Dicen que antiguamente los animales
tenían nombre como los cristianos. La zorra se llamaba Juana y la paloma se
llamaba Petrona. Era una paloma torcaza.
Era el caso que doña Juana iba por
un camino con mucho hambre. Que tenía la lengua pegada al paladar, y las
verijas sumidas, y que la panza le silbaba de hambre. Que lo que caminaba, el
viento le hacía hacer ruido: ¡Fita!... ¡Fita!... y la zorra se daba vuelta y
decía:
La zorra desesperada porque no
hallaba qué comer, iba y venía por el campo. En eso divisó una paloma torcaza
que estaba dando de comer a sus pichones, y inventó una mentira. Se allegó y le
dijo:
-Pero, a mí me va muy mal, porque
ya me muero de hambre, y como usté es tan buena me va a tirar uno de sus
pichoncitos para pasarlo mejor, y si no me tira uno, yo voy a subir y la voy a
comer a usté y a todos sus hijitos.
La paloma se puso a llorar, pero
como era inocente, creyó que la zorra puede subir a los árboles y para que no los
comiera a todos le tiró un pichoncito. La zorra, hambrienta como estaba, se lo
comió con plumas y todo y se jue lamiendosé el hocico, muy contenta.
Doña Petrona quedó muy triste,
llorando y llorando. En eso llegó a pasar por áhi el chuschín, que le llaman
don Agustín. Iba cantando su cantito:
¿Sabís, sabís,
chingolito,
qu' hi visto a
chuschín?
¡Pícaro, pícaro chuschín!
La vio llorando a la palomita y
dejó de cantar, y le preguntó:
-¡Cómo no voy a llorar, si doña
Juana vino y me dijo que si no le tiraba uno de mis hijitos iba a subir al
árbol y me iba a comer a mí y a todos mis pichoncitos, y le tiré uno!... ¡Qué
iba a hacer!...
-Pero, doña Petrona, ¡tan
inocente!, ¡si la zorra no puede subir a los árboles! Le ha mentido. Es que ha
visto su inocencia. Ahora va a venir a pedirle otro pichoncito. Usté no le dé
nada, y digalé que es una mentira.
Y así pasó. Que volvió la zorra y
le pidió a la palomita un pichoncito, y la amenazó que iba a subir para comerla
con los hijitos, si no se lo tiraba. Y la palomita siguió los consejos del
chuschín, y la insultó, y le dijo que subiera no más, que ya sabía ella que los
zorros no pueden subir a los árboles.
Y la zorra comprendió que la habían
aconsejado a la palomita, y que no podía ser otro que el chuschín, y le dijo:
-¡Ah!, ya sé que el que ha venido a
aconsejar es el chuschín, don Agustín. No puede ser otro, con lo pícaro que es.
Desde ese día la zorra empezó a
buscar al chuschín, por todas partes, con la intriga de ver si lo encontraba. Y
lo encontró un día, descuidado en un charquito.
Estaba mojado porque se había
bañado, tomando agua, muy tranquilo, del charquito. La zorra, de un salto, lo
agarró. Pero, no lo mató, lo tenía agarradito no más, disfrutando el gusto de
haberse vengado y de que lo comería en seguida. El chuschín que se daba cuenta
de todo, y que es tan pícaro, le comenzó a decir a la zorra:
La zorra, que estaba muy enojada,
no le decía nada. Y el chuschín, que ya se contaba muerto, le volvía a decir:
-Mire, doña Juanita, como usté es
tan buena, llevemé no más así, despacito, en su hociquito tan lindo. Ya le voy
a decir dónde puede encontrar unas presas muy lindas y gordas. Ya ve que yo soy
tan chiquito y tan flaquito. Siga no más por la orilla de este camino.
La zorra, pensando que lo que el
chuschín decía podía ser cierto, y que él era tan chiquito que no alcanzaba ni
para un bocado, siguió al trotecito. En eso pasaron unos arrieros con unas
cargas de queso en chiguas,
y como vieron que la zorra iba apretando el hocico, que gritaron:
El chuschín se voló y se asentó en
un árbol alto, y comenzó a cantar, haciendo burlas a la zorra que había sido
tan zonza. La zorra siguió muy triste y muy enojada con la mala jugada que le
había hecho el chuschín. Iba con mucho hambre. En el camino encontró una
cáscara de queso y la agarró con los dientes. En eso encuentra al quirquincho,
don Agapito, la ve y le dice:
Don Agapito, que sabía lo que le
había pasado a doña Juana, se rió, y siguió al trotecito, como siempre anda él.
Y pasé por un caminito de polvo
para que usté me cuente otro.
Elvira A. de Videla, 55 años.
Ciudad de San Juan. San Juan, 1945.
La narradora, nativa de San Juan,
es semiculta. Posee un gran repertorio de cuentos.
Cuento 21. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
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