fue lo
último que pudo decirle porque ya estaba demasiado lejos.
El alfarero le hizo caso a su mujer y se agarró lo más
fuerte que pudo de las crines del poderoso caballo. Por supuesto no tenía ni
idea de cómo manejarlo, así que el animal siguió el camino que mejor le parecía.
Corrieron y corrieron durante algunas horas. Fue entonces que se dio cuenta hacia
dónde lo estaba llevando: a toda velocidad, el corcel se dirigía hacia las
mismísimas líneas enemigas.
El alfarero, muerto de miedo, vio que pasaban por
debajo de una higuera y estiró los brazos para agarrarse de una de las ramas,
esperando que el caballo se detuviese. Pero la fuerza del caballo era mucha, y
la tierra del árbol estaba suelta, así que lo que logró fue arrancarlo de
raíz. El pobre hombre se quedó sosteniendo un gran árbol sobre su cabeza.
Los soldados del enemigo no salían de su asombro. Habían
contemplado al hombre solo, dirigiéndose hacia ellos a toda velocidad. Lo
habían visto arrancar un árbol de raíz y luego blandirlo como un garrote.
-¡Dios mío! -dijeron. ¡Si así es el primero que mandan...
cómo será el ejército entero!
Y todos comenzaron a escapar, presas del pánico.
El rajá enemigo, al ver que todos sus soldados se
dispersaban, escribió una carta de rendición, la dejó sobre su escritorio, y
también se marchó.
Para cuando el alfarero llegó al campamento enemigo,
ya estaba completamente vacío. El caballo, cansado de tanto correr, se quedó
quieto. El alfarero se desató de las sogas y desmontó con un gran suspiro de
alivio. Caminó un poco por el campamento, y al entrar en la tienda real, se
encontró con la carta del rajá.
Volvió hasta su casa tirando al caballo por la brida,
porque no quería subirse a una de esas bestias nunca más en su vida.
Una vez en su casa, le dijo a su mujer:
-Hazme el favor de llevarle esta carta y regresarle
este caballo al rajá. Dile que yo mañana iré a visitarlo, pero que esta noche
no quiero saber nada más ni con animales ni con reyes.
Al día siguiente, el alfarero llegó a pie hasta el
palacio del rajá. La gente que lo veía pasar, comentaba:
-¡Qué hombre tan humilde! Acabó con un ejército completo,
y después de semejante hazaña, llega caminando al palacio, en lugar de hacerlo
a caballo y con fanfarrias, como haría cualquier otro.
El alfarero fue recibido con los honores de un gran
héroe. Todavía hoy se lo recuerda como el increíble hombre que cabalgó valientemente
sobre un tigre y que sin ayuda de nadie destruyó a todo un ejército invasor.
Cuento tradicional
Fuente: Azarmedia-Costard
- 020
0.004.1 anonimo (india)
Gracias al que publico el cuento me ayuda de arto para mi hija✌👸
ResponderEliminarDen un 👍 lai para una buena causa
ResponderEliminarQue otr nombre podria tener este cuento
ResponderEliminar