El ladrón escapaba a toda prisa por el bosque. Acababa
de cometer un robo importante, y tenía tras de sí a todos los guardias del
reino. Corría bastante rápido, pero a pesar de ello cientos de personas lo
tenían rodeado.
Finalmente, debió detenerse frente a un caudaloso río.
Era imposible nadar hasta la otra orilla, ya que la corriente lo haría
desaparecer en cuestión de segundos. El ladrón se vio atrapado y, en medio de
su desesperación, gritó:
-¡Que me lleve el diablo!
-Hola, amigo -escuchó que alguien le decía a sus
espaldas. Se volvió y vio que quien le había hablado era un hombre pequeño de
mirada profunda y largos cabellos negros.
-¡Dime qué es lo que deseas! -le dijo el hombre,
sonriendo.
-No debería confiar en ti -fue lo único que se le
ocurrió contestar.
-Bueno, entonces, ¡nos vemos! -exclamó el hombre, despidiéndose
con la mano.
-¡No, espera! -Se escuchaban ya los caballos galopando
a toda velocidad hacia el lugar. Deseo un puente que me sirva para cruzar este
río.
-¿Y a cambio?
-Lo que me pidas.
El hombrecito sonrió una vez más y con un gesto de su
mano hizo aparecer un hermoso puente que iba de orilla a orilla.
-Seguro que sabes lo que quiero -le dijo al ladrón,
antes de dejarlo pasar.
-Lo sé -contestó el otro, y echó a correr a través del
puente.
Apenas terminó de cruzarlo, la construcción y el
hombrecito desaparecieron en el aire.
Pasaron los años. El ladrón vivió una vida larga y
tranquila. Cuando ya fue anciano, la idea de tener que entregarle su alma al
diablo lo llenó de terror.
Llamó entonces a un sacerdote y le contó todo lo
sucedido.
El sacerdote, que llevaba muchos años enfrentándose a
este tipo de situaciones, tuvo una idea. Se vistió como un hombre normal y se
dirigió corriendo hacia la orilla del río, como si también estuviera escapando
de algo.
El diablo, siempre atento, se le apareció y le hizo la
misma proposición que le había hecho al ladrón. El sacerdote aceptó, y el
diablo hizo aparecer otra vez el hermoso puente.
El sacerdote comenzó a caminar sobre el puente, pero
tras dar unos pasos, se dio vuelta y salpicó, con agua bendita toda la cara del
diablo, quien comenzó a retorcerse y escupir sapos y víboras por la boca, algo
que no es tan extraño cuando se es un demonio.
-¡Vete de este río, demonio apestoso! -le gritó el
sacerdote. ¡Más que apestoso, apestosísimo!
Y el demonio no tuvo más remedio que desaparecer.
El ladrón salvó su alma, y los habitantes de la zona
ganaron un hermoso puente que todavía hoy puede verse atravesando el río.
Cuento tradicional
Fuente: Azarmedia-Costard
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0.096.1 anonimo (portugal)
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