En una cueva del monte tenía una zorra su
cubil, a donde volvía para sentirse a salvo luego de corretear por los montes y
por los llanos. Aquella cueva, de tan protegida por los accidentes del terreno
como estaba, apenas se podía ver desde la falda del monte.
La zorra, sin embargo, llevaba algún tiempo
sin salir de allí más que para procurarse el alimento imprescindible. No quería
alejarse de su guarida porque allí dentro, en la estupenda cueva, dormía el retoño
recién parido: un hermoso y pequeño zorro al que cuidaba con mucha ternura.
Pero la zorra vivía llena de temor. Sabía de
la existencia en el bosque vecino de animales dispuestos a Jevorar a su pequeño
zorro. Pero al que más temía de entre todos era al lobo, cruel y capaz de matar
por el simple hecho de ver correr la sangre y untarse en ella las patas. Por
eso pasaba los días y las noches en vela, temerosa de que el lobo llegase hasta
allí, y temerosa también de que al pequeño zorro, en alguno de sus juegos, se
le ocurriera salir de la cueva para corretear por el bosque.
Poco a poco fue creciendo el zorro, sin
embargo, y pronto tuvo la agilidad y la fuerza suficientes como para valerse
por sí mismo. Un día a punto estuvo de salir de la cueva; si no lo hizo fue
porque a la entrada se encontraba la zorra, su madre, la cual, si bien con
mucho cariño, pero con no menos firmeza, le impidió el paso.
Temerosa, y como debía abandonar poco después
al hijo para ir en busca del alimento de ambos, decidió entonces prevenír al
pequeño zorro de los peligros que le acechaban.
-Hijo mío -le dijo, cuando yo salga de la
cueva seguro que intentas salir tú también a ver mundo. Pero no deberás
hacerlo, no deberás traspasar el umbral de nuestra guarida. Más adelante
saldrás conmigo, que yo te iré enseñando poco a poco todo lo que hay en el
bosque, así como los animales que serán tus amigos y los animales enemigos que
tratarán de comerte.
-¿Pero hay animales malos? -preguntó el
pequeño zorro lleno de asombro.
-Ya los irás conociendo -dijo la zorra
acariciando a su retoño. Sobre todo, hay uno con el que jamás deberás intentar
siquiera tener tratos. Ese malvado animal es el lobo.
-¿Me comería el lobo? -preguntó con ingenuidad
el pequeño zorro.
-Sin ninguna piedad -respondió tristemente la
zorra.
Creyó la zorra haber aleccionado
suficientemente a su pequeño.
-¿Y qué es eso de matar? -preguntó entonces el
cachorro, cuando la madre se disponía ya a salir en busca de alimentos.
-Mira, hijo mío; el lobo te mordería primero
en el cuello con sus poderosos colmillos. Te haría tanto daño que jamás podrías
volver a mi lado. Jamás volveríamos a estar juntos. Eso es matar.
-Me cuidaré de no acercarme nunca al lobo
-dijo el pequeño zorro.
La zorra, entonces, quedó tranquila. No creyó
que su hijo se atreviera a salir de la cueva, en donde, ciertamente, quedó el
pequeño zorro muerto de miedo, sin atreverse siquiera a llegar hasta la entrada
de la guarida.
Pero transcurrió un largo rato, y con su paso
las palabras y las advertencias de la zorra fueron desvaneciéndose en los
pensamientos del zorro. El sol, que penetraba por la estrecha entrada al cubil,
llenaba toda la cueva con la luz tentadora del bosque. El zorrito, sin recordar
ya su miedo de antes, se acercó a la entrada de la cueva, y al cabo se asomó.
Todo estaba desierto, pero le pareció muy hermoso el paraje. Emocionado,
entonces, salió de la cueva para mirarlo todo detenidamente, regocijándose en
la contemplación de los frondosos árboles y de la fresca hierba que se extendía
ante sus patas, así como con los tibios rayos del sol que acariciaban su
pequeño cuerpo calentándole la piel.
Mas de súbito oyó un ruido, y se sobresaltó
creyendo que se trataba del lobo, por lo que echó a correr hasta la cueva.
Poco después llegó la zorra, su madre, con una
gallina.
-Ven aquí -dijo al pequeño zorro, soltando la
gallina que revolo-teaba. Esta es nuestra comida.
El pequeño zorro parecía no comprender.
-Mira -le dijo la zorra; esto es la muerte.
Y con su pata hizo una profunda herida en el
cuello de la gallina, de la cual manaba sangre en abundancia.
-Esto hará el lobo contigo si te caza. ¿Ves?
La gallina ya no puede correr y ahora nos la comeremos.
El pequeño zorro, que nada decía, miraba con
mucha compasión a la gallina muerta. Aunque en verdad no sintiese pena por
ella, sino por él mismo. Pensaba en lo que podría sucederle de caer en las
garras del lobo. Se dijo entonces que nunca desobedecería a la zorra.
Al día siguiente se decidió la zorra a llevar
de paseo al zorrito por el bosque, pues deseaba mostrarle cuáles eran las
astucias más imf escindibles para sobrevivir en aquel peligroso lugar. Quería
enseñar-le, además, a cazar por sorpresa. Y, sobre todo, a librarse del lobo,
su enconado enemigo.
Correteaba contento el pequeño zorro, sin el
temor de verse desamparado, pues sentía junto a sí la presencia de la madre.
-Mira -dijo la zorra de repente: ése es el
lobo.
El pequeño zorro, estremecido, se pegó a su
madre para no ser visto.
Pasó el tiempo y creció el zorro, que ya
correteaba por todas partes, aunque marchaba despavorido hacia la cueva en
cuanto veía de lejos al lobo. Pero un día se topó de frente con el maligno, que
no llegó a ver al zorro, pues un ruido a sus espaldas atrajo la atención de la
fiera, y quedó paralizado por el horror que le produjo tan desagradable
encuentro. Después, poco a poco y ocultándose en la hojarasca, retrocedió hasta
llegar, casi sin aliento, a su cueva.
-¿Qué te ha sucedido? -le preguntó la zorra al
verlo tan demu-dado.
-He visto al lobo.
-¿Y te ha perseguido?
-No, no me ha visto. Pero ya no volveré a
salir solo.
Al día siguiente, sin embargo, lo hizo. Y
correteando de un lado a otro volvió a distanciarse mucho de la cueva. De
pronto sintió el rodar de unas piedrecillas, y al mirar hacia el lugar por
donde cayeran, vio al lobo que estaba quieto, al acecho de un jabalí.
El pequeño zorro quedó inmóvil; el terror le
había paralizado. Pero poco a poco fue recuperándose, y como era muy curioso,
cuando se sintió seguro decidió acercarse hasta quien su madre le señalara como
temible enemigo.
-¿Y si no es tan malo? -se dijo el zorro. ¿Y
si no son más que suposiciones de mi madre?
El zorro, además, consideraba que poseía ya el
valor suficiente como para defenderse de cualquier ataque.
-Buenos días, amigo lobo -dijo cuando estuvo
cerca de la fiera.
El lobo se volvió, y de inmediato, al ver tan
confiado al zorrito, pensó en vengarse en él de las muchas malas pasadas que le
causaran otros zorros.
-Buenos días, amigo zorrito -dijo el lobo con
mucha y fingida amabilidad. ¿Qué se te ofrece?
-Nada; estoy paseando. Me gusta pasear por el
bosque.
-Pues yo -dijo el lobo- estaba descansando
aquí, a la sombra de este árbol tan grande, y nada tengo que hacer. Si quieres
puedo acompañarte. Yo te enseñaré el bosque; te enseñaré también dónde viven
los hombres, pero no nos acercaremos a ellos, que esos sí que son fieros y
malvados.
-¿De veras que quieres ser mi amigo? -preguntó
admirado por la nueva el pequeño zorro. ¡Qué inocente es mi madre, la zorra!
-¿Por qué dices eso? -preguntó el lobo,
poniéndose en guardia.
-Ella cree que vas a matarme en cuanto me
descuide.
-No sé por qué dice eso. Mira, para
demostrarte que en verdad soy tu amigo, no sóloo voy a acompañarte por el
bosque, sino que, al llegar a mi guarida, cogeré una escopeta que allí guardo,
y que robé a un hombre, para irnos juntos de caza. Yo te enseñaré a disparar.
El pequeño zorro dio muestras de mucha
alegría, y juntos comen-zaron a caminar por la senda. Cuando al poco llegaron a
la guarida del lobo, éste vio a lo lejos a un perro y su primer impulso fue el
de echar a correr tras él. Pero se dominó a tiempo, a fin de no atemorizar al
pequeño zorro.
-Espérame, que voy a entrar a buscar la
escopeta -dijo.
Pero entonces algo insospechado aconteció. El
perro, que había quedado al acecho entre los matorrales, se acercó al pequeño
zorro.
-¿Cómo es que no echas a correr ahora que aún
puedes hacerlo? -le preguntó.
-El lobo es amigo mío -dijo el pequeño zorro.
-¡Sí, sí, amigo! No seas tonto y escucha mi
consejo: corre cuanto puedas para alejarte de aquí, como yo lo haré de
inmediato, pues no quiero que esa fiera acabe conmigo.
Y acto seguido el perro echó a correr con
todas sus fuerzas.
El zorro, no obstante, se quedó pensativo y a
punto estuvo de seguir al perro, pero un momento de indecisión fue suficiente
para que ya no pudiera hacerlo. El lobo acababa de regresar, armado con la
escopeta que robase a un hombre.
-Bien, amigo mío -dijo al zorrito, ya estoy
aquí.
-Ya veo que me has traído la escopeta -dijo el
pequeño zorro mientras urdía estratagemas a toda prisa para jugarle una mala
pasada al lobo.
El lobo notó algo raro en el pequeño zorro,
pero como hasta el momento había dado muestras de ser más noble y confiado que
un cordero, creyó que el pequeño estaba única y exclusivamente emocionado ante
la contemplación de la escopeta.
-Toma, aquí tienes la escopeta -dijo entonces
el lobo al zorro. Vas a aprender a cazar como lo hacen los hombres. Para
empezar, dispara contra los mosquitos, que ese blanco, al ser pequeño y
difícil, te ayudará a conseguir una buena puntería.
-Bueno -dijo el pequeño zorro; primero
dispararé contra los mosquitos, y después contra algún otro animal que sea más
grande, ¿no?
-Claro, claro -dijo el lobo. Verás qué
sorpresa se lleva tu madre cuando le muestres las piezas cobradas -dijo el lobo
malvadamente.
Pero el pequeño zorro, astuto como todos los
de su especie, no se dejó engañar. En cuanto el lobo le enseñó a manejar la
escopeta, dijo:
-Me gustaría probar mi puntería.
-De acuerdo, dispara contra lo que más te
apetezca.
-Mira, veo un mosquito posado sobre el anca de
ese buey. Voy a disparar.
El lobo reía para sus adentros. Creía haber
engañado al pequeño zorro, el cual, en su deseo de aprender, veía mosquitos por
todas partes.
-Anda, dispara ya -animó al zorro.
Apuntó el zorro, disparó y comenzó a dar
saltos de alegría.
-¡Le he dado! ¡Le he dado! ¡He visto cómo le
daba al mosquito en la cabeza!
A punto estuvo el lobo de abalanzarse contra
el zorro, pero no pudo de tanta risa como tenía. Pensó, entonces, hacerlo un
poco después, luego de que el pequeño zorro le divirtiera un rato.
-Ven conmigo, amigo lobo; vamos a ver al
mosquito que he matado -dijo el zorro.
El lobo, aguantándose la risa, siguió al
pequeño, que no paró de correr hasta llegar a donde pacía mansamente el buey.
-Amigo buey -dijo, ¿no has visto caer muerto
de un balazo al mosquito que tenías encima?
El buey, que rumiaba pacientemente, miró con
desconfianza al lobo y al zorro, y pensó que lo mejor y más acertado sería
seguirles la corriente para que se fueran cuanto antes.
-Sí -dijo; he visto a un mosquito caer muerto
de un balazo a mi lado. Pero me lo he comido con un poco de pasto.
-Gracias, amigo buey -dijo el zorro.
El lobo, entonces, se arrepintió de no haber
hecho antes lo que pensara, y no tuvo otra idea que la de alejarse del buey
enseguida para dar cumplida y definitiva cuenta del zorrito, que correteaba con
la escopeta al hombro.
De pronto perdió de vista al pequeño zorro,
para al instante oír su voz:
-Estate quieto, que tienes un mosquito en el
lomo.
Disparó de inmediato el zorro. El lobo,
sorprendido, apenas pudo dar un salto, pero suficiente para salvar su vida. La
bala sólo le atravesó una pata, y sufriendo por el dolor echó a correr para
esconderse en su cueva, de la que ya nunca se atrevió a salir y donde murió tiempo
después.
Cuando el pequeño zorro volvió a su guarida,
llevando consigo la escopeta, y contó a su madre lo sucedido, la zorra le dijo
que de ahora en adelante podría salir solo, pues había demostrado
suficientemente el valor y la astucia que son comunes a los zorros.
0.063.1 anonimo (mexico) - 023
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