La zorra andaba flaca y muerta de
hambre y no sabía qué hacer para conseguir alguna buena presa. Entonces pensó
ponerse de juez, hacerse el juez para asustar a alguno de los animales que
pudieran proporcionarle comida. Agarró un güeso largo, que encontró en el
campo, y atravesado se lo puso en el hocico. Y jue y se paró en el medio de un
camino, atajando a todos los animales que pasaban. Pasó un buey con astas muy
grandes, y doña Juana le dijo:
-Pase no más -volvió a decir la
zorra, que tampoco podía con aquel animal más ligero y fortacho que ella.
Así estuvo la zorra, haciendo
de juez, en el medio del camino, y a todos los animales que pasaban hacía que
le respetaran la autoridá. Siempre estaba a la espera de que pasara alguno que
le pudiera servir para su comida. Pero por ahí vio una polvareda muy grande.
Paró la oreja y miró. Vio que eran unos arrieros que venían con un arreo muy
grande, y que traían muchos perros. Y cuando vio que los perros venían
adelante, y qua ya estaban cerquita, botó185
el güeso y disparó. No tuvo más que meterse en una cueva que encontró.
Llegaron los perros que la habían
visto y bajaron en la puerta de la cueva. Como no la podían sacar, los perros
pícaros comenzaron a hacerle camino, para ver si la hacían salir, y matarla. Y
le decían:
-¡Ay, doña Juanita, qué hociquito
más pulido y bonito tiene! ¡Qué ojitos tan negros y brillantes le ha dado Dios!
¡Qué cuero más lustroso tiene, y tan suave que parece una seda!
La zorra estaba muy contenta,
porque es muy vanidosa, y se movía moniando,
en la cueva. Con las manitos se tocaba el hociquito, y los ojitos, y el cuero.
Pensaba que los perros le decían la verdá y que le envidiaban todo lo que ella
tenía, tan lindo.
-Lástima que tenga una cola tan
fiera,
tan peluda y tan hedionda. Tire para afuera, doña Juanita, esa cola cagada, que
le hace pasar vergüenza.
Doña Juanita se miró la cola. Le
pareció que los perros tenían razón, que era una cola horrible, y claro, estaba
muy hedionda, porque le había pasado una desgracia muy grande, con el susto que
le dieron los perros. Y pensó doña Juanita que ella iba a ser mucho más bonita
sin esa cola sucia y hedionda, y agarró y se acercó a la puerta de la cueva, y
tiró para afuera la cola. Y en cuanto apareció la cola, se avanzaron los
cincuenta perros que estaban esperando, sacaron la zorra para afuera y la
despedazaron. Así pagó la zorra la mentira que le echó a la palomita y la
muerte del hijito de doña Petrona, que todavía andaba llorando por el campo, la
pobre.
Y pasí por un caminito lleno de polvo,
para que usté me cuente otro.
Elvira A. de Videla, 55 años. San
Juan. Capital. San Juan, 1945.
Semiculta. Excelente narradora.
Cuento 80. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
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