En una pequeña aldea, hace ya muchísimos años vivía
un matrimonio anciano, humilde pero muy bondadoso.
Un día, cuando el abuelo estaba arrancando las
hierbazas del campo, oyó el triste quejido de una grulla en el arrozal vecino
y se acercó para ver lo que ocurría...
-¡Caramba! Parece que no puede volar...
Era una gran grulla que estaba forcejeando para
escaparse de la trampa en la que había caído.
El anciano se acercó enseguida para desenredar el lazo
que apresaba la pata del pobre animal.
-¡Pobrecita! debía de hacerte mucho daño.
Con mucho cuidado, la sacó de la trampa y le curó la
herida de la zanca vendándosela con un pañuelo. La grulla no tardó en
recuperar sus fuerzas.
-A ver, prueba ahora si puedes volar...
La grulla empezó a volar muy contenta, dando vueltas a
su alrededor hasta desaparecer en el firmamento azul.
El abuelo se sintió satisfecho por haber realizado una
buena acción. Al volver a casa, se lo contó a su esposa que, al tener también
muy buen corazón, sonrió diciendo:
-Has hecho bien en soltarla de la trampa, no es bueno
hacer sufrir a los animales.
Después de cenar, la casa estaba en calma; mientras
la abuela lavaba los cacharros en la cocina, se oyó a alguien llamar a la
puerta.
-¡Toc, toc!
-¿Quién será, tan tarde? -susurró el abuelo,
levantándose y abriendo sigilosamente la puerta.
Afuera había una bonita niña desconocida. La niña
dijo:
-Vengo de un lugar lejano y como está nevando mucho y
se me han roto los zapatos de paja no puedo seguir andando. Por favor déjenme
pasar esta noche con ustedes.
-Claro que puedes quedarte, faltaría más, entra y te
calentarás con el fuego del fogón -dijeron los dos ancianos amablemente.
El abuelo se apresuró a añadir leña en la lar para que
se reanimara y después empezó a zurcirle los zapatos con paja de arroz; la
abuela, por su parte, estaba atareada haciéndole una sopita caliente. La niña
no sabía cómo agradecerles tanta bondad, huérfana de padre y madre desde su
tierna infancia, nadie la había mimado así.
Al día siguiente, como todavía no paraba de nevar,
los abuelos le propusieron que se quedara a vivir con ellos que la tratarían
como a su propia hija.
La niña aceptó de buen grado. Aquel día, hacia la
madrugada, la chica se levantó y se dirigió de puntillas a la cocina para
preparar el desayuno pero..., no quedaba ni un grano de arroz ni pizca de pasta
de soja para la sopa.
-¿Qué puede hacer? Yo que pensaba ser un poco de ayuda
para estos cariñosos vejetes...
Recorrió la casa y vio que en una de las habitaciones
había un telar lleno de polvo que debió de usar la abuela cuando era joven.
Pensó que cuando se levantara el abuelo le pediría que lo engrasara y podría
cooperar tejiendo un poco.
El anciano no tardó en limpiar y preparar el telar
para que la niña pudiera utilizarlo.
-¡Qué bien, abuelitos! Voy a tejer tela para kimono
para que la vendáis. Y diciendo esto entró en la habitación, no sin antes
darles las «Buenas noches».
Mientras ellos estaban acostados se oía el ruido de la
máquina.
-KI TON, KA RA RA. KI TON, KA RA RA.
Esperó a que se despertaran para presentarles la tela
que había tejido durante la noche.
-Tenga usted esta pieza de tejido abuelito, y no la
venda por menos de 100 ryos.
-¡Oh! ¡Qué hermosa!
Era un tejido precioso de una seda blanca y brillante
con el dibujo de unas grullas. Los dos se sorprendieron al verlo.
-¡Hasta ahora no habíamos visto nada igual!
El abuelo inmediatamente fue a la ciudad y le dieron
por la tela más de 100 ryos. Se sorprendió de haberla vendido tan cara.
Después, compró arroz y pasta de soja y para la niña una peineta roja. El
dinero restante lo guardó con mucho cuidado dentro del cinturón del kimono.
Aquella noche, verdaderamente fue una noche feliz, el
abuelo bostezaba satisfecho y la abuela pudo preparar una buena cena; la niña
se alegró de verles la cara de contento.
-Buenas noches, abuelitos, que descansen bien, yo
todavía voy a trabajar un poco más. Pero tienen que prometerme que mientras
estoy tejiendo no se asomarán a mirarme.
-Te lo prometemos -respondieron sin darle importancia.
Pero algo les despertó la curiosidad.
«¿Cómo puede tejer sin hilaza?», se preguntaban, pues
en casa no hay y nunca les encargó comprarla.
Tardó más tiempo en tejer la segunda tela; también le
dieron al abuelo más dinero por ella y los comerciantes se la disputaban
entre ellos.
Sin embargo, al cabo de tres o cuatro días, poco a
poco la niña iba adelgazando y se veía incluso que se esforzaba en sonreírles.
Un día, al volver el abuelo de la ciudad, encontró en
el suelo la peineta roja que le había regalado.
-Tan contenta que estuvo cuando se la compré y ahora
ni se da cuenta de que la ha perdido... ¿Qué le ocurrirá a la niña? -pensó el
abuelo.
La abuela también estaba preocupada al ver que por muy
suculenta que fuera la comida, enseguida colocaba los palillos encima de la
mesa diciendo que ya era suficiente.
-Hoy quiero tejer la última tela para ustedes, pero
recuerden que me prometieron no mirar.
Los dos vejetes no sabían cómo prohibirle que
tejiera, pero no podían conciliar el sueño, pendientes del ruido del telar.
La abuela dijo:
-Parece que el ruido se debilita... Antes, la niña
tejía con más fuerza, ya no se oye... Abuelo, ve a ver qué ocurre.
El abuelo se levantó y entre dientes dijo:
-Se lo prometimos, pero por una sola mirada no
ocurrirá nada.
Se dirigió a la habitación y se asomó con cuidado.
-¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¿Dónde está la niña?
Su sorpresa fue sin límites, la que estaba tejiendo
era una grulla.
La grulla arrancándose del cuerpo sus plumones uno a
uno y escogiendo los mejores, había estado tejiendo todas aquellas telas
preciosas. Por esta causa la pobre grulla estaba delgada, casi desplumada.
El abuelo cerró la puerta de prisa, pero ya era
tarde...
La grulla, al darse cuenta de que se había asomado el
abuelo, se transformó otra vez en niña y salió de la habitación.
-Abuelito, yo soy la grulla que tuvo el honor de ser
salvada por usted y para agradecerle aquel favor conseguí que el dios de los
animales me permitiera presentarme bajo la forma humana y así ayudarles a salir
de la miseria que estaban pasando. Pero como ya han descubierto mi verdadera
figura no puedo quedarme más con ustedes -les dijo con lágrimas en los ojos.
-No nos importa que seas una grulla, quédate a vivir
con nosotros. Además, ha sido culpa mía, no debía haberme asomado...
-No, no es culpa de nadie. De todas formas, ya no
puedo hacer nada más por ustedes. Les agradezco mucho lo bien que me han
tratado. Cuídense mucho. ¡Adiós!...
La niña otra vez transformándose en grulla y cogiendo
en el pico la peineta roja levantó un vuelo tanto o más precioso que las mismas
telas que había tejido.
La grulla no volvió nunca más, pero gracias a las
telas, el abuelo y la abuela no volvieron a pasar más apuros y vivieron
felices.
Explicaciones del cuento
Los japoneses de antaño tenían la creencia de que
todas las aves que volaban en libertad eran sagradas, en especial, la grulla,
pájaro admirado por su elegancia. La «grulla cresti-roja» se supone que vive de
80 a 100 años; por eso, al ser símbolo de larga vida, se ve con frecuencia su
imagen en telas delimonos; cerámicas, pinturas y en otros objetos que tengan
relación con acontecimientos felices.
Basándose en la idea de la grulla como ave venerable,
hay una leyenda en la región de Togoku, prefectura de Nigata, la cual explica
la historia de un joven que, habiendo salvado a una grulla, ésta se transformó
en su esposa; y para pagar el favor recibido, tejía con sus plumas unas telas
preciosas. El joven vendió estas telas y llegó a ser rico, pero un día se asomó
a la habitación donde su esposa trabajaba y encontró a una grulla muerta.
Después la enterró y sobre sus restos fundó un templo
llamado Chinzoji, famoso por sus ricas telas: «Chin» significa tela preciosa,
«Zo» conservar y «Ji», templo budista.
A partir de esta leyenda se cree que se formó el
cuento de «La grulla presa en la trampa».
0.040.1 anonimo (japon) - 028
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