Podría decirse que Oosterlittens es un nombre
complicado para darle a una ciudad. Pero si uno hubiera nacido en Holanda,
Oosterlittens sería un nombre tan común y corriente, como para nosotros puede
serlo Pedro, Pablo o Filomena.
Por lo tanto, esta historia sucedió en la ciudad de
Oosterlittens, Holanda.
El protagonista es un zapatero muy trabajador y muy pobre.
Debía estar todo el día dale que te dale arreglando zapatos, para conseguir lo
justo y necesario para que su esposa y él pudieran comer.
Una noche, en que dormía profundamente, como lo hace
todo aquel que trabaja hasta estar muerto de cansancio, tuvo un sueño un tanto
extraño. Un duende de orejas y nariz puntiagudas, le decía: "Sobre el
puente de Papenburg, en Amsterdam, te espera la felicidad".
Esa mañana, el zapatero se lo contó emocionado a su
esposa.
-¿Y qué me quieres decir con eso? -le contestó la
esposa. ¿Que te vas a ir a Amsterdam, que son como tres días de camino, sólo
para buscar la felicidad en ese puente, porque te lo dijo un duende en un
sueño?
-Bueno... sí. -dijo el zapatero con voz chiquitita de
vergüenza.
-¡Pues no! -le respondió la esposa. ¡No puedes perder
una semana de trabajo por perseguir un sueño! ¡De tu sueño no vamos a comer!
Lo peor de todo, pensaba el zapatero, era que su
esposa tenía razón. Así que ese día se quedó en el taller, trabajando y
trabajando, como siempre.
Esa noche, soñó que no uno, sino dos duendes iguales
le decían con amplias y misteriosas sonrisas: "Sobre el puente de
Papenburg, en Amsterdam, te espera la felicidad".
Esta vez el zapatero no lo dudó ni un segundo. Se puso
de pie en medio de la noche, se vistió, guardó algunas hogazas de pan y, antes
de que su esposa pudiera decirle "¡Estás loco...!", partió en busca
de su felicidad.
Caminó durante horas y horas cada día, comiendo el
poco pan que había llevado, y algún alimento que la gente piadosa y solidaria
le dejaba por el camino.
Tras la larga caminata, llegó por fin al puente de
Papenburg.
Lo cruzó una vez, lo cruzó dos veces, miró por debajo,
miró por arriba, miró por los costados. Pero nada. Lo único que había para ver,
era un mendigo que se había sentado en medio del puente a pedir limosna.
El zapatero esperó un poco. Luego esperó más. Y finalmente
esperó un montón. Pero no pasó nada. Su felicidad se veía tan lejana, como
cuando arreglaba zapatos en su taller.
Se sentó frente al mendigo y comenzó a sollozar.
-No llore, amigo -le dijo el mendigo. Todo tiene
solución.
-Lo mío, no -contestó el zapatero soplándose los mocos.
No encuentro mi felicidad por ningún lado.
-Pero... no me hable a mí de felicidad. Llevo meses
teniendo todas las noches el mismo sueño: se me aparecen varios duendes y me
dicen: "En la ciudad de Oosterlittens, en el jardín del zapatero que vive
frente a la iglesia, hay, enterrado junto a un poste, un saco lleno de monedas
de oro". Pero, ¿a usted le parece que yo puedo permitirme hacer un viaje
tan largo sólo por un sueño? ¡Ya sería yo muy feliz si semejante locura fuera
cierta!
Pero el zapatero no había acabado de escuchar la frase
del mendigo, porque ya volvía a toda velocidad hacia su casa.
Llegó más cansado que nunca, pero la idea de desenterrar
ese tesoro lo llenó de energías nuevas.
-¡Al fin volviste! ¿Conseguiste lo que querías? -le
gritó la esposa ni bien lo vio llegar. Pero el zapatero no contestó, tomó una
pala y se dirigió directamente hacia el poste de su jardín.
-¡Dios mío, has enloquecido para siempre! -exclamaba
la esposa mirando al cielo. Déjate ya de tonterías y vete a trabajar que
llevamos una semana sin...
Pero se quedó sin palabras. El zapatero acababa de
desenterrar un pequeño saco, y de él sacaba puñados de monedas de oro.
El pequeño saco tenía una inscripción en un idioma que
ellos no entendían, por lo que decidieron no darle importancia. Invirtieron el
oro en un taller más grande y una casa más bonita, y a pesar de que no se
hicieron ricos, pudieron superar la pobreza y dejar de sufrir hambre.
En una pared del comedor colgaron el saco que habían
encontra-do, como recordatorio de su inmensa suerte.
Muchos años después, cuando sus hijos ya habían nacido
y estaban en edad de tener a su vez hijos, el sacerdote del pueblo les hizo una
visita. Lo hicieron pasar al comedor y mientras esperaba a que la cena
estuviera servida, se distrajo con el saco colgado en la pared.
-¿Qué es este saco? -preguntó.
-No es nada. Un recuerdo de familia.
-Tiene una inscripción en latín -dijo el sacerdote,
acercándose a la frase hasta estar a pocos centímetros de distancia.
-¿Y qué dice? -preguntaron el zapatero y su mujer al mismo
tiempo.
-Dice: "Debajo de este saco hay otro tres veces
más grande". ¿Qué curioso, no? ¿Qué querrá decir? -dijo el sacerdote, y
se sentó a disfrutar de la cena que acababa de ser servida.
El zapatero y su mujer comieron con el sacerdote,
sostenidos de la mano y llorando de felicidad, convencidos de que en la vida,
no hay nada mejor que ir detrás de los sueños.
Cuento popular
Fuente: Azarmedia-Costard
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