Hace mucho, mucho tiempo, había dos hermanos gemelos
tan parecidos entre sí como. dos gotas de la misma agua. El uno se llamaba
Lumba y el otro Malumba. Cuando nacieron, una hechicera le había dado a su
madre dos piedras lisas y redondas, dicién-. dole que se las pusiera al cuello
y que, cuando fueran mayores, no se las quitaran nunca, pues eran dos
poderosísimos talismanes.
Los niños fueron creciendo, siempre con sus
respectivos talismanes pendientes del cuello, hasta convertirse en dos
apuestos y agraciados jóvenes. Un día, Malumba, que era: el más inquieto de
los dos, le dijo a su madre:
-Estoy cansado de la vida que llevo aquí. Quiero conocer
el mundo y te ruego que me des tu permiso para ir en busca de fortuna.
-Hazlo así, pues lo deseas -le respondió su madre,
pero somos tan pobres que nada podré darte para el camino.
-No te preocupes, madre -dijo Malumba. Tengo mi
talismán y confío en su poder.
Aquel mismo día, tras de abrazar a su madre y a su
hermano, Malumba se puso en camino. Cuando llegó a los linderos de un gran
bosque, se agachó a arrancar unas hierbas. Después, pasó una de ellas por el
talismán y, al tiempo que la tiraba al suelo, dijo:
-¡Quiero que te conviertas en un caballo!
No había acabado de pronunciar estas palabras cuando
apareció ante él un hermoso caballo blanco. Entonces pasó por el talismán otra
hierba y, arrojándola al suelo, dijo:
-¡Quiero que te conviertas en un cuchillo!
Al punto, un magnífico cuchillo quedó prendido en el
cinturón de Malumba. Finalmente, hizo lo mismo con otra hierba, exclamando :
-¡Quiero que te conviertas en un fusil!
Y, en el mismo instante, un espléndido fusil fue a
colocarse en bandolera sobre la espalda de Malumba. Este, muy contento al
comprobar el poder de su talismán, monto en el caballo y prosiguió su camino.
Cabalgó largo rato, hasta que empezó a sentir hambre y fatiga. Entonces bajó de
su caballo y le dijo a su talismán:
-Dispón algo para que repare mis fuerzas, pues estoy
desfallecido.
Inmediatamente apareció ante él una mesa provista de
los más suculentos manjares: Malumba comió y bebió cuanto quiso. Después,
cuando hubo descansado un poco, montó nuevamente en el caballo y reemprendió su
camino.
No lejos de allí había una gran ciudad, donde vivía un
rey muy poderoso. Este tenía una hija única, muy bella pero también muy
caprichosa, que se hallaba ya en edad de casarse, aunque hasta entonces había
rechazado a todos los pretendientes que se la habían ofrecido.
Hallábase la hija del rey con unas amigas junto al río
que pasaba por las afueras de la ciudad, cuando vio llegar a Malumba montado
en su caballo. Súbitamente quedó enamorada de él y, abandonando a sus compañeras,
corrió a su casa y le dijo a sus padres:
-Acabo de ver junto al río al hombre que quiero por
esposo. Sólo con él me casaré.
El padre, que deseaba ver feliz a su hija, ordenó a
sus esclavos que fueran a ver al joven y que lo invitaran a un banquete en su
palacio.
Malumba aceptó muy gustoso la invitación y, con ayuda
de su talismán, se proveyó de ricos presentes que ofrecer al rey. Este los recibió
muy contento y, a los postres, le habló de su hija, ofreciéndosela en
matrimonio.
-Creo que se trata de la joven que vi junto al río. Si
es de ella de quien me habláis, de mil amores la tomaré por esposa.
Pocos días después, con alegría de todos, se
celebraron las bodas y la joven pareja se fue a vivir a la suntuosa casa que el
rey dispuso para ella. En la casa había tres grandes espejos que estaban
cuidadosamente tapados, lo que llamó poderosamente la atención de Malumba.
-¿Por qué están tapados estos espejos? -le preguntó a
su esposa.
-Porque no son unos espejos como los demás -le
respondió ella.
-¡Oh déjamelos ver!
-No, Malumba, correrías un gran riesgo.
-Nada temo, esposa mía -insistió Malumba. Quiero
verlos.
Entonces ella retiró el paño que cubría el primer
espejo y, con asombro y contento de Malumba, éste vio reflejada en él su
ciudad, con todas sus calles y sus casas, incluso aquella en que había vivido
con su madre y su hermano.
-¡Siento una gran alegría al ver de nuevo mi ciudad!
-exclamó Malumba. No sé qué de malo puede haber en ello.
-Nada, realmente -respondió su esposa. En el otro
espejo, en cambio, lo que se ve son las ciudades y los lugares que uno ha conocido. .
Y, diciendo esto, retiró el paño que cubría el segundo
espejo. Malumba vio reflejados en él, uno tras otro, todos los lugares por
donde había pasado en su reciente viaje.
-¿Y el tercer espejo? -preguntó.
-Ese no se puede destapar.
-¿Por qué?
-Porque en él verías la ciudad de la que nunca se
vuelve.
-¡Oh quiero verla! -exclamó y, lleno de impaciencia,
arrancó el paño que lo cubría.
Ante sus ojos apareció, reflejada en el espejo, una
imagen terrible que, sin embargo, fascinó a Malumba.
-¡Quiero ir allí! -gritó.
-¡No Malumba, te lo ruego! -le suplicó su esposa- ¡No
vayas allí, porque de esa ciudad no se vuelve nuncá!
Pero por más que ella insistió le fue imposible
detenerlo. Malumba tomó su cuchillo y su fusil, montó en el caballo y se
encaminó a la terrible y fascinante ciudad.
Durante días y días cabalgó en aquella dirección,
hasta que llegó a un lugar que le pareció cercano a la ciudad que buscaba. A un
lado del camino vio a una vieja sentada en el suelo junto a un gran montón de
piedras blancas y negras.
-¿Podrías darme un poco de fuego para encender mi
pipa? -le preguntó Malumba a la vieja.
-Baja del caballo y ven a buscarlo -le respondió ella.
Obedeció Malumba y se acercó a tomar el fuego, pero
tan pronto como tocó la mano de la vieja, él quedó convertido en una piedra
negra y su caballo en una piedra blanca. La vieja arrojó las dos piedras al
montón y siguió allí sentada con una sardónica sonrisa de satisfacción en los
labios.
Entretanto, la madre y el hermano de Malumba habían
empezado a preocuparse porque nunca más habían vuelto a tener noticias de él.
Un día, Lumba dijo:
-Madre, temo que a Malumba haya podido sucederle algo
malo. Si me das tu permiso iré en su busca.
-Yo también estoy inquieta, hijo mío -le respondió la
madre. Vete, pues, y ojalá me traigas pronto buenas noticias.
Partió Lumba y, como su hemano, llegó al gran bosque,
donde hizo lo mismo que él: tomó unas hierbas y las pasó por su talismán para
que éste las transformara en un caballo, un cuchillo y un fusil. Tras ello,
cabalgó durante varios dias, hasta que llegó a la ciudad donde Malumba se
había casado con la hija del rey. Cuando las gentes lo vieron aparecer, como
se parecía tanto a su hermano, se pusieron a gritar:
-iHa vuelto, ha vuelto Malumba, el esposo de la hija del
rey!
Al oir aquellos gritos, Lumba comprendió que había
seguido la buena pista y que allí podría saber qué había sido de su hermano.
Acompañado por la multitud llegó a una casa, de la cual salió una bellísima
joven que corrió hacia él con visibles muestras de alegría :
-¡Oh, al fin has vuelto, esposo mío! -exclamó la
joven.
Lumba descendió del caballo y, muy amablemente, le
respondió:
-Estáis en un error. Yo no soy Malumba, sino Lumba.
-¡No bromees, tras lo inquieta que me has tenido! -le
dijo ella, haciendo caso omiso de todos los intentos de Lumba para disuadirla
de su engaño.
Quiso Lumba convencer al rey y a los habitantes de la
ciudad de que él no era Malumba, pero nadie quiso creerle. Finalmente,
comprendió que era mejor dejar las cosas como estaban, ya que así, además,
podría descubrir el paradero de su hermano.
Concluido el banquete que el rey dio en su honor, fue
conducido a su casa por la que se creía su esposa, y ésta, al entrar, le dijo:
-Confío en que ahora ya no querrás volver a mirar los
espejos.
Lumba, claro está, ignoraba a qué se refería, pero
adivinando que en tales espejos pudiera estar la causa de la desaparición de
Malumba, le contestó :
-Nada de eso; te agradeceré que me los muestres de
nuevo.
Desaparecidos ya sus temores, esta vez ella no se
opuso y Lumba pudo ver en el primer espejo su ciudad y en el segundo todos los
lugares por donde había pasado. Cuando llegaron al tercero, quedó fascinado
también por la imagen de la ciudad de donde nunca se vuelve.
-¡Oh! ¿Cómo pudiste regresar de ella? -le preguntó la
joven esposa.
Bastaron estas palabras para que Lumba sospechara todo
lo ocurrido.
-Ahora que recuerdo -dijo, dejé olvidada allí una
cosa. No te preocupes, que volveré en seguida.
Ella, aunque un poco contrariada de que se ausentase
nada más llegar, aceptó dejarlo partir, convencida de que, como la primera vez,
le sería fácil al que creía su esposo regresar de aquella terrible ciudad.
Lumba montó en su caballo y partió al galope. Cabalgó
días y días, hasta que, finalmente, llegó al lugar donde estaba la vieja
sentada en el suelo junto a un montón de piedras blancas y negras.
-¿Podrías darme un poco de fuego para encender mi
pipa? -le preguntó Lumba a la vieja.
-Baja del caballo y ven a buscarlo -le respondió ella.
Lo hizo así Lumba, pero en vez de extender la mano
hacia la vieja, la golpeó con su talismán. En aquel mismo instante, la tierra
se abrió y se tragó a aquella perversa bruja.
Rápidamente, Lumba se acercó al montón de piedras y se
puso a golpearlas con su talismán. Cada piedra negra que tocaba quedaba
convertida en un apuesto joven, y cada piedra blanca en un hermoso caballo.
Cuando después de tocar una de aquellas piedras apareció Malumba, ambos
hermanos se fundieron en un estrecho abrazo. Después, montó cada cual en su
caballo y emprendieron rápidamente el regreso a la ciudad, donde la mujer de
Malumba estaba esperando con impaciencia a su esposo.
Cuando llegaron allí, todos se maravillaron de lo
mucho que se parecían Lumba y Malumba. Estos contaron cuanto les había sucedido
y, para festejar su feliz regreso, se celebraron grandes fiestas que duraron
tres días y tres noches.
Al término de ellas, Lumba fue a buscar a su madre y
la llevó a vivir a la ciudad donde Malumba acababa de ser proclamado futuro
rey.
Los tres espejos ya no existían, pues desaparecieron
en el mismo instante en que la vieja bruja fue tragada por la tierra.
Y, así, a falta de aquellos espejos, nadie ha vuelto a
saber nada de la ciudad de donde nunca se vuelve.
0.009.1 anonimo (africa) - 037
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