En un pueblecito de Japón, hace mucho, muchísimo
tiempo, vivían un anciano labrador y su esposa, por cierto que no muy felices
por culpa de los daños que les producía un malvado tejón. Éste bajaba de la
montaña, se introducía en el campo y se ponía a arrancar y pisotear las plantas
que con tanto esmero habían sido sembradas. El anciano enrojecía de cólera cada
vez que esto ocurría, pero no había modo de atrapar al autor para castigarle.
Cierto día, estando el anciano en el campo en plena
faena, advirtió que detrás suyo, sentado sobre una chueca, se hallaba un tejón
que se reía de él viéndolo trabajar con tanto ahínco.
-Eres un viejo tonto. Trabajas en vano. Ya me
encargaré yo de que después no quede nada de lo que has sembrado.
El anciano se enojó mucho y comprendió que aquél era
el aborrecible tejón que le estropeaba siempre todas sus bellas plantas. Cogió
un palo y corrió hacia el tejón, pero éste ya se había escapado. Al no poder
hacer nada, regresó a su casa.
Al día, siguiente, el anciano se despertó temprano,
fue a la montaña y untó con resina la parte superior de la chueca donde el día
anterior se había sentado el tejón. Luego empezó a labrar la tierra como de
costumbre. Al poco rato, se presentó el tejón, el cual sin haber nada, se sentó
en la chueca y empezó de nuevo a mofarse del anciano.
-Ja, ja, ja, qué risa me das!
El pobre labrador seguía trabajando sin hacerle caso.
-Oye, viejo tonto, en tu campo todo se pudrirá. No
cosecharás nada y te morirás de hambre.
El anciano no pudo aguantar más.
-¡Maldito tejón!
Y se lanzó contra él. Claro que el tejón quería
escapar como el día anterior, pero no pudo moverse a causa de la resina. El
anciano sacó una soga de su bolsillo, lo ató y se lo llevó a casa.
-Mira lo que te he traído -le dijo a su esposa.
Prepara sopa de tejón...
Colgó al tejón del techo y volvió otra vez al campo.
Entonces la abuela empezó a moler trigo para hacer
harina. Al verlo, el tejón con un tono muy amable le preguntó:
-¿Qué está haciendo, abuelita?
-Estoy moliendo trigo porque se me ha terminado la
harina.
-¡Pobre abuelita! Es un trabajo demasiado pesado para
usted. Déjeme que le ayude. Quíteme estas ataduras.
-¡Oh no, eso no! Si te desato, ¡cómo me regañaría mi
marido!
-No se preocupe abuelita, una vez termine de moler el
trigo, áteme nuevamente como ahora.
La buena anciana se dejó convencer por las razones del
tejón, le desató la soga y le prestó el mazo para machacar el trigo.
El tejón empezó a moler los granos con mucha destreza
y cuando hubo terminado le pidió a la abuela que viera si lo había hecho bien.
La abuela inclinó la cabeza dentro del mortero y el tejón aprovechó para darle
un golpe con el mazo. La pobre anciana cayó muerta.
Luego, el malvado tejón se transformó en la abuela,
hizo sopa con ella y esperó a que el abuelo regresara del campo.
Al atardecer, el anciano volvió a casa muy contento
pensando en la deliciosa cena que le esperaba esa noche.
-¿Has preparado ya la sopa de tejón?
-¡Claro que sí! ¡Qué tarde llegas! Siéntate que ahora
mismo te sirvo la sopa.
Y empezó a servírsela. Al abuelo le gustó y le pidió
otro tazón. Pero, cuando el tejón se levantó para ir a la cocina a buscar más
sopa, por debajo del kimono le salía el rabo.
El abuelo arrugó el entrecejo y comprendió cuán
desgraciado era.
El tejón, más rápido que un rayo, huyó por la puerta
trasera y entre risotadas le iba gritando:
-Ja, ja, ja! Me he burlado otra vez de ti, abuelo.
-¡Pobre abuela! ¡Pobre abuela! -decía mientras lloraba
desconso-lado el anciano.
Entre tanto, apareció un conejo que desde la montaña
había oído todo lo ocurrido y animando al anciano le prometió vengarse del
perverso tejón.
Unos días después, cuando el conejo estaba en el campo
haciendo gavillas de paja, pasó por allí el tejón y le preguntó:
-Conejito, ¿qué haces?
-Como hace frío, quiero construirme una choza con esta
paja.
-¡Qué buena idea! ¡Déjame que te ayude conejito!, yo
también quiero construirme una choza así.
-De acuerdo, primero ayudame a hacer las gavillas.
Cuando terminaron la faena bajaron de la montaña, el
tejón llevando una gran carga en las espaldas y el conejo poca.
-¡Cuánto pesa! Voy a dejar mi carga aquí -dijo el
conejo, cuesta menos trabajo hacer una madriguera.
El codicioso tejón le dijo que llevaría él toda la paja,
de este modo, el conejo libre de la carga, andando detrás de él, empezó a hacer
chispear dos piedras.
-¡Kachi-kachi!
-Oye conejito: ¿qué es ese ruido: kachi-kachi?
-Es el pájaro de la montaña Kachi-kachi, que está
cantando -le contestó el conejo.
Y empezó a encender la carga del tejón y escapó.
Al día siguiente, el conejo estaba en la montaña Fuji
preparando pasta de soja. En aquel momento apareció el tejón lleno de quemaduras,
estaba enojadísimo con el conejo. Pero él simuló no saber nada y le preguntó:
-¿Por qué estás enfadado? Yo no te he hecho nada, el
conejo de la montaña Kachikachi no es el mismo que el de la montaña Fuji.
El tejón se convenció y le pidió algún remedio para
sus quema-duras. Enseguida, el conejo mezcló mostaza en la pasta de soja y se
la untó en la espalda.
-¡Ay, ay, ay!
Al tejón le escocía una barbaridad. Corriendo como un
loco, se lanzó a un río para lavarse la pasta y se prometió alcanzar al
conejo. Corriendo, corriendo, llegó a la montaña de Cedros, donde se hallaba el
conejo cortando un árbol.
-¿Qué haces, conejito?
-Voy a hacer una barca porque quiero ir a pescar.
-Quiero ayudarte a hacer la barca. Pero si no recuerdo
mal, no hace mucho me trataste muy injustamente en la montaña Fuji.
-¡Ah! Aquél no era yo. El conejo de la montaña Fuji no
es el mismo que el de la montaña de Cedros. Por favor, no te enfades conmigo.
Otra vez, engañado por los argumentos del conejo,
quiso participar en hacer la barca, no obstante, el conejo le dijo:
-Tú, como eres negro, haz una barca de barro y yo,
como soy blanco, voy a hacerla de madera.
El tejón, muy contento, empezó a hacer una barca con
barro.
Terminadas las barcas, se fueron a pescar. A medida
que se internaban en el mar, el conejo empezó a cantar golpeando el borde de la
barca con el remo.
-¿Por qué golpeas con el remo, conejito?
-Sin hacer esto los peces no vendrían y no podríamos
pescar. Golpea tú también.
El tejón empezó a hacer lo mismo y la barca comenzó a
quebrarse.
-¡Se me quiebra la barca! ¿Qué hago?
-No te preocupes, ¡golpea!, ¡golpea! Así, por las
grietas también entrarán los peces.
El tejón golpeaba más y más fuerte, las grietas se
hacían cada vez más grandes y la barca empezó a hundirse.
-¡Socorro! ¡Auxilio!
Muy cerca de la playa, se hallaba ya el conejo, quería
llegar lo más pronto posible a casa del abuelo para darle la buena noticia.
-¡Abuelo! ¡Abuelito!, no llores más, el tejón ya se ha
hundido en el mar.
El abuelo contento, al saber que el conejo supo darle
su merecido, fue al monte a labrar su campo.
Y gracias al conejo volvió la calma a la montaña.
Explicaciones del cuento
Irori: Hogar que
había en la sala principal de la casa y que servía para cocinar y calentarse al
mismo tiempo.
Shoji: Puerta
corrediza de madera bastante ligera con pequeñas y numerosas aberturas
cubiertas por un papel blanco. Tiene la función de separar un cuarto de otro.
Usu: Mortero de
madera que se usa para moler el trigo o machacar el arroz hervido al vapor, a
fin de hacer con él una pasta.
Zori: Especie de
sandalias de paja de arroz que calzaban antiguamente la gente de clase media.
0.040.1 anonimo (japon) - 028
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