Había una vez una joven muy hermosa, llamada Emé, hija
de padres acomodados. Un día fue vista por Yesé, joven de otro poblado, quién
al punto quedó rendidamente enamorado de ella, hasta el extremo de que no
vaciló en ir a ver a sus padres y pedírsela por esposa. Estos quedaron muy bien
impresionados por Yesé, que era un joven apuesto y de excelentes modales, y al
cabo de la conversación que sostuvieron con él decidieron acceder a sus
deseos. Con la alegría que cabe suponer Yesé regresó a su poblado para disponer
todos los preparativos de la boda.
Ni que decir tiene que el joven, al comunicar a sus
padres su próximo casamiento con Emé, describió a ésta con las más encendidas
palabras de elogio, ponderando especialmente su hermosura en la que, según sus
palabras, excedía a cuantas jóvenes había conocido hasta entonces.
Llegó el día fijado para la boda y el padre de Emé
compró para ella la mejor esclava que pudo encontrar y ordenó a su hija menor,
Malí, que acompañase a su hermana en el viaje que ésta tenía que realizar hasta
el poblado de Yesé.
Así pues, las jóvenes emprendieron la marcha.
Anduvieron todo el día y al caer la tarde llegaron junto a un río, desde el
cual se divisaba, no muy lejos de allí, el poblado a que se encaminaban.
Entonces se les ocurrió la idea de bañarse para reponerse un poco de su fatiga
y librarse del polvo del camino.
Aquel río estaba habitado, como todos, por un genio,
el cual se hallaba entonces cerca del lugar donde las jóvenes se disponían a
tomar su baño. La primera en entrar en el agua fue Emé, pero apenas ésta había
puesto el pie en ella, la esclava le dio un fuerte empujón y la impulsó hacia
donde estaba el genio, quien rápidamente se apoderó de la joven y se la llevó
consigo al fondo.
Grande fue el desconsuelo de Malí cuando vio
desaparecer de aquel modo a su hermana. Pero la esclava, al oirla llorar y
lamentarse, la amenazó:
-Cállate, porque si no también te arrojaré al río. ¡Y
pobre de ti como le digas a alguien lo que ha ocurrido!
La pobre Malí contuvo su llanto como pudo. La esclava
la asió bruscamente de la mano y la obligó a proseguir su camino.
Llegaron así al poblado de Yesé, quien las estaba
aguardando a la puerta de su casa. La esclava se presentó a él como si fuera
Emé, y aunque Yesé no pudo reconocer en ella a la bellísima prometida que
esperaba, pensó que quizá lo que ocurría era que se hallaba muy fatigada por el
largo viaje y que éste había alterado la perfección de su rostro.
Más tarde, cuando todos los habitantes del poblado
tuvieron ocasión de conocer a la futura esposa de Yesé quedaron muy sorprendidos,
pues éste les había ponderado mucho su belleza y ellos no veían en ella nada
especial; antes al contrario, más bien la encontraban poco agraciada y
vulgar.
Así, fueron pasando los días y Yesé no daba muestras
de tener mucha prisa para la celebración de la boda, encontrando siempre algún
motivo para retrasarla.
Entretanto, la pobre Malí tenía que soportar los
malos tratos de la esclava, quien la había presentado como una pequeña criada
que tenía a su servicio. Entre las obligaciones que le había impuesto figuraba
la de ir todos los días al río con un gran cántaro a buscar agua fresca. Y
sucedió una vez, que cuando Malí había llenado su cántaro, éste pesaba tanto
que en modo alguno podía cargar con él. Entonces, muy afligida al ver la
inutilidad de sus esfuerzos, se sentó en la orilla y se puso a llorar
desesperadamente.
De pronto, por entre sus lágrimas, vio aparecer ante
ella a una bellísima joven: era Emé que, al Oír el llanto de su hermanita, le
había pedido al genio del río que la dejara acudir a consolarla. El genio,
sabedor de que Emé no podía huir, accedió a lo que. ella le pedía.
-¡Oh, hermana mía -exclamó Malí, cuando se hubo
repuesto de su congoja, no sabes qué malos tratos me da esa perversa esclava
causante de nuestra desdicha!
-¿Y qué hace Yesé? -le preguntó su hermana.
-El está muy triste y, con gran desesperación de
ella, siempre retrasa la boda.
-Bueno, no te aflijas, hermanita querida, que día
llegará en que se acabarán nuestras penas.
Dicho esto, la hermosa Emé abrazó y besó nuevamente a
su hermana, y volvió a sumergirse en las aguas del río.
El genio accedió en otras muchas ocasiones a que Emé
pudiera reunirse con Malí, de modo que ésta recibía con ello un gran consuelo
y cobraba ánimos para soportar el mal carácter de la esclava, más irritada cada
día al ver que Yesé no se decidía a casarse con ella. Una mañana, cuando la
niña se encontraba junto al río llamando a su hermana, acertó a pasar por allí
un cazador amigo de Yesé. El cazador, muy extrañado al oír hablar a Malí y no
ver a quién se dirigía, se ocultó tras unos árboles a observar en qué paraba
aquello. Poco después vio salir del río a una hermosísima joven que se acercó a
Malí y la estrechó fuertemente entre sus brazos. Aguardó hasta que aquella
joven, tras haber conversado con Malí, volviera a desaparecer en el río, y
después se apresuró a ir en busca de Yesé. Cuando lo encontró, le dijo:
-Escucha Yesé: acabo de ver junto al río a esa pequeña
que tu prometida tiene como criada, y ha sucedido algo muy extraño.
-¿Qué ha sido?
-Pues verás: ella estaba dando voces con acento
lastimero, cuando salió del río una joven bellísima que corrió a abrazarla, y
lo más curioso del caso es que la pequeña la llamó Emé.
-¿Emé? ¿Cómo es posible?
-Sí, ya sé que ése es el nombre de tu prometida. Pero
como ésta no corresponde a lo que tú nos habías dicho de ella antes de que
llegara al poblado, sospecho que es una usurpadora: tu verdadera prometida es
la joven del río, cuyo genio la tiene en su poder...
-Sí -dijo Yesé, tras reflexionar unos momentos. Ha de
ser como tú dices. Mañana mismo iré al río a comprobarlo.
Así lo hizo, en efecto, y acompañado del cazador se
situó tras unos árboles. Llegó Malí con su cántaro y a los pocos momentos apareció
Emé, que emergió de las aguas del río más bella que nunca.
-iEs ella, es ella! -exclamó jubilosamente Yesé. Pero,
para mi desgracia, se encuentra en poder del genio del río y nada puedo hacer
para rescatarla.
-No te desesperes, Yesé -le contestó el cazador. Sigue
mi consejo y vete a ver a la vieja del río: ella es la única que puede libertar
a Emé.
-¡Oh, tienes razón! ¡Voy ahora mismo a visitarla!
La vieja del río era una mujer ancianísima, de más de
cien años, que vivía en una cabaña junto a la orilla, a cierta distancia del
lugar donde había desaparecido Emé. La cabaña era muy frágil, pero nada podían
los elementos contra ella. En la época de las lluvias, cuando el río aumentaba
de caudal y se desbordaba, al llegar junto a ella las aguas se retiraban
respetuosamente.
Yesé llegó a la cabaña y, tras de explicarle detenidamente
a la vieja del río lo que le había sucedido a Emé, le rogó que le ayudase.
-Está bien, lo haré -respondió la vieja del río. Pero
para ello necesito que me traigas una gallina blanca, una cabra blanca,, una
tela blanca y una cesta de huevos. Vete a buscar todo lo que te digo y no
vuelvas hasta dentro de siete días, pues hasta entonces no será el momento
propicio.
Yesé regresó muy esperanzado a su casa, y a los siete
días volvió a la cabaña llevando consigo todas las cosas que la vieja del río
le había pedido. La anciana las tomó y le dijo al joven que se ausentase de
allí y no volviera hasta pasado un buen rato. Ella, entre tanto, se dirigió a
un apartado lugar de la orilla del río y, mientras musitaba lentamente unas
palabras que sólo ella conocía, fue arrojando al agua, primero, la cabra
blanca, a continuación la gallina blanca y después, uno a uno, los huevos de la
cesta. Finalmente, tomó el paño blanco y lo extendió sobre la superficie del
río.
Apenas había hecho lo último, cuando súbitamente se
abrieron las aguas y en el hueco formado por ellas apareció la hermosísima
Emé.
-Ven conmigo, Emé -le dijo entonces la vieja. Nada
temas, porque yo soy tu amiga y haré que puedas reunirte con tu prometido.
La anciana tomó de la mano a Emé y la condujo hasta la
cabaña. Poco después llegó Yesé en compañía de su amigo el cazador, y no es
para descrita la inmensa alegría que tuvieron los dos prometidos cuando al fin
se vieron juntos.
-Sólo una cosa me falta para ser feliz del todo -dijo
Emé. Y es poderme reunir con mi querida hermanita Malí.
Entonces Yesé le pidió al cazador que fuera a la
orilla del río en busca de la niña. Llegó ésta, en efecto, como todos los días,
a llenar de agua su cántaro, y el cazador, tras de contarle todo lo ocurrido,
la tomó de la mano y la condujo hasta la cabaña de la vieja del río. Allí,
llorando y riendo de contento, ambas hermanas se fundieron en un apretado
abrazo. Después, Emé le dijo a Malí que volviera a su casa y le dio
instrucciones de lo que tenía que hacer cuando llegara a ella.
Se marchó, pues, la niña al poblado, y al llegar a la
casa se encontró a la intrusa que, como siempre, estaba muy irritada y la
empezó a insultar. Pero aquella vez, Malí se revolvió y le gritó:
-¡Cállate, mujer perversa, que no eres más que la
esclava de mi hermana y pronto tendrás tu merecido!
La esclava, que no esperaba aquello, se puso más
furiosa que nunca y, tomando un palo, se dispuso a golpear a Malí; pero ésta echó
a correr, salió de la casa y, con la esclava pisándole los talones, se encaminó
a la cabaña de la vieja del río.
Cuando llegaron allí, Emé apareció en la puerta. La
esclava, al verla, se detuvo como aterrorizada, con los ojos que parecían a punto
de salírsele de sus órbitas. Pero rápidamente, antes de que su ama pudiera
dirigirle la palabra, se dio la vuelta y emprendió la huída. Lo hizo en
dirección al río y tan desatinadamente que, cuando llegó junto a éste, no pudo
detenerse y cayó al agua. Entonces, el genio del río se apoderó de ella y la
arrastró al fondo, de donde nunca más volvió a salir.
Al día siguiente, con gran alegría de todos, se
celebraron las bodas de Yesé y Emé, que vivieron muchos años y fueron muy
felices.
0.009.1 anonimo (africa) - 037
No hay comentarios:
Publicar un comentario