Una vuelta lo encontró durmiendo al
tigre, el zorro. Y se le acercó despacio. Tenía una vejiga con moscas y se la
ata a la cola, y por áhi le dice:
¡Qué!, oyó el tigre el barullo y
salió disparando. Claro, ya otra burla grande, ¿no? El zorro agarró para otro
lau. Así que le debía muchas el zorro y nunca se las podía cobrar, el tigre.
Era de más astuto el zorro, no hay nada que hacerle.
Candelario Portillo, 63 años.
Mojones Sur. Villaguay. Entre Ríos, 1970.
El narrador es modesto ganadero.
Cuento 185. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
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