Volaba el cuervo sobre el mar desde hacía varias horas. Sus alas estaban cansadas, y cada vez le costaba más mantener la altura. En un momento de distracción había perdido de vista la tierra, y desde entonces no hacía más que dar vueltas y vueltas sin encontrar un sólo lugar donde posarse. El mar es un lugar complicado para perderse, por kilómetros y kilómetros se ve sólo una gran manta azul que se mueve de aquí para allá sin ponerse de acuerdo. El cuervo llevaba tanto tiempo volando, que las fuerzas terminaron por abandonarlo, y girando como un trompo, cayó en picada hacia las aguas.
La ballena, que en ese mismo momento salía a disparar su chorro de agua, lo vio caer y abrió su gigantesca boca. El cuervo cayó sobre la mullida piel de la lengua, se deslizó por la garganta y para cuando sus plumas llegaron al estómago, ya estaba dormido.
Durmió durante más horas de las que tiene el día, tanto era su cansancio. Cuando despertó, se encontró en la habitación de una casa hecha de madera, iluminada por un pequeño farol apoyado sobre una mesa de luz.
-"¿Dónde estoy? -se preguntó el cuervo, desperezándose. Creí que estaría en el estómago maloliente de una ballena".
-Estás en el estómago de la ballena -dijo una voz a sus espaldas. El cuervo giró y vio, de pie frente a él, a una mujer de ojos oscuros que lo miraba sonriente.
-¿Quién eres tú?
-Yo soy la que habita esta casa -dijo la mujer, y su voz era suave y mullida como la piel de la ballena.
-¿Seré muy indiscreto si te pido cobijo para recuperar mis fuerzas? -preguntó el cuervo.
-Por supuesto que no. Mi habitación, mi cama y mi comida son tuyas. Sólo debo pedirte una cosa: Nunca, jamás, te acerques a ese farol -dijo la mujer, y le señaló el farol posado sobre la mesa de luz.
-No lo haré, lo prometo -dijo el cuervo, pensando que de todos modos nunca se le hubiera ocurrido hacerlo.
El cuervo y la mujer de los ojos negros vivieron juntos durante algunos días. La comida era buena y la cama mullida, y al cuervo le costaba cada vez más hacerse la idea de abandonar la morada.
Un día o una noche, nunca podía saberse con precisión, la mujer de los ojos negros abandonó la habitación. El cuervo se encontró solo por primera vez.
"No entiendo por qué no puedo acercarme a ese farol -fue lo primero que pensó. Si no me decía nada no se me hubiera ocurrido, pero ahora la curiosidad es demasiado fuerte. La única razón que considero posible para querer mantenerme alejado es que esconda algo de muchísimo valor en él".
Y sin pensarlo dos veces, se acercó al farol. Primero lo miró de cerca. Dio una vuelta a su alrededor, como si esperara encontrarse con alguna trampa. Cuando se creyó libre de peligro, lo rozó con el pico. El farol se tambaleó con torpeza y sin darle tiempo al cuervo a reaccionar, cayó al suelo y se rompió en mil pedazos.
La habitación quedó completamente a oscuras. El cuervo se puso nervioso e intentó recuperar las piezas del farol, pero eran demasiadas y muy pequeñas como para hacer nada.
De pronto, escuchó a la mujer de los ojos negros detrás de sí. Adivinó, en medio de la oscuridad, su silueta echada en el suelo.
-¿Por qué lo has hecho? -decía la mujer con la voz cascada, moribunda.
-Yo no fui -dijo el cuervo, levantando las dos alas.
-Ese farol era el alma de la ballena -dijo la mujer, y desapareció, como si se hubiera hecho parte del aire.
Todo empezó a temblar y a derrumbarse. Las paredes de madera caían y dejaban ver el viscoso interior del estómago de la ballena. El olor a podrido se hizo irrespirable, y el cuervo, esquivando fragmentos de comida y madera, echó vuelo intentando acercarse lo más posible a la boca del enorme animal.
Los pescadores vieron desde la orilla a la ballena agonizante, y sin perder tiempo se hicieron a la mar en tres botes distintos. En el mismo momento en que iban a lanzar sus arpones contra ella, vieron que de su boca se asomaba un hombre. Estaba sucio, sus ropas raídas, y la pegajosa sustancia que le cubría el cuerpo olía tan mal, que era casi imposible acercarse a él, incluso desde los botes.
Era el cuervo, que tras haber roto el farol, se había convertido en un hombre.
Los pescadores se quedaron con los arpones en la mano sin saber qué hacer, hasta que el cuervo-hombre, que ya había sacado medio cuerpo de la boca de la ballena, gritó:
-¡He matado a esta ballena con mis propias manos!
Los pescadores, asombrados, lo rescataron, lo felicitaron, le dieron cobijo y lo convirtieron en uno de ellos.
El cuervo que había matado al alma de la ballena, vivió el resto de sus días como un gran hombre entre los hombres, porque éstas son las cosas que maravillan a los hombres, y así son los hombres que ellos premian.
Cuento popular
Fuente: Azarmedia-Costard - 020
0.179.1 anonimo (alaska)
No hay comentarios:
Publicar un comentario