Qu'
era un hombre pobre que tenía una casita. Era solo, y tenía una
yuntita 'e güeyes.
Si
había disparau un tigre qui andaban persiguiendo unos tigreros. Y
pórque no viene ande 'staba el hombre arando este tigre. Que ya
llega, y que le dice:
-Yo
no sé nada, me tiene que dar uno en seguida, si no, se los voy a
comer a los dos, y a usté tamén. Voy a esperar.
Entonce,
qui había un tala a la orilla del rastrojo. Qu' era una sombra
lindísima, y que el tigre se botó a dormir áhi. Era en tiempo 'e
verano y hacía un sol juertísimo.
Bué...
Entonce que el hombre andaba tristísimo, arando. Y pórque no se li
aparece una zorra, muerta di hambre, buscando algo pa comer, y le
pide al hombre que le dé un lacito pa comer. Entonce el hombre le
dijo qui andaba en apuro.
-Mire
-le dice la zorra al hombre, yo le voy a preguntar desde lejo, como
si jueran los hombre qui andan buscando el tigre, y usté me va
contestar.
El
tigre que había pasau mala noche por escapar a los perseguido-res, y
'taba a todo esto dormidazo.
La
zorra subió a la loma gritando y gritando, y rodiando el rastrojo. Y
ya qui oyó el tigre, y que le dice al hombre:
El
hombre con casualidá tenía una d'esos sacos antiguos, hechos di un
cuero entero, y lo qui había llovido, qu'estaba blandito.
-Echemé,
amigo, al saco. No tenga cuidado, que no le voy a comer el güey.
Y
el hombre le pegó con l'hacha hasta matarlo al tigre. Qu'el tigre
bramaba y saltaba, pero qu'era inútil porque no podía salir.
Juan
Lucero, 58 años. El Durazno. Pringles. San Luis, 1944.
Gran
narrador.
Cuento
380. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
0.015.1 anonimo (argentina) - 033
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