Un día a la mañana,
pasando el tigre por las pasadas que siempre hacía él, pisó un sapo. Entonce se
enojó el sapo y di atrás lu habló:
-Toda
la gente de tu calaña pisotea a cualquiera, sin tener consideración a nadie,
como si fueran los únicos que valen. Entonce el tigre se reía y le decía que no
se enojara, que no lu había visto.
El
sapo 'taba áhi, muy enojau, parau en cuatro uñas. Bueno... Entonce le empezó a
decir al tigre que toda la familia d'el era así, que a todos los chicos lo
trataban con desprecio, y que no se daba cuenta que eran grandes, pero que eran
más inferiores que los animales chicos, más inferiores que él y que otros
animales. Y le dice:
-Los
chicos somos más malos y más bravos que ustedes, los animales grandes que se
las dan de muy malos.
Claro, el sapo 'taba
ofendido hasta l'alma. Entonce el sapo lo desafió al tigre a una lucha, a una
lucha entre todos los animales chicos y todos los animales grandes y malos, de
la calaña del tigre.
Eligieron
cierto lugar donde se iba hacer la lucha. Y tenía que ser entre dos o tres
días. Y eligieron un día en la mañana, bien tem-prano.
Entre
la gente que tenía el tigre 'taba el zorro, el lión, el gato monté, toda la
familia de los tigres, en fin, todas las fieras, toda esa compañía de malos,
que tenían garras y dientes de malignos.
El
sapo juntó gente chica, de flecha como enjambres de abejas, de avispas, de
abejones, de mata arañas, que pican y que son muchísimos.
El
tigre y las fieras querían saber qué gente tenía el sapo. Y claro, todos se
reían. Di una plaza alcanzaron a ver al sapo cuando se encaminaba para el lugar
de la cita, al lugar ande era la batalla. Lo vieron de lejos y vieron que el
sapo se corrió al monte. Entonce el tigre con todo lo malo y grande que se
creía entró a desconfiar. Entonce lo mandó al zorro, como es tan vivo que fuera
a ver qué fuerza tenía el enemigo.
El
zorro fue. Se quería esconder entre los yuyos y se quería hacer el que andaba
no más como de paseo, pero como todos lo conocen bien, lo atacaron. Salió
disparando y loco de dolor. Se sacudía, se revolcaba, y nada, no lo dejaban las
avispas que lo perseguían. Y no tuvo más remedio que tirarse al agua y así se
salvó de las picaduras. Ya se dio cuenta, el zorro, que lo habían mandado para
probar, y pensó que los otros no se la iban a llevar de arriba, que tenían que
sufrir como él ese mal rato. Entonce llegó y dijo que no había ninguna novedá.
Entonce el tigre le dice:
-Yo vi
unos bultitos, unos montoncitos en el medio del monte. Eso era lo que había,
pero para mi ver, eso no tiene importancia, tío tigre.
Entonce, cuando el
zorro vino con el parte y decía que no había ninguna novedá, el tigre dio la
orden de avanzar a su tropa.
Entonce
entraron ande 'taba el sapo y avanzaron todo el ejército de los grandes, de las
fieras. El zorro con disimulo se quedaba atrás, listo para disparar. En primera
fila iba el tigre, como jefe. En cuantito asomaron al terreno de la lucha,
salieron enjambres de animalitos de flecha, y al primero que agarraron fue al
tigre. Y se les prendieron a los animales de garras los bichitos de flechas y
los picaron por todos lados ande podían meterse. Y eran las partes que más les
dolía, la boca, los ojos, las verijas, el ocote. Todos se revolcaban de dolor y
disparaban. El zorro, de lejo no más, cuando vio el desbande, le gritaba al
tigre:
Y áhi
rumbiaron para el lau del agua y se tiraron al agua, y así se defendieron, pero
perdieron no más.
Nicasio Muñoz, 25
años. El Durazno. Pringles. San Luis, 1987.
Trabajador rural. Ha
concurrido a la escuela primaria.
Cuento 524. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
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