Érase una vez un viejecito que tenia un bulto, grueso como un
melocotón, en la mejilla derecha. Un día fué al monte á cortar leña; pero á
poco de llegar comenzó á llover á cántaros y á soplar un viento furioso. El
pobre viejecito, convencido de que no podría volver á su casa, y sobrecogida
por el miedo, se cobijó en el tronco hueco de un árbol centenario.
Pues, señor, que estando allí acurrucado y sin poder pegar ojo, oyó un
confuso tumulto de voces que, lejanas en un principio, se iban acercando
gradualmente a su escondrijo. El viejecito dijo para su capote. "¡Qué cosa
más rara! Juraría que estaba solo en el monte y, sin embargo, esas voces…” Y
sacando fuerzas de flaqueza, se asomó cautelosamente y vió una caterva de seres
de desusada apariencia: de ellos rojos con vestido verde; de ellos negros
trajeados de rojo; éste no tenía más que un ojo; el otro carecía de boca: en
verdad, en verdad, es imposible describir sus variadas y extrañas cataduras.
A poco de llegar encendieron tan grande hoguera que su luz imitaba el
día. Sentáronse en dos filas á la redonda y empezaron á beber y á divertirse
como si fueran hombres, y las rondas menudearon de tal suerte que muchos de
ellos no tardaron en quedar borrachos como cubas. Un demonio joven se puso en
pie y rompió á cantar una tonadilla jocosa y á bailar; otros varios le
imitaron, cuál bien, cuál mal. Uno de ellos dijo: "Sin duda el regocijo de
esta noche ha ordinario; pero yo querría algo nuevo y nunca visto.” El viejecito,
sintiendo una aguda comezón de bailar que dió al traste con sus últimos
temores, salió de su agujero pensando: “¡Sea lo que Dios quiera! No he de morir
más que una vez, pero he de bailar." Y diciendo y haciendo, con el
sombrero picarescamente inclinado hacia los ojos y el hacha terciada al cinto,
empezó á danzar.
Los demonios llenos de sorpresa dieron un respingo exclamando: “¡Quién
es éste!"; pero viendo al viejecito hacer pasos, trenzados y figuras hacia
delante y hacia atrás, á derecha é izquierda, toda la caterva de demonios
rompió en una carcajada y aplaudió la broma, diciendo: “¡Qué bien baila el
viejecito! Mira, es necesario que vengas siempre á amenizar nuestras
diversiones; pero como podrías faltar á tu palabra, es preciso que nos dejes
algo en rehenes." Entonces los diablos se consultaron, y habiendo
convenido en que el bulto de la mejilla, por ser señal de riqueza, sería lo más
apreciado por el viejecito, se lo pidieron. El viejecito replicó: “En verdad,
señores demonios, tengo este bulto hace tanto tiempo, que estoy muy encariñado
con él y no me gustaría darlo sin más ni más; pero podéis quitármelo, ó un ojo,
ó la nariz si la preferís.” Pero los demonios cogieron el bulto y se lo
arrancaron de un tirón, sin hacerle el menor daño; lo guardaron y rehenes y
dijeron al viejecito que podía marcharse. Como en aquel preciso momento
empezaba á despuntar la aurora, saludada por los cantes de los pajarillos, los
demonios desapa-recieron.
El viejecito se palpó la cara y la encontró rasa, sin señal de bulto.
Sin acordarse de cortar leña, volvió
á su casa más que á paso. "¿Qué
te ha sucedido?" le pregunto su mujer al verle llegar. El viejecito contó
su extraña aventura.
Vivía en la vecindad otro viejecito que tenía también un grueso bulto,
pero en la mejilla izquierda. El buen hombre, al saber cómo su vecino había
quedado libre de su excrecencia, decidió realizar el mismo plan para verse
limpio de la suya. Así, pues, marchó al monte y se escondió en el mismo árbol,
esperando la llegada de los demonios. No dejaron éstos de presentarse; se
sentaron, bebieron y se divirtieron come la noche primera. El viejecito,
temblando de miedo, salió de su escondite.
Los demonios le dieron la bienvenida exclamando: "¡Nuestro
viejecito ha venido! ¡Que baile, que baile!" Pero este segundo viejecito
era torpe y no bailaba con tanta gracia como el primero; por lo cual los
demonios gritaron: "Bailas muy mal, cada vez peor. Toma el bulto que te
quitamos en rehenes." Y al decir esto los demonios sacaron el bulto y se lo
aplicaron en el lado derecho de la cara, donde quedó adherido por encanto.
El pobre viejecito volvió á su casa desconsolado y con un bulto en
cada mejilla.
0.040.1 anonimo (japon) - 028
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