Y entonce el tigre pensó que se iba
a esconder en la aguada. Se metió en el agua, con la boca para arriba, lo más
adentro que pudo.
Al otro día, a la hora que dijo la
cigüeña, llegó el zorro a la aguada. Le pareció que había algo raro en la
bajadita de la aguada y metió entonce una patita al agua, con gran
desconfianza. Ahí, entonces, le agarró el tigre la patita entre los dientes. El
zorro, al momento, le dijo en alta voz y como si nada le doliera:
-¡Ay, mi tío, por morderme la
patita me mordió el bastoncito. ¡Muerda, tío, muerda no más el bastoncito!
Y entonces abrió la boca, el tigre,
creyendo lo que le decía el pícaro, y Juan aprovechó para disparar. El tigre lo
corrió pero que lo iba a alcanzar. Se metió en un monte el zorro y ahí andaba.
Después de unos días, por casualidad se encontró con una pistola vieja, sin
gatillo. Se puso la pistola al lado y se recostó a dormir la siesta al pie de
un gran árbol.
Ildefonso, que lo andaba siguiendo,
se metió en el monte a buscarlo. Ahí lo encontró una siesta en profundo sueño.
Llegó muy despacito y tomandoló del cuello le dijo:
Y Juan con su característica
astucia se incorporó, y sacando la pistola y poniendoselá al pecho al tigre, le
dijo:
-Si no me larga lo mato. Ahora soy
juez de paz de los zorros. ¡Cómo no se ha enterado de la noticia!
Lo largó el tigre porque se
sorprendió de verlo con arma de fuego. Y a las armas de fuego le tiene miedo el
tigre. Y se aprovechó el zorro, y fue retrocediendo, apuntandolé siempre, y
logró perderse en la espesura del monte, aprovechando la sorpresa del tigre.
Silvano Arístides Hernández, 61
años. Mar del Plata. Buenos Aires, 1958.
Aventura poco difundida.
Cuento 198. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
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