Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 29 de marzo de 2014

Simba sumba y la hija del sol y de la luna

Había una vez un joven muy apuesto y gentil, el más gallardo de toda la tribu, el cual se llamaba Simba Sumba. Cualquier muchacha a la que hubiera solicita­do por esposa le habría aceptado en seguida; pero él no manifestaba deseo alguno de ca­sarse. Su padre, que deseaba verle formar un hogar, le dijo un día:
-Simba Sumba, hijo mío, ¿por qué no te decides a contraer matrimonio con alguna doncella de la tribu?
A lo que Simba Sumba respondió:
-No me gusta ninguna. Nunca aceptaré por esposa a una hija de la Tierra.
-Entonces, ¿con quién podrás casarte?
-Sólo con la hija del Sol y de la Luna.
Ante tan extraña respuesta, el padre que­dó convencido de que Simba Sumba había perdido la razón.
Pero Simba Sumba se mantuvo firme en su propósito. Un día, escribió una carta soli­citando por esposa a la hija del Sol y de la Luna, y fue a ver al ciervo para que se la llevase. Pero éste, cuando el joven le hubo expuesto sus deseos, le respondió:
-Lo siento mucho: yo no puedo llegar al cielo.
Simba Sumba fue a ver al antílope, y éste le respondió:
-Lo siento mucho: yo no puedo llegar al cielo.
Entonces fue a ver al halcón, y obtuvo la misma respuesta. Finalmente, se entrevistó con el buitre, y éste le dijo:
-Mira, Simba Sumba, yo puedo recorrer la mitad del camino, pero me es del todo imposible llegar hasta el cielo...
Viendo, pues, que no podría hacer llegar la carta a su destino, Simba Sumba la metió en una cajita y se resignó a seguir como hasta entonces.
Y, efectivamente, así hubiera seguido, a no ser porque las esclavas del Sol y de la Lu­na, que iban de escondidas a buscar agua a la Tierra, fueron vistas un día por la rana. También ésta había oído hablar de que Sim­ba Sumba sólo quería casarse con la hija del Sol y de la Luna, por lo que un día fue a buscar al joven y le preguntó:
-¿Has escrito ya una carta pidiéndola en matrimonio?
-Sí -le contestó Simba Sumba, pero no encuentro a nadie que pueda llevarla hasta el cielo.
-Yo lo haré. Dame la carta.
-¿Cómo vas a poder llevarla tú, que no tienes pies veloces como el ciervo y el antí­lope, ni alas como el halcón y el buitre?
-Si confías en mí -le respondió la rana, nada de eso importa.
Simba Sumba le dio la carta, aunque no dejó de advertirle que, si le engañaba, la mo­lería a palos.
La rana no se dio por ofendida y, despi­diéndose de Simba Sumba, se encaminó al pozo de donde sacaban el agua las esclavas del Sol y de la Luna. Llegada allí, se puso la carta en la boca y se zambulló en el fondo del pozo.
No tuvo que esperar mucho tiempo, pues poco después llegaron las esclavas y, una tras otra, introdujeron en el agua los recipientes de que eran portadoras. La rana se metió de un salto en uno de ellos y, cuando las escla­vas desandaron su camino, llegó al cielo con ellas.
Junto al lugar donde las esclavas deposi­taron sus vasijas, la rana vio una mesa y, ni corta ni perezosa, colocó en ella la carta de Simba Sumba. Después, fue a ocultarse en un rincón de la estancia.
Al cabo de unos momentos, penetró el Sol en la estancia y lo primero que vio fue la carta de Simba Sumba.
-¿Quién ha puesto aquí esta carta? -pre­guntó.
-¡Oh, señor, nosotras nada sabemos! -respondieron las esclavas.
Entonces el Sol abrió la carta y leyó lo que en ella se decía: "Yo, Simba Sumba, habitante de la Tierra, deseo tomar por esposa a la hija del Sol y de la Luna".
Muy sorprendido quedó el Sol de que una carta semejante, procedente de la Tierra, hu­biera llegado hasta el cielo. Pero nada dijo, ni se preocupó de dar una respuesta a tan dispa­ratada solicitud.
Cuando lós recipientes estuvieron vacíos y las esclavas se disponían a descender de nuevo a la Tierra, la rana se metió dentro de uno de ellos. Al llegar al pozo, se zambulló en el agua y esperó a que hubieran partido las esclavas para ir en busca de Simba Sumba.
-Ya llevé tu carta a su destino -le dijo.
-¿Y dónde está la respuesta?
-Por esta vez no la ha habido. Pero sigue mi consejo: escribe otra, que también se la haré llegar al Sol.
Lo hizo así Simba Sumba, quien escribió: "Señor Sol y señora Luna: os escribí pidiéndoos a vuestra hija por esposa, pero no os habéis dig­nado contestarme. Espero que esta vez seré más afortunado y que accederéis a mis deseos".
La rana tomó la carta y, por el mismo pro­cedimiento que la vez anterior, llegó al cielo, donde saltó de su recipiente y colocó la nue­va misiva de Simba Sumba en la mesa del Sol. Cuando éste entró en la estancia y vio la carta volvió a preguntar a las esclavas, quie­nes tampoco pudieron decirle cómo había lle­gado hasta allí. El Sol la leyó y, después de reflexionar unos momentos, tomó una hoja de papel y en ella escribió lo que sigue:
"Hombre de la Tierra, que me escribes pi­diéndome por esposa a mi hija, has de saber que estoy dispuesto a dártela, pero ha de ser con la condición de que vengas tú en persona a traerle el primer regalo. Yo, el Sol."
Cuando hubo concluido, dobló la hoja de papel y la dejó encima de la mesa.
Cuando la rana vio que el Sol abandonaba la estancia, salió de su escondite, se apoderó de la respuesta y corrió a ocultarse de nuevo en una de las vasijas de agua, para que las esclavas la devolvieran a la Tierra. Tan pronto como llegó a ésta, la rana fue a ver a Simba Sumba y le entregó la carta del sol.
El joven, una vez que la hubo leído, exclamó:
-¡Al fin! No sabes cuánto te lo agradezco, ranita amiga. Ahora, espera un momento, que prepararé el regalo.
Simba Sumba metió en una bolsa cuarenta monedas y escribíó otra carta, en la que decia: "Señor Sol y señora Luna: aquí va el primer presente. Yo seguiré en la Tierra preparando mi regalo de bodas”.
La rana, por el procedimiento de costumbre, llevó al cielo la carta y la bolsa que contenía las cuarenta monedas. Pero fue pasando tiempo y, claro está, Simba Suma no efectuaba el viaje al cielo, porque esto era imposible. Un día, fue a ver a la rana y, tristemente, le dijo:
-Bien sabía el Sol cuando accedió a darme su hija por esposa que me sería imposible cumplir la condición que me puso de ir yo al cielo a buscarla. Necesito que alguien me la traiga de allí, pero ¿quién podría hacerlo?
-No te preocupes -le contestó la rana. Yo te ayudaré.
-Eres muy buena, ranita amiga. Me lle­vaste las cartas y las monedas al cielo, pero traerme de allí a la hija del Sol y la Luna es más de lo que tú puedes hacer.
-Eso ya lo veremos. Tú no desesperes, Simba Sumba, y confía en mí.
La rana se fue al pozo a aguardar la llega­da de las esclavas y, cuando éstas se presen­taron, saltó a una de las vasijas de que eran portadoras para que, como las otras veces, la llevaran al cielo. Una vez en éste, aguardó a que el Sol se retirara a dormir y todo se pu­siera oscuro. Entonces, la rana se fue a la habitación donde dormía la hija del Sol y le colocó sobre los párpados unas hojas verdes que tenían el extraño poder de resultar invisi­bles para todos y de obligar a mantener los ojos cerrados a la persona que las llevaba.
Entonces, el Sol ordenó a dos de sus es­clavos que fueran a exponerle lo ocurrido al brujo del cielo.
El brujo escuchó atentamente a los escla­vos y, después de reflexionar un buen rato, les dijo:
-La hija del Sol y de la Luna se encuen­tra gravemente enferma. Un hombre de la Tierra se ha enamorado de ella y la tiene bajo su influjo. Si no se la envía rápida­mente allí, nadie podrá salvarla.
Los esclavos corrieron a referirle a su señor cuanto el brujo les había dicho. La rana, desde su escondite, escuchó todo lo que a con­tinuación se dijeron el Sol y la Luna, y al día siguiente saltó a una de las vasijas y regresó a la Tierra. En seguida se fue a ver a Simba Sumba:
-Se acabaron tus penas, Simba Sumba -le dijo- ¡Tu esposa llegará hoy!
-No puedo creerlo -le contestó el joven. Eres una mentirosa. y te estás burlando de mí.
-Es la pura verdad, Simba Sumba. Ya sabes que yo no te he engañado nunca. El Sol le ha ordenado a la araña que teja una tela muy fuerte y muy larga, para que tu pro­metida pueda descender hasta la Tierra. Ya verás como no te engaño.
No tardó Simba Sumba en comprobar que era cierto lo que le había dicho la rana, pues aquella misma tarde una hermosa y reful­gente tela de araña llegó hasta el pozo y las esclavas del agua ayudaron a descender por ella a la hija del Sol. La dejaron allí y des­pués, una tras otra, regresaron al cielo.
La rana, que estaba dentro del pozo, saltó del agua y le quitó a la hija del Sol las dos hojas verdes invisibles que le cubrían los ojos. Después, le dijo:
-Ven conmigo sin temor, que yo te acom­pañaré a donde te aguarda tu prometido.
Cuando llegaron a la casa de Simba Sum­ba, éste salió a abrirles la puerta y, cuan­do las vio, casi no quería dar crédito a sus ojos.
-Aquí tienes a tu esposa, Simba Sumba -le dijo la rana. Como verás, he cumplido lo que te prometi.
Y así fue como Simba Sumba, hijo de la Tierra, llegó a casarse con la hija del Sol y de la Luna. Juntos vivieron muchos años y fueron muy felices, yendo muchas veces a visitar a su amiga, la rana, que, claro está, aunque los quería mucho, prefería estarse en su casita de agua, dentro del pozo.

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