Erase una vez un muchacho, llamado Aku, que vivía a
solas con su madre. Ella había puesto en él todas sus esperanzas, pues era el
único que le quedaba después de haber perdido a su esposo y a los otros tres
hijos, mayores que Aku, que aquél le había dado. Aku era un buen muchacho que
siempre ayudaba en cuanto podía a su madre, y deseaba aún hacerlo más, de modo
que no tuviera que fatigarse tanto trabajando para los dos. Por eso, un buen
día, cuando ya era mayorcito, le dijo:
-He pensado que podría comprar sal y después venderla
entre nuestros vecinos. Si me das un poco de polvo de oro la iré a buscar al
Pais-a-orillas-del-mar.
-¿Cuánto necesitas? -le preguntó madre.
-Creo que con un asuanu
tendré bastante -respondió Aku.
Un asuanu
equivale a una onza. Su madre le dio el polvo de oro que le pedía y Aku se puso
en camino hacia el Pais-a-orillas-del-mar.
Anda que te andarás, se encontró con un hombre que iba
acompañado de un perro. A Aku le gustaban mucho los animales y como a poco de
hablar con el hombre vio que éste no quería mucho al perro, pues le dijo que se
proponía venderlo, decidió comprárselo.
-No es para ti -le dijo el hombre, porque tú no
podrías pagarme un asuanu de polvo de
oro, que es lo que yo pienso sacar por él.
-¿Cómo que no? -respondió Akú. Aquí tiene el polvo de
oro y deme usted el perro.
Hicieron el trueque y el muchacho se volvió a su
casa. Su madre, al verlo llegar antes de lo que esperaba, se sorprendió mucho.
Cuando supo el motivo, lamentó que Aku hubiera empleado tan mal el polvo de
oro, pero no le riñó ni le dijo nada.
Al cabo de algún tiempo, Aku volvió a decirle a su
madre:
-Madre, si me das un poco de oro podré comprar algunas
cosas para revenderlas entre nuestros vecinos. De este modo podría ganar
bastante para que tú no tuvieras que trabajar tanto.
-No ganaste mucho la primera vez -le contestó su madre.
¿Y si ahora vuelve a suceder lo mismo?
-No, te aseguro que no. Dame dos asuanu de oro y ya verás el buen partido que sacaré de ellos.
La buena mujer le dio a su hijo lo que le pedía y éste
no tardó en ponerse en camino de nuevo. No se había alejado mucho de su casa
cuando se encontró con un hombre que llevaba en brazos a un gato. Era un minino
lindísimo que, al ver a Aku, se puso a maullar con acento, lastimero. Pese a la
promesa que le había hecho a su madre de emplear bien el polvo de oro, Aku no
pudo resistir la tentación y le propuso al hombre comprarle el gato.
-Este animalito me es muy útil porque caza los ratones
que hay en mi casa -le dijo el hombre. Además, no creo que tú puedas
comprármelo.
-¿Cuánto quiere usted por él?
-No lo daría por menos de dos asuanu de polvo de oro.
-Aquí los tiene y deme usted el gato -respondió Aku,
al tiempo que le entregaba al hombre los dos asuanu.
Grande fue el disgusto que tuvo la madre cuando su
hijo le dio cuenta del mal empleo que había hecho del polvo de oro. Pero la
buena mujer enjugó unas lágrimas en silencio y nada dijo, pues la cosa ya no
tenía remedio.
Al cabo de cierto tiempo, Aku juzgó que ya se le
habría pasado el disgusto a su madre y volvió a decirle:
-Mira, si me das tres asuanu de polvo de oro intentaré
hacer algún buen negocio que te compensará de todas las fatigas pasadas.
-Hijo mío -respondió la madre, somos muy pobres. Tres asuanu es todo los que nos queda y temo
que tampoco esta vez hagas un buen trato.
-¡Oh, no -exclamó Aku, ahora no ocurrirá lo mismo, te
lo prometo!
La madre le dio los tres asuanu de polvo de oro y al día siguiente por la mañana el muchacho
se puso por tercera vez en camino. No había andado mucho cuando se encontró con
un cazador que llevaba una paloma en la mano. "¡Pobre avecilla -se dijo
Aku, seguro estoy de que este cazador la ha capturado para comérsela!". Y,
entristecido por esta idea, le propuso al hombre comprarle la paloma.
-No creo que puedas hacerlo -respondió el cazador.
Vale mucho.
-¿Cuánto?
-Tres asuanu de
polvo de oro.
-Pues aquí los tiene y deme usted la paloma -le dijo
Aku.
Cuando el muchacho llegó a su casa y le contó a su
madre lo ocurrido, la buena mujer no pudo reprimir su disgusto y, alzando los
brazos al cielo, exclamó:
-¡Ay, hijo mío! Nada nos queda ya. ¿Qué va a ser ahora
de nosotros?
Aku, al ver la desesperación de su madre, sintió una
profunda tristeza. ¿De qué habían servido todos sus, buenos propósitos si, en
fin de cuentas, lo único que había hecho era empeorar más su situación? Se
había sentado junto a la puerta de su humilde morada embargado por tan penosas
reflexiones, cuando sintió que la paloma, que que había estado revoloteando a
su alrededor, fue a posarse en su hombro. Ni siquiera la miró, de tan abstraído
como estaba. Pero la palomita volvió la cabeza hacia él y le dijo:
-Aku, tengo que hablarte.
El muchacho se quedó boquiabierto de sorpresa, pero
la paloma, sin darle tiempo a que dijera nada, prosiguió:
-No te asombres, Aku, porque yo no soy lo que parezco.
Verás, no hace mucho me hallaba entre los míos, de los cuales soy el más
poderoso jefe, y me disponía a emprender un largo viaje, cuando fui capturado
por ese perverso cazador. De sus manos y del triste fin a que me destinaba tú
me libraste, y ahora, te lo suplico, ¡llévame a mi pueblo! Eterna será mi
gratitud...
Aku, repuesto ya de su sorpresa, titubeó un momento:
-No sé, no sé -contestó. Acaso todo eso que dices no
sean más que mentiras para poder huir.
-No, Aku -le dijo la paloma, nada quiero 'hacer en
contra de tu voluntad. Pero, si dudas de mí, puedes llevarme con una cuerda
sujeta a una de mis patas.
Aquello le pareció bien al muchacho, y poco después se
puso en camino llevando tras de sí a la paloma sujeta con una larga cuerda.
Anduvieron y anduvieron hasta que, al fin, llegaron al
poblado de la paloma. Nada más verlos, dos niñas que estaban jugando en las afueras
se pusieron a gritar "¡el Jefe! iel jefe!" y echaron a correr hacia
las primeras casas. No tardó en congregarse una gran multitud en torno a Aku y
a la paloma. Y cuando toda la tribu estuvo informada de cómo Aku había dado sus
últimos asuanu de polvo de oro para liberar al jefe, todos corrieron a sus casas
y, con la Reina
madre al frente, volvieron de ellas llevando saquitos de oro para el muchacho.
Después, el más viejo de la tribu se adelantó hacia donde estaba Aku y,
quitándole el anillo de oro que tenía en un dedo, se lo dio, diciéndole:
-Por tu buen corazón y en prueba de nuestra gratitud,
te entrego este anillo de oro, el cual satisfará todos tus deseos.
Después, Aku se despidió de la paloma y, aclamado por
la multitud, emprendió el regreso.
Cuando llegó a su casa, la madre, que estaba sentada
a la puerta, corrió a abrazarle.
-iHijo mío -exclamó, cuánto has tardado esta vez!
¿Dónde estuviste?
Aku se lo contó todo, le hizo entrega de los saquitos
de polvo de oro. y le mostró el anillo. No es para contar la alegría que -tuvo
la buena mujer. Aku, cuando hubo descansado de su largo viaje, quiso poner a
prueba el poder del anillo y se fue al bosque cercano. Al llegar donde era
mayor la espesura, tomó el anillo en la mano y le ordenó :
-¡Anillo, poderoso anillo, abre un gran espacio en el
bosque abatiendo todos los árboles y matorrales a mi alrededor!
Apenas había acabado de pronunciar estas palabras,
cuando todos los árboles y matorrales en varios cientos de metros a la redonda
cayeron al suelo.
-¡Anillo, poderoso anillo -volvió a ordenar Aku,
amontona y quema cuanto has abatido !
Inmediatamente, árboles y matorrales se amontonaron
por sí solos y un gran fuego los redujo a cenizas en un periquete.
La orden siguiente de Aku fue:
-¡Anillo, poderoso anillo, haz que se alcen aquí
muchas casas y que venga gente a vivir en ellas!
Acto seguido, surgieron las casas que había ordenado,
todas ellas con sus correspondientes moradores. Aku fue entonces a buscar a su
madre y la nombró reina del nuevo poblado, del cual él se constituyó en jefe.
En uno de los poblados vecinos del de Aku vivía un
jefe llamado Ananso. Este, que había oído hablar de cómo había surgido, por
arte de encantamiento, el nuevo poblado en medio del bosque, quiso conocerlo y,
ni corto ni perezoso, se encaminó a él. Cuando llegó, tuvo una muy cordial
entrevista con Aku, en el transcurso de la cual este último, a solicitud del
jefe Ananso, le refirió con todo detalle cómo se había producido aquel
prodigio,. sin omitir, claro está, la mención al mágico poder del anillo. El
jefe Ananso quedó maravillado y al punto sintió vivísimos deseos de apoderarse
de tan preciosa joya. Pero nada dijo y, con mucha cortesía y amables palabras,
se despidió de Aku.
Tan pronto como el jefe Ananso llegó a su poblado,
habló con un sobrino que tenía, llamado Batú, y le dijo:
-Quiero que vayas al poblado de Aku. Le llevarás como
presente este vino blanco y procura, sin que nadie te vea, apoderarte de su
anillo.
Cuando el sobrino de Ananso llegó al poblado de Aku,
éste se puso muy contento al recibir el obsequio e invitó a Batú a pasar tres
días con él. Los dos muchachos se hicieron en seguida grandes amigos, pero Batú
no dejó por ello de pensar en cumplir la orden que le había dado su tío. Y así,
al llegar el tercer día, aprovechando que Aku había ido al río a bañarse, para
lo cual se había quitado el anillo, Batú se apoderó de éste y abandonó a toda
prisa la mansión de quién tan gentilmente lo había hospedado.
Tan pronto como el jefe Ananso tuvo en su poder el
anillo mágico le ordenó que construyera un poblado mayor y más bello que el de
Aku. Y sus deseos se vieron cumplidos al instante.
Grande fue la desolación de Aku cuando, al regresar
del baño, se encontró con que tanto su anillo como Batú habían desaparecido. Entonces
se fue a consultar con el genio del bosque. Y éste, cuando Aku le hubo contado
todo lo ocurrido, le habló así:
-Si quieres recuperar tu anillo mágico, debes enviar
en su busca a Ocra y Ocramán: sólo ellos podrán devolvértelo.
Ocra era el gato y Ocramán el perro de Aku, y así que
éste llegó a su casa les ordenó que fueran a recuperar su anillo. Pero, entretanto,
también el jefe Ananso había consultado con un genio, el cual le avisó de que
Ocra y Ocramán iban a ir a apoderarse del anillo. Entonces el jefe Ananso tomó
una buena cantidad de carne mechada, la mezcló con unos polvos que hacían
dormir al que la comiese y la colocó muy cerca del lugar por donde tenían que
pasar el perro y el gato. Pero antes de llegar a dicho lugar el camino se dividía
en dos, uno que tiraba por la derecha y otro por la izquierda. En este último
era en el que estaba la carne. Al llegar a la divisoria, el gato dijo:
-Vayamos por el camino de la derecha, pues en el otro
noto un olor a carne que no me gusta nada.
A Ocramán, al percibir aquel olor, la boca se le había
hecho agua, y como no quería perderse tan apetitoso bocado, le dijo a Ocra:
-Mira, no me siento bien. Sigue tú adelante, que yo
me quedaré aquí, pues no puedo dar un paso más.
El gato prosiguió su camino, y tan pronto como el
perro lo vio perderse a lo lejos, echó a correr hacia donde estaba la carne y
se la zampó de un par de bocados. A los pocos momentos se quedó dormido como
un tronco junto al camino.
Entretanto, Ocra llegó al poblado del jefe Ananso y
penetró en la habitación donde éste se hallaba durmiendo. Allí, dentro de un
estuche, estaba el anillo mágico; pero como no lo podía sacar, se ocultó cerca
del estuche para ver si se le ocurría algo. En esto, vio pasar a un ratoncito
y, de un zarpazo, se apoderó de él.
-¡No me mates, no me mates! -chilló el ratoncito.
-Te perdonaré la vida si me haces un favor.
-Lo que tú quieras.
-Mira, no tienes más que meterte en ese estuche y
traerme el anillo que hay dentro, que es de mi amo. Si lo haces así, te dejaré
escapar.
-¡Ya lo creo que lo haré! -exclamó muy contento el
ratoncito. Y en cuanto el gato lo dejó suelto, se fue al estuche y en
untinstante abrió en él un agujero, por el cual se introdujo. En seguida se
apoderó del anillo y se lo llevó al gato, quien, cumpliendo su palabra, le dio
la libertad al ratoncito.
En su camino de regreso, Ocra llegó al sitio donde
había dejado a Ocramán, quien en aquel momento estaba volviendo en sí de su
dormilona.
-Hola -dijo el gato. Veo que ya no huele a carne. ¿Qué
ha sido de ella?
-No sé -le contestó Ocramán. Alguien se la habrá
llevado. Yo he estado malísimo y sólo ahora empiezo a sentirme bien de nuevo. Y
tú ¿qué hiciste?
El gato se lo contó todo, y, cuando lo hubo hecho, se
pusieron en marcha los dos juntos. Pero aún les quedaba un obstáculo que
salvar. Un arroyuelo que habían cruzado en el camino de ida bajaba ahora muy
crecido. Cuando estuvieron en la orilla. Ocramán le dijo a Ocra:
-Tendrás que llegar al otro lado de un salto, puesto
que eres enemigo del agua. Y como el anillo se te podría caer cuando vayas por
el aire, lo mejor será que me lo des a mí, que yo atravesaré el arroyo a nado.
Lo hicieron así, en efecto. Ocra dio un gran salto y
ganó sano y salvo la otra orilla. Ocramán se metió en el arroyo y se puso a
nadar; pero cuando andaba por la mitad de él empezó a sentirse cansado.
Entonces, abrió la boca para tomar aliento y... iel anillo se le cayó al agua!
Cuando llegó donde estaba Ocra, éste le preguntó:
-¿Dónde está el anilllo?
-¡Ay de mí, se me cayó al agua y un pez se lo ha
tragado!
El gato, al oírlo, se zambulló en el arroyo y, al
llegar al fondo, viendo a un pez muy gordo, lo atrapó por la cola y lo sacó
fuera del agua.
-¿Dónde está el anillo que se ha caído en este arroyo?
-le preguntó el gato al pez.
Como el pez daba la callada por respuesta, Ocra lo zarandeó
y le dijo:
-O me respondes o te quito la vida.
Entonces el pez abrió la boca y dejó caer el anillo.
Después dio un salto y volvió a meterse en el agua.
Ya sin ningún nuevo contratiempo, Ocra y Ocramán
llegaron a la vista del poblado de Aku.
-Por favor, Ocra -le dijo el perro al gato, no le
digas nada a nuestro amo de cuanto ha sucedido.
Pero cuando estaban cerca de la casa de Aku, Ocramán
echó a correr hacia ella, gritando:
-iAmo mío, amo mío! El gato se comió la carne, se
quedó dormido y tuve que ir yo solo a buscar el anillo. Después, cuando volví
con él, lo quiso llevar al atravesar el arroyo y lo dejó caer al agua. iSi
vieras lo que me costó recuperarlo...!
Pero Aku, a quien el genio del bosque le había revelado
todo lo ocurrido, le contestó:
-Eres un mentiroso, Ocramán. Todo eso de que acusas a
Ocra lo hiciste tú. Y a él es, en cambio, al que le debo el haber podido
recuperar mi anillo mágico. De ahora en adelante, tendré al gato calentito en
casa, junto al fuego, y le dejaré dormir en mi cama. Tú te quedarás fuera y
dormirás a la intemperie...
Así se hizo. Y por eso, desde entonces, todos los
gatos descendientes de Ocra viven en casa con sus dueños y todos los perros descendientes
de Ocramán duermen a la luz de las estrellas.
0.009.1 anonimo (africa) - 037
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