Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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viernes, 29 de noviembre de 2013

La grulla presa en la trampa

En una pequeña aldea, hace ya muchísi­mos años vivía un matrimonio anciano, humilde pero muy bondadoso.
Un día, cuando el abuelo estaba arran­cando las hierbazas del campo, oyó el tris­te quejido de una grulla en el arrozal veci­no y se acercó para ver lo que ocurría...
-¡Caramba! Parece que no puede volar...
Era una gran grulla que estaba forcejean­do para escaparse de la trampa en la que había caído.
El anciano se acercó enseguida para de­senredar el lazo que apresaba la pata del pobre animal.
-¡Pobrecita! debía de hacerte mucho daño.
Con mucho cuidado, la sacó de la tram­pa y le curó la herida de la zanca vendán­dosela con un pañuelo. La grulla no tardó en recuperar sus fuerzas.
-A ver, prueba ahora si puedes volar...
La grulla empezó a volar muy contenta, dando vueltas a su alrededor hasta desapa­recer en el firmamento azul.
El abuelo se sintió satisfecho por haber realizado una buena acción. Al volver a casa, se lo contó a su esposa que, al tener también muy buen corazón, sonrió diciendo:
-Has hecho bien en soltarla de la tram­pa, no es bueno hacer sufrir a los animales.
Después de cenar, la casa estaba en cal­ma; mientras la abuela lavaba los cacha­rros en la cocina, se oyó a alguien llamar a la puerta.
-¡Toc, toc!
-¿Quién será, tan tarde? -susurró el abuelo, levantándose y abriendo sigilosa­mente la puerta.
Afuera había una bonita niña descono­cida. La niña dijo:
-Vengo de un lugar lejano y como está nevando mucho y se me han roto los zapa­tos de paja no puedo seguir andando. Por favor déjenme pasar esta noche con us­tedes.
-Claro que puedes quedarte, faltaría más, entra y te calentarás con el fuego del fogón -dijeron los dos ancianos amable­mente.
El abuelo se apresuró a añadir leña en la lar para que se reanimara y después empe­zó a zurcirle los zapatos con paja de arroz; la abuela, por su parte, estaba atareada haciéndole una sopita caliente. La niña no sabía cómo agradecerles tanta bondad, huérfana de padre y madre desde su tierna infancia, nadie la había mimado así.
Al día siguiente, como todavía no para­ba de nevar, los abuelos le propusieron que se quedara a vivir con ellos que la tratarían como a su propia hija.
La niña aceptó de buen grado. Aquel día, hacia la madrugada, la chica se levan­tó y se dirigió de puntillas a la cocina para preparar el desayuno pero..., no quedaba ni un grano de arroz ni pizca de pasta de soja para la sopa.
-¿Qué puede hacer? Yo que pensaba ser un poco de ayuda para estos cariñosos vejetes...
Recorrió la casa y vio que en una de las habitaciones había un telar lleno de polvo que debió de usar la abuela cuando era joven. Pensó que cuando se levantara el abuelo le pediría que lo engrasara y podría cooperar tejiendo un poco.
El anciano no tardó en limpiar y prepa­rar el telar para que la niña pudiera uti­lizarlo.
-¡Qué bien, abuelitos! Voy a tejer tela para kimono para que la vendáis. Y di­ciendo esto entró en la habitación, no sin antes darles las «Buenas noches».
Mientras ellos estaban acostados se oía el ruido de la máquina.
-KI TON, KA RA RA. KI TON, KA RA RA.
Esperó a que se despertaran para pre­sentarles la tela que había tejido durante la noche.
-Tenga usted esta pieza de tejido abue­lito, y no la venda por menos de 100 ryos.
-¡Oh! ¡Qué hermosa!
Era un tejido precioso de una seda blan­ca y brillante con el dibujo de unas grullas. Los dos se sorprendieron al verlo.
-¡Hasta ahora no habíamos visto nada igual!
El abuelo inmediatamente fue a la ciu­dad y le dieron por la tela más de 100 ryos. Se sorprendió de haberla vendido tan cara. Después, compró arroz y pasta de soja y para la niña una peineta roja. El dinero restante lo guardó con mucho cuidado den­tro del cinturón del kimono.
Aquella noche, verdaderamente fue una noche feliz, el abuelo bostezaba satisfecho y la abuela pudo preparar una buena cena; la niña se alegró de verles la cara de con­tento.
-Buenas noches, abuelitos, que descan­sen bien, yo todavía voy a trabajar un poco más. Pero tienen que prometerme que mien­tras estoy tejiendo no se asomarán a mi­rarme.
-Te lo prometemos -respondieron sin darle importancia.
Pero algo les despertó la curiosidad.
«¿Cómo puede tejer sin hilaza?», se pre­guntaban, pues en casa no hay y nunca les encargó comprarla.
Tardó más tiempo en tejer la segunda tela; también le dieron al abuelo más dine­ro por ella y los comerciantes se la dispu­taban entre ellos.
Sin embargo, al cabo de tres o cuatro días, poco a poco la niña iba adelgazando y se veía incluso que se esforzaba en son­reírles.
Un día, al volver el abuelo de la ciudad, encontró en el suelo la peineta roja que le había regalado.
-Tan contenta que estuvo cuando se la compré y ahora ni se da cuenta de que la ha perdido... ¿Qué le ocurrirá a la niña? -pensó el abuelo.
La abuela también estaba preocupada al ver que por muy suculenta que fuera la comida, enseguida colocaba los palillos en­cima de la mesa diciendo que ya era su­ficiente.
-Hoy quiero tejer la última tela para ustedes, pero recuerden que me prometie­ron no mirar.
Los dos vejetes no sabían cómo prohi­birle que tejiera, pero no podían conciliar el sueño, pendientes del ruido del telar.
La abuela dijo:
-Parece que el ruido se debilita... An­tes, la niña tejía con más fuerza, ya no se oye... Abuelo, ve a ver qué ocurre.
El abuelo se levantó y entre dientes dijo:
-Se lo prometimos, pero por una sola mirada no ocurrirá nada.
Se dirigió a la habitación y se asomó con cuidado.
-¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¿Dónde está la niña?
Su sorpresa fue sin límites, la que estaba tejiendo era una grulla.
La grulla arrancándose del cuerpo sus plumones uno a uno y escogiendo los mejores, había estado tejiendo todas aquellas telas preciosas. Por esta causa la pobre grulla estaba delgada, casi desplumada.
El abuelo cerró la puerta de prisa, pero ya era tarde...
La grulla, al darse cuenta de que se ha­bía asomado el abuelo, se transformó otra vez en niña y salió de la habitación.
-Abuelito, yo soy la grulla que tuvo el honor de ser salvada por usted y para agra­decerle aquel favor conseguí que el dios de los animales me permitiera presentarme bajo la forma humana y así ayudarles a salir de la miseria que estaban pasando. Pero como ya han descubierto mi verdade­ra figura no puedo quedarme más con uste­des -les dijo con lágrimas en los ojos.
-No nos importa que seas una grulla, quédate a vivir con nosotros. Además, ha sido culpa mía, no debía haberme asomado...
-No, no es culpa de nadie. De todas formas, ya no puedo hacer nada más por ustedes. Les agradezco mucho lo bien que me han tratado. Cuídense mucho. ¡Adiós!...
La niña otra vez transformándose en gru­lla y cogiendo en el pico la peineta roja levantó un vuelo tanto o más precioso que las mismas telas que había tejido.
La grulla no volvió nunca más, pero gra­cias a las telas, el abuelo y la abuela no volvieron a pasar más apuros y vivieron felices.

Explicaciones del cuento

Los japoneses de antaño tenían la creen­cia de que todas las aves que volaban en libertad eran sagradas, en especial, la gru­lla, pájaro admirado por su elegancia. La «grulla cresti-roja» se supone que vive de 80 a 100 años; por eso, al ser símbolo de larga vida, se ve con frecuencia su imagen en telas delimonos; cerámicas, pinturas y en otros objetos que tengan relación con acontecimientos felices.
Basándose en la idea de la grulla como ave venerable, hay una leyenda en la re­gión de Togoku, prefectura de Nigata, la cual explica la historia de un joven que, habiendo salvado a una grulla, ésta se trans­formó en su esposa; y para pagar el favor recibido, tejía con sus plumas unas telas preciosas. El joven vendió estas telas y llegó a ser rico, pero un día se asomó a la habitación donde su esposa trabajaba y encontró a una grulla muerta.
Después la enterró y sobre sus restos fundó un templo llamado Chinzoji, famoso por sus ricas telas: «Chin» significa tela preciosa, «Zo» conservar y «Ji», templo budista.
A partir de esta leyenda se cree que se formó el cuento de «La grulla presa en la trampa».

0.040.1 anonimo (japon) - 028

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