Por las tierras del sur
argentino existía un hombre muy rico llamado
Linko Nahuel, que poseía grandes extensiones de tierra; era el ulmen supremo de una
tribu de araucanos.
Todos lo admiraban por su
valentía y coraje y porque siempre había sabido defender a su gente, pero al
mismo tiempo le tenían cierto temor porque sabían que era implacable y no
perdonaba ninguna falla a nadie.
Como era muy celoso de su
tribu, instalaba los campamentos en valles rodeados de montañas para guarecerse
de las tempestades y de los enemigos. Todos colaboraban; los hombres eran
buenos guerreros y las mujeres ayudaban en la defensa.
Siempre distribuía
centinelas por los lugares más insólitos Linko Nahuel y su gente creían que los
espíritus de sus antepasados ‑Huen Pillán‑ se alojaban en el cráter de los
volcanes, protegiéndolos de guerras y asegurándoles una vida placentera.
Por eso un día Linko
Nahuel construyó su campamento principal en un valle a cuyas espaldas había un
volcán.
‑Ahí vive nuestro Huen
Pillán ‑dijo a la tribu. Desde este momento queda prohibido escalar su cima.
Nadie debe molestarlo.
Un día, uno de los
centinelas bajó de su atalaya y le dijo a Linko Nahuel:
‑Miles y miles de
hombrecitos, no más grandes que un anchimallén, se acercan como hormigas en
formación. Vienen armados y parecen traer idea de ocupar estas tierras.
La ira se apoderó de
Linko Nahuel:
‑Píntense los rostros del
modo más horroroso, cúbranse con plumas coloridas, cuellos de ñandú y de tigre.
Cuando encuentren al jefe de la tribu enemiga, mírenlo con ojos duros y
háblenle con dureza para que se acobarde y huya.
Los guerreros cumplieron,
pero pronto volvieron furiosos.
‑Estos hombrecitos nos
miraron sin miedo y nos respondieron con insolencia. No quieren retirarse.
Piensan trepar a la montaña sagrada para vivir allí.
‑iHuen Pillán no lo
permitirá! ‑gritó Linko Nahuel.
‑No temen al dios de la
montaña y se burlaron de su fuego y de su trueno ‑contestaron los soldados.
‑¡Ayayá! Ahora verán quiénes
somos nosotros. Me tendrán que enfrentar, ni se imaginan de lo que soy capaz ‑rugió
Linko Nahuel.
‑No conocen tu nombre y
se rieron de tus amenazas -respondieron los guerreros.
‑¿Quiénes son y cuántos? ‑preguntó
Linko Nahuel.
‑Se llaman Lulu y son tan
numerosos como la arena ‑volvieron a decir.
‑Pero ellos son pequeños
y nosotros altos como el trauku ‑dijo Linko Nahuel arrogante.
Se prepararon con sus
armas y les declararon la guerra. Linko Nahuel quedó sorprendido. Nunca pensó
que los invasores fueran tan buenos para la lucha.
Se arrojaban en legiones
sobre los araucanos y eran muy hábiles en el disparo de flechas diminutas, que
lanzaban desde los alto de la montaña enfrente del volcán sagrado.
Linko Nahuel y su tribu
no pudieron defenderse. Tuvieron que reforzar las precauciones para que los
Lulu no avanzaran, pero fue en vano. Deses-perados, escalaron la montaña sagrada
buscando guarecerse.
Pero muchos invasores más
ligeros que ellos ya habían trepado el volcán, mientras otros parecían huir de
los araucanos.
Al ver esto, Linko Nahuel
se animó, ordenando a su gente que los persiguieran para hacerles creer que la
situación había cambiado.
Pero aquélla había sido
una maniobra de los Lulu para atraerlos y, cuando los araucanos estuvieron casi
en la cumbre, los sorprendieron saliendo de sus escondites como gatos monteses.
Primero tomaron
prisionero a Linko Nahuel, que trepaba como un tigre movido por la ira, luego a
sus ancianos parientes y a los viejos caudillos. Algunos guerreros consiguieron
escapar al ver a su ulmen en manos del enemigo.
Cuando
todos estuvieron sometidos, el jefe Lulu ordenó:
‑Que
Linko Nahuel suba a la cumbre con su gente porque deberá estar presente cuando
los arrojemos al abismo.
Los
primeros condenados cayeron al cráter. En ese mismo instante brotó de sus
profundidades un rugido ensordecedor, acompañado de gruesas llamas y
sofocantes vapores que impedían a todos respirar. La montaña empezó a sacudirse
y vomitar, como queriendo expulsar a los intrusos. Reinó la confusión; algunos
cayeron al cráter, otros fueron devorados por el fuego y muchos rodaron por la
ladera. Todos murieron presa de la ira del Huen Pillán.
Sólo
habían quedado vivos los dos jefes para poder ver la derrota de sus tribus.
Después fueron petrificados, sentados uno frente al otro y condenados a mirarse
hasta que la ira del Huen Pillán algún día pueda calmarse.
Durante
mucho tiempo la montaña humeó, echó fuego y rugió para luego cubrirse de nieve.
Pero el Huen Pillán aún está enojado y en ocasiones se escucha desde sus
entrañas un rugido ronco y temible. Por eso los araucanos lo llamaron Amunkar.
Arriba
aún están los dos jefes petrificados, esperando el perdón del dios de la
montaña, pero el Huen Pillán vigila para que su gente viva en paz.
Argentina, Chile.
Linko Nahuel: tigre saltarín
Ulmen: jefe
Lulu: escarabajo
Anchimallén: duende
Trauku: gigante de la montaña
Amunkar: tronador
Fuente: María Luísa Miretti
0.081.1 anonimo (sudamerica)
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