Juan Soldado trabajó al servicio del rey durante
veinticuatro años, y al retirarse, no le dieron más que un pedazo de pan y
seis monedas.
"¡En fin! -se dijo Juan Soldado, a alguien a
quien en recompensa por sus servicios sólo le dan un pedazo de pan y seis
monedas, es muy difícil que le pase nada peor".
Y fue así que comenzó a recorrer los caminos.
En el medio del bosque Juan Soldado se detuvo a descansar,
y al instante se dio cuenta de que, sentados a pocos metros de él, estaban Jesús
y San Pedro.
San Pedro comentó algo en voz baja con Jesús, se puso
de pie y se acercó a Juan Soldado.
-Hermano, ¿tienes algo de comer para mi maestro y para
mí?
-Mira, después de trabajar veinticuatro años para el
rey, sólo tengo este pedazo de pan y seis monedas, por lo que me da igual
compartirlo con quien quiera.
-Partió el pedazo de pan en tres, y le dio dos
pedazos a San Pedro.
Comieron, y poco tiempo después, San Pedro volvió a
acercarse a Juan Soldado.
-Hermano, ¿tienes algo de dinero para compartir con mi
maestro y conmigo?
-Mira, todo lo que he recibido en recompensa del rey
ha sido un pedazo de pan y seis monedas, así que me da igual compartirlo con
quien quiera.
-Y le dio cuatro monedas a San Pedro.
Entonces se acercó Jesús, y le dijo:
-A cambio de tu generosidad, puedo darte cualquier
cosa que quieras.
-Ya que mi única recompensa ha sido un pan y seis monedas,
te pediré lo que realmente más quiero: una bolsa en la que entre todo lo que yo
pida.
Jesús se descolgó su propia bolsa, se la entregó a)uan
Soldado, y continuó su camino.
Juan Soldado llegó entonces a un pueblo y se detuvo
frente a una panadería con enormes pasteles y gran cantidad de longanizas.
-¡A mi bolsa! -les gritó Juan Soldado, que tenía muchísima
hambre. Los pasteles y las longanizas flotaron en el aire, giraron como
enloquecidos, y entraron directamente en la bolsa de Juan Soldado.
Con el estómago contento, se dirigió hacia la casa
del alcalde.
-Señor alcalde -le dijo, tras trabajar veinticuatro
años para el rey, todo lo que he recibido es un pedazo de pan y seis monedas.
Sé que a los soldados retirados se nos debe ofrecer alojamiento por ley: todo
lo que le pido es un lugar donde pasar la noche.
-Hay una casa amplia y hermosa -le contestó el alcalde,
pero nadie la ha querido, ya que vive allí un hombre que fue condenado por
Satán a recorrer sus habitaciones eternamente.
-A alguien que todo lo que ha recibido es un pedazo de
pan y seis monedas es muy difícil que nada pueda asustarlo más -dijo Juan
Soldado.
La casa era, en efecto, muy hermosa. Juan Soldado no
tardó en tirarse a descansar.
De pronto, se escuchó una voz que venía desde la
chimenea.
-¿Le parece bien si caigo?
-Haga lo que quiera -contestó Juan Soldado, sin
prestar atención.
Cayó entonces una pierna sola, sin cuerpo al que estuviera
pegado.
Minutos después volvió a escucharse:
-¿Le parece bien si caigo?
-Por mí no se preocupe -le contestó Juan Soldado.
Cayó entonces un brazo.
Y así, de a tandas, fue cayendo el cuerpo entero del
fantasma condenado que habitaba la casa.
El fantasma colocó todas sus piezas en su lugar y se
puso de pie.
-Juan Soldado, no has tenido miedo de mí...
-Alguien que sólo recibe en recompensa por
veinticuatro años de servicio un pedazo de pan y seis monedas no se asusta de
mucho.
-Debo pedirte un favor entonces... debajo de una baldosa
que hay en el sótano de esta casa, he escondido tres bolsas. Una está llena de
monedas de cobre, que debes repartir entre los pobres. Otra está llena de
monedas de plata, que debes utilizar para que se rece por mi alma. Y la última
está repleta de monedas de oro, que será para ti si haces lo que te pido.
Juan Soldado no tuvo ningún problema en cumplir con lo
que el fantasma le pedía. A los pocos días el alma del condenado fue salvada, y
Juan Soldado se convirtió en un hombre bastante rico.
Pero el que no estaba nada contento era Satán, que había
perdido un alma de su colección. Una tarde, que Juan Soldado se dedicaba
tranquilamente a regar sus plantas, se hizo un enorme agujero en el medio de su
patio, y apareció el mismísimo Satán, que estaba hecho una furia.
-¡Juan Soldado! ¿Con qué derecho me arrebatas un alma
condenada?
-Con el derecho que me da haber trabajado veinticuatro
años para el rey, y haber recibido sólo un trozo de pan y seis monedas.
-¡Eso no explica nada! -gritó Lucifer. Deberás venir
conmigo a cambio del alma que me robaste.
-Por mí no hay problema -contestó Juan Soldado, pero
antes deberás esperar que vaya a buscar mi bolsa. Nunca voy a ningún lado sin
ella.
Lucifer se lo permitió y, en minutos, apareció Juan
Soldado con su bolsa.
-¡Deberías saber, Lucifer, que alguien que sólo
recibió un pedazo de pan y seis monedas como recompensa, una cara tan fea como
la tuya no puede asustarlo! ¡A mi bolsa, Satanás!
Satán empezó a dar vueltas en el aire y a bailar como
un trompo, y por más que luchaba y forcejeaba, no pudo hacer nada para
escaparse de la bolsa.
Así fue que Juan Soldado se salvó del infierno.
Muchos años después, a Juan Soldado le llegó el día en
que debió pararse frente a las puertas del cielo.
-¡Buenas tardes, don San Pedro, aquí llega Juan
Soldado!
-¡Un momento, hijo mío! No puedes entrar como si ésta
fuera tu casa. Antes debes demostrarme que mereces el paraíso.
-¿Que si lo merezco? ¡Trabajé para el rey durante
veinticuatro años y todo lo que recibí fue un pedazo de pan y seis monedas!
-Eso no es suficiente.
-Es una pena que lo crea así, don San Pedro. Para mí
es todo lo que hace falta saber.
-Deberás volver abajo, hijo mío -le dijo San Pedro,
con pena.
-Y usted deberá perdonarme lo que estoy por hacer -contestó
Juan Soldado, mientras abría su bolsa. ¡Adentro, San Pedro, adentro!
Y San Pedro giró en el aire como un hojita y cayó
dentro de la bolsa mágica de Juan Soldado.
-¡Piensa lo que haces! ¡Si no estoy en la puerta,
podrá entrar en el Paraíso cualquiera a quien se le ocurra! -gritó San Pedro.
-¡Pero si eso es lo que yo quería, precisamente!
-gritó Juan Soldado, y atravesó las puertas del cielo. Y pasó.
Cuento tradicional
Fuente: Azarmedia-Costard
- 020
0.003.1 anonimo (españa)
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