Había una vez un joven muy apuesto y gentil, el más
gallardo de toda la tribu, el cual se llamaba Simba Sumba. Cualquier muchacha a
la que hubiera solicitado por esposa le habría aceptado en seguida; pero él no
manifestaba deseo alguno de casarse. Su padre, que deseaba verle formar un
hogar, le dijo un día:
-Simba Sumba, hijo mío, ¿por qué no te decides a
contraer matrimonio con alguna doncella de la tribu?
A lo que Simba Sumba respondió:
-No me gusta ninguna. Nunca aceptaré por esposa a una
hija de la Tierra.
-Entonces, ¿con quién podrás casarte?
-Sólo con la hija del Sol y de la Luna.
Ante tan extraña respuesta, el padre quedó convencido
de que Simba Sumba había perdido la razón.
Pero Simba Sumba se mantuvo firme en su propósito. Un
día, escribió una carta solicitando por esposa a la hija del Sol y de la Luna , y fue a ver al ciervo
para que se la llevase. Pero éste, cuando el joven le hubo expuesto sus deseos,
le respondió:
-Lo siento mucho: yo no puedo llegar al cielo.
Simba Sumba fue a ver al antílope, y éste le respondió:
-Lo siento mucho: yo no puedo llegar al cielo.
Entonces fue a ver al halcón, y obtuvo la misma
respuesta. Finalmente, se entrevistó con el buitre, y éste le dijo:
-Mira, Simba Sumba, yo puedo recorrer la mitad del
camino, pero me es del todo imposible llegar hasta el cielo...
Viendo, pues, que no podría hacer llegar la carta a su
destino, Simba Sumba la metió en una cajita y se resignó a seguir como hasta
entonces.
Y, efectivamente, así hubiera seguido, a no ser porque
las esclavas del Sol y de la Lu na,
que iban de escondidas a buscar agua a la Tierra , fueron vistas un día por la rana. También
ésta había oído hablar de que Simba Sumba sólo quería casarse con la hija del
Sol y de la Luna ,
por lo que un día fue a buscar al joven y le preguntó:
-¿Has escrito ya una carta pidiéndola en matrimonio?
-Sí -le contestó Simba Sumba, pero no encuentro a
nadie que pueda llevarla hasta el cielo.
-Yo lo haré. Dame la carta.
-¿Cómo vas a poder llevarla tú, que no tienes pies
veloces como el ciervo y el antílope, ni alas como el halcón y el buitre?
-Si confías en mí -le respondió la rana, nada de eso
importa.
Simba Sumba le dio la carta, aunque no dejó de
advertirle que, si le engañaba, la molería a palos.
La rana no se dio por ofendida y, despidiéndose de
Simba Sumba, se encaminó al pozo de donde sacaban el agua las esclavas del Sol
y de la Luna. Llegada
allí, se puso la carta en la boca y se zambulló en el fondo del pozo.
No tuvo que esperar mucho tiempo, pues poco después
llegaron las esclavas y, una tras otra, introdujeron en el agua los recipientes
de que eran portadoras. La rana se metió de un salto en uno de ellos y, cuando
las esclavas desandaron su camino, llegó al cielo con ellas.
Junto al lugar donde las esclavas depositaron sus
vasijas, la rana vio una mesa y, ni corta ni perezosa, colocó en ella la carta
de Simba Sumba. Después, fue a ocultarse en un rincón de la estancia.
Al cabo de unos momentos, penetró el Sol en la
estancia y lo primero que vio fue la carta de Simba Sumba.
-¿Quién ha puesto aquí esta carta? -preguntó.
-¡Oh, señor, nosotras nada sabemos! -respondieron las
esclavas.
Entonces el Sol abrió la carta y leyó lo que en ella
se decía: "Yo, Simba Sumba, habitante
de la Tierra ,
deseo tomar por esposa a la hija del Sol y de la Luna ".
Muy sorprendido quedó el Sol de que una carta
semejante, procedente de la
Tierra , hubiera llegado hasta el cielo. Pero nada dijo, ni
se preocupó de dar una respuesta a tan disparatada solicitud.
Cuando lós recipientes estuvieron vacíos y las
esclavas se disponían a descender de nuevo a la Tierra , la rana se metió
dentro de uno de ellos. Al llegar al pozo, se zambulló en el agua y esperó a
que hubieran partido las esclavas para ir en busca de Simba Sumba.
-Ya llevé tu carta a su destino -le dijo.
-¿Y dónde está la respuesta?
-Por esta vez no la ha habido. Pero sigue mi consejo:
escribe otra, que también se la haré llegar al Sol.
Lo hizo así Simba Sumba, quien escribió: "Señor Sol y señora Luna: os escribí
pidiéndoos a vuestra hija por esposa, pero no os habéis dignado contestarme.
Espero que esta vez seré más afortunado y que accederéis a mis deseos".
La rana tomó la carta y, por el mismo procedimiento
que la vez anterior, llegó al cielo, donde saltó de su recipiente y colocó la
nueva misiva de Simba Sumba en la mesa del Sol. Cuando éste entró en la
estancia y vio la carta volvió a preguntar a las esclavas, quienes tampoco
pudieron decirle cómo había llegado hasta allí. El Sol la leyó y, después de
reflexionar unos momentos, tomó una hoja de papel y en ella escribió lo que
sigue:
"Hombre
de la Tierra ,
que me escribes pidiéndome por esposa a mi hija, has de saber que estoy
dispuesto a dártela, pero ha de ser con la condición de que vengas tú en
persona a traerle el primer regalo. Yo, el Sol."
Cuando hubo concluido, dobló la hoja de papel y la
dejó encima de la mesa.
Cuando la rana vio que el Sol abandonaba la estancia,
salió de su escondite, se apoderó de la respuesta y corrió a ocultarse de nuevo
en una de las vasijas de agua, para que las esclavas la devolvieran a la Tierra. Tan pronto
como llegó a ésta, la rana fue a ver a Simba Sumba y le entregó la carta del
sol.
El joven, una vez que la hubo leído, exclamó:
-¡Al fin! No sabes cuánto te lo agradezco, ranita
amiga. Ahora, espera un momento, que prepararé el regalo.
Simba Sumba metió en una bolsa cuarenta monedas y
escribíó otra carta, en la que decia: "Señor
Sol y señora Luna: aquí va el primer presente. Yo seguiré en la Tierra preparando mi regalo
de bodas”.
La rana, por el procedimiento de costumbre, llevó al
cielo la carta y la bolsa que contenía las cuarenta monedas. Pero fue pasando
tiempo y, claro está, Simba Suma no efectuaba el viaje al cielo, porque esto
era imposible. Un día, fue a ver a la rana y, tristemente, le dijo:
-Bien sabía el Sol cuando accedió a darme su hija por
esposa que me sería imposible cumplir la condición que me puso de ir yo al
cielo a buscarla. Necesito que alguien me la traiga de allí, pero ¿quién podría
hacerlo?
-No te preocupes -le contestó la rana. Yo te ayudaré.
-Eres muy buena, ranita amiga. Me llevaste las cartas
y las monedas al cielo, pero traerme de allí a la hija del Sol y la Luna es más de lo que tú
puedes hacer.
-Eso ya lo veremos. Tú no desesperes, Simba Sumba, y
confía en mí.
La rana se fue al pozo a aguardar la llegada de las
esclavas y, cuando éstas se presentaron, saltó a una de las vasijas de que
eran portadoras para que, como las otras veces, la llevaran al cielo. Una vez
en éste, aguardó a que el Sol se retirara a dormir y todo se pusiera oscuro.
Entonces, la rana se fue a la habitación donde dormía la hija del Sol y le
colocó sobre los párpados unas hojas verdes que tenían el extraño poder de
resultar invisibles para todos y de obligar a mantener los ojos cerrados a la
persona que las llevaba.
Entonces, el Sol ordenó a dos de sus esclavos que
fueran a exponerle lo ocurrido al brujo del cielo.
El brujo escuchó atentamente a los esclavos y,
después de reflexionar un buen rato, les dijo:
-La hija del Sol y de la Luna se encuentra gravemente
enferma. Un hombre de la Tierra
se ha enamorado de ella y la tiene bajo su influjo. Si no se la envía rápidamente
allí, nadie podrá salvarla.
Los esclavos corrieron a referirle a su señor cuanto
el brujo les había dicho. La rana, desde su escondite, escuchó todo lo que a
continuación se dijeron el Sol y la
Luna , y al día siguiente saltó a una de las vasijas y regresó
a la Tierra. En
seguida se fue a ver a Simba Sumba:
-Se acabaron tus penas, Simba Sumba -le dijo- ¡Tu
esposa llegará hoy!
-No puedo creerlo -le contestó el joven. Eres una
mentirosa. y te estás burlando de mí.
-Es la pura verdad, Simba Sumba. Ya sabes que yo no te
he engañado nunca. El Sol le ha ordenado a la araña que teja una tela muy
fuerte y muy larga, para que tu prometida pueda descender hasta la Tierra. Ya verás como
no te engaño.
No tardó Simba Sumba en comprobar que era cierto lo
que le había dicho la rana, pues aquella misma tarde una hermosa y refulgente
tela de araña llegó hasta el pozo y las esclavas del agua ayudaron a descender
por ella a la hija del Sol. La dejaron allí y después, una tras otra,
regresaron al cielo.
La rana, que estaba dentro del pozo, saltó del agua y
le quitó a la hija del Sol las dos hojas verdes invisibles que le cubrían los
ojos. Después, le dijo:
-Ven conmigo sin temor, que yo te acompañaré a donde
te aguarda tu prometido.
Cuando llegaron a la casa de Simba Sumba, éste salió
a abrirles la puerta y, cuando las vio, casi no quería dar crédito a sus ojos.
-Aquí tienes a tu esposa, Simba Sumba -le dijo la rana.
Como verás, he cumplido lo que te prometi.
Y así fue como Simba Sumba, hijo de la Tierra , llegó a casarse con
la hija del Sol y de la
Luna. Juntos vivieron muchos años y fueron muy felices, yendo
muchas veces a visitar a su amiga, la rana, que, claro está, aunque los quería
mucho, prefería estarse en su casita de agua, dentro del pozo.
0.009.1 anonimo (africa) - 037
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